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La batalla del Puente Milvio (1520-1524), pintura mural por Giulio Romano (1499-1546), Palacio Apostólico, Ciudad del Vaticano. Según la crónica de Eusebio de Cesarea, antes de la batalla (312 d. C.) Constantino y sus soldados tuvieron una visión divina que les prometía la victoria sobre Majencio, hecho que justificaría la conversión de Constantino, primer emperador romano en abrazar el cristianismo, y la proclamación al año siguiente del Edicto de Milán, que otorgaba a los cristianos estatus legal dentro del imperio.

Con esta frase, el evangelista Mateo ilustra el rechazo que un seguidor de Cristo debe mostrar ante el uso de las armas aun tratándose de una actitud defensiva. Esta postura, que en lenguaje contemporáneo podría catalogarse como “pacifista”, es la que adoptaron los primeros judeocristianos en sus comunidades.

Esta postura de no aceptación del servicio de las armas suponía, para el incipiente cristianismo, un problema de comprensión tanto por parte de las élites judías como por Roma. Los judíos no solo admitían el uso de la fuerza, sino que el Templo de Jerusalén gozaba de una guardia propia como demuestran las fuentes[1]. Con el estallido de la guerra judeo-romana en el año 66, este escenario cambió para los miembros de dichas comunidades. En este momento, aún no había una separación clara entre judaísmo y judeocristianismo. Los miembros de la comunidad judeocristiana de Jerusalén, pese a confesar a Jesús de Nazaret como el Mesías, seguían participando de la vida y costumbres religiosas judías. Cuando se les reclamó a defender por las armas a Israel, estos se negaron. No podemos saber si esta negación vino dada únicamente por la fidelidad al mensaje “pacifista” de Jesús de Nazaret o si también hay que añadir una hipotética animadversión hacia los colectivos sociales y religiosos que lideraban la revuelta judía. Por esta razón, es posible que las posteriores acusaciones que el judaísmo lanzó contra las comunidades judeocristianas no fueran solo de herejía, sino también de traición. En este episodio, se manifestó por primera vez la dificultad de profesar un mensaje contrario al uso de las armas en un mundo belicista.

Entre finales del siglo I y finales del siglo II el cristianismo se fue expandiendo por todo el Mediterráneo y escindiendo del judaísmo de una manera progresiva a la vez que rápida. Ya no se trataba de un fenómeno limitado a colectivos de raíz judía en el Próximo Oriente, ahora se había extendido a todos los colectivos del Imperio y la casta militar no fue una excepción. Los cristianos del momento se negaban a erigir templos, a venerar imágenes y a participar en los cultos del Estado.

Cristianismo y Ejército romano en el siglo III

Hasta mediados del siglo III el cristianismo gozó de cierta estabilidad en el seno del Imperio. A partir de este momento, las persecuciones se empezaron a fundamentar sobre una base legal definida e inexistente en épocas precedentes. El emperador Decio (249-251) en el año 250, decretó que todos los habitantes del imperio debían realizar un sacrificio público a los dioses y al emperador. El monoteísmo cristiano implicaba la negación de adorar a los ídolos paganos y con ellos, las imágenes de los emperadores. Esta negativa incurría en un delito de lesa majestad que conllevaba la pena capital. En el año 257, el emperador Valeriano (253-260) emitió un primer edicto en el que decretaba la ejecución de los clérigos cristianos que se negasen a sacrificar públicamente una ofrenda ante los ídolos y al emperador. Un segundo edicto en el año siguiente extendió las mismas exigencias a los miembros de las órdenes ecuestre i senatorial.

Este hecho nos deja ver hasta qué punto, a mediados del siglo III, el cristianismo ya había penetrado en la alta sociedad romana. Los cristianos, como ciudadanos romanos, aceptaban el orden social establecido y al emperador como su jefe de estado, pero jamás podían reconocerlo como dios. Este, sin duda, fue el gran conflicto entre Iglesia y Estado durante todo el siglo III y principios del siglo IV. En el mundo castrense esta problemática se acentuó más todavía. El ejército romano era un colectivo estrechamente vinculado a la figura del emperador. Los soldados se unían con él en el juramento (sacramentum) y le rendían culto. Llevaban su imagen en los estandartes (imago). Igualmente, todo militar participaba en los cultos y sacrificios a los Dii Militares. El monoteísmo cristiano tenía un difícil encaje en esta realidad acentuadamente politeísta e idolátrica. En cambio, la idea evangélica de la no violencia fue conciliada con mayor facilidad. La presencia de cristianos en las filas de los ejércitos, hizo que algunos autores cristianos del momento matizasen el repudio total al uso de las armas que proponía el Evangelio.

Tertuliano (160-220) reconoció que el ejército y la guerra eran necesarios para mantener la seguridad del imperio e incluso asegura que los cristianos colaboraban en esta empresa a través de sus plegarias. Este mismo autor, es el que atestigua la existencia de militares cristianos a finales del siglo II. En su libro Apologeticum (197) utiliza la expresión “vobiscum militamus” refiriéndose a la colaboración entre paganos y cristianos en un ejército común. También Tertuliano, en la misma obra, habló de “el milagro de la lluvia”. La Legio XII Fulminata estaba sufriendo una grave escasez de agua durante una de sus campañas. Una lluvia inesperada salvó a los integrantes de esta legión de morir de sed. Esta unidad, estaba formada por un número significativo de cristianos, por lo que estos, identificaron la lluvia como una escucha a sus plegarias. Este hecho, también lo atestiguan los relieves de la Columna de Marco Aurelio. En este caso, sin embargo, se representa Iupiter Pluvius como el artífice del prodigio.

Pese a este planteamiento conciliador entre ejército y cristianismo, el autor se mostró mucho más contundente en una segunda etapa de su vida en la que abrazó el montanismo[2]. En su obra De Corona Militis (c. 214) narró el episodio acaecido en una ceremonia de gratificación a unos soldados en tiempos del emperador Caracalla (211-217). Según el autor, un soldado cristiano arrebató contra el suelo sus armas y una corona de laurel con la que se le había homenajeado. Esta acción, fue criticada por sus compañeros de armas (también cristianos) que tacharon esta actitud como “altiva y teatral”. Tertuliano, en cambio, defendió el comportamiento del soldado alegando que un cristiano solo podía tener a Cristo como líder. También aludió a Mt 26,52 en relación al compromiso con la paz al que un cristiano debía de responder. El soldado en cuestión, fue apresado y posteriormente ejecutado.

Orígenes (185-254) en cambio, en su libro Contra Celso (c.248) argumenta que los cristianos aceptan al emperador como jefe del Estado y colaboran con él en sus campañas militares. Sin embargo, este autor matiza que esta colaboración se trata de una lucha espiritual, en la que, a través de las plegarias, se pide a Dios por las victorias militares de Roma. Se trata de una participación en el ejército des del plano sacerdotal que rehúye de la idea que un cristiano empuñe las armas. Orígenes también ve en el cristianismo una herramienta efectiva para integrar a los pueblos bárbaros en el sí del Imperio sin necesidad de acciones militares.

Los principales testimonios de mártires en el ámbito militar, los encontramos en tiempos de Diocleciano (284-305). Por ejemplo, en el año 298, tuvo lugar el martirio de san Marcelo, centurión de la Legio VII Gemina. Este militar fue ejecutado por negarse a participar en las ceremonias en honor al natalicio del emperador. Además, para mostrar su rechazo, arrojó al suelo la espada, el cinto militar y el sarmiento (vitis) y se proclamó  “soldado de Jesucristo”. San Maximiliano en el año 295 fue obligado por su padre (veterano del ejército) a seguir el oficio de las armas. Aun siendo recluta, Maximiliano proclamó abiertamente su fe y se negó a hacer el juramento militar por lo que fue decapitado. También hallamos el caso de san Julio, un veterano retirado, que fue martirizado en el 302 por negarse a quemar incienso ante la imagen del emperador. A estos ejemplos les seguiría una lista significativa de militares cristianos que también fueron condenados durante estos años. Esta dinámica, respondía a la “depuración del ejército” que Diocleciano se propuso durante su mandato.

La vida militar conllevaba una convivencia habitual con la muerte y llevaba a menudo a los soldados a realizar actos moralmente cuestionables. La oferta cristiana de la vida eterna y la redención de los pecados supuso una propuesta atractiva para los hombres de armas. Ante la creciente cantidad de militares que se anexionaron al cristianismo, la teología cristiana tuvo que adaptar su mensaje de la no violencia a esta nueva realidad. Pero el obstáculo que jamás se pudo superar, fue la conciliación del cristianismo con el culto al emperador y a las deidades paganas. Este fue el motivo por el cual el cristianismo tuvo un difícil encaje en el ejército romano. A pesar de los procesados, la mayoría de militares cristianos siguieron sirviendo en las legiones conciliando su fe con su oficio.

Bibliografía

  • Andión, J. (1997): El Apologético. Madrid: Editorial Ciudad Nueva.
  • Estrada, J. A., (2003): “Las primeras comunidades cristianas”. En M. Sotomayor, J. Fernández (eds.), Historia del cristianismo. El mundo antiguo, 1, (pp. 123-187). Madrid: Editorial Trotta – Universidad de Granada.
  • Ruiz Bueno, D. (2018): Actas de los Mártires. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
  • Ruiz Bueno, D. (2001): Orígenes. Contra Celso. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
  • Teja, R. (2003): “El cristianismo y el Imperio romano”. En M. Sotomayor, J. Fernández (eds.), Historia del cristianismo. El mundo antiguo, 1, (pp. 293-328). Madrid: Editorial Trotta – Universidad de Granada.
  • Vicastillo, S. (2018): La corona. La escápula. La fuga en la persecución. Madrid: Editorial Ciudad Nueva. (Colección Fuentes Patrísticas 32).

 

[1] Por los foedera establecidos entre autoridades judías y estado romano los judíos estaban exentos de servir en el ejército y es así que los judeocristianos tenían un paraguas jurídico sobre el que amparar su filosofía y praxis antibelicista.

[2] El montanismo es una doctrina cristiana considerada herética por la ortodoxia eclesiástica

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