infantería cartaginesa Ilipa Segunda Guerra Púnica

Un oficial púnico, ataviado con un casco de tipo ático, un linotórax reforzado por escamas, grebas y un aspis, intenta organizar una línea de batalla con distintos elementos de infantería cartaginesa, frente a la lluvia de pila en la batalla de Ilipa, Alto Guadalquivir, 206 a. C. A la izquierda, un infante libio, también con armadura de lino y aspis, pero con casco de tipo antigónida, aprieta los dientes ante lo que se le viene encima. A su lado un scutatus celtíbero y otro ibero, este con un casco Montefortino. Se puede apreciar la diversidad de panoplias que existían, desde los equipos de tipo helenístico con escudos cóncavos de tradición hoplítica, más propios de la infantería de línea africana –pero que también habría empleado el scutum–, hasta scuta ovales, con y sin umbones metálicos, y el escudo circular propio de la tradición peninsular, la caetra. Las influencias mediterráneas aportadas por los soldados cartagineses convivirían y se mezclarían con las autóctonas, a su vez influidas por las galas, como en los umbones de aletas o la adaptación de las espadas de La Tène que darían en el gladius hispaniensis. Detalle de una ilustración publicada en Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 17: La Segunda Guerra Púnica en Iberia. © Pablo Outeiral.

Al igual que el resto de poleis del ámbito mediterráneo, a lo largo del siglo IV a. C. el ejército cartaginés se componía de una milicia ciudadana de tipo político. Pese a las reformas de Magón en el siglo anterior, desde las cuales se había ido introduciendo un número creciente de mercenarios, el cuerpo central del ejército lo seguían constituyendo los ciudadanos cartagineses, tal y como se puede apreciar en la batalla de Crimiso (341 a. C.), en la que participaron en número de 10 000 (Plutarco Timoleón, 27’ 4-5); número, sin embargo, llamativamente pequeño teniendo en cuenta el tamaño de la ciudad. Y es que Cartago era populosa y contaba con gran riqueza, pero esta estaba enormemente mal repartida y la ciudad carecía de un extenso cuerpo ciudadano de pequeños agricultores con tierras, base de los ejércitos griegos y romanos, lo cual se unía a la enorme reticencia de extender el derecho de ciudadanía. Con el paso del tiempo dicha situación no cambió y ante la alarmante invasión de África del romano Atilio Régulo (256-5 a.C.), el Estado púnico tan solo pudo movilizar un número similar en los Llanos del Bagradas (Polibio I, 32’ 9).

Como sugieren las fuentes, los cartagineses luchaban en falange, armados al modo hoplita, con “corazas de hierro”, probablemente de escamas o laminares; “cascos de bronce”; y “grandes escudos”, tal y como nos describe Plutarco (Timoleón, 28’ 1) y como ha quedado reflejado en, por ejemplo, el relieve de Chemtou (ciudad del noroeste de Túnez), el cual muestra una panoplia claramente hoplita, con escudo redondo de en torno a un metro de diámetro, convexo y con un amplio borde plano, asociado a una coraza de estilo helenístico de lino, con hombreras y pteruges en la cintura (ver La guerra en Grecia y Roma, de Peter Connolly). Panoplia idéntica a la que se muestra en un tetradracma acuñado por Agatocles en el que aparece la diosa Niké con una armadura trofeo seguramente de origen púnico. Sin embargo, las lanzas representadas en estelas púnicas tienen una longitud similar a la altura de su portador y, por tanto, menor a la del hoplita griego. No es de extrañar que los púnicos copiaran el estilo de lucha griego, pues el hoplita había sido durante generaciones el dueño de los campos de batalla de todo el Mediterráneo. Por otro lado, tras el desastre de Crimiso los cartagineses “votaron por no arriesgar las vidas de los ciudadanos en el futuro, sino reclutar mercenarios extranjeros, especialmente griegos”, lo cual evidencia que eran conscientes de la superioridad del infante heleno (ver Especial IV: Mercenarios en el mundo antiguo).

Entre la tropa ciudadana destacaba, supuestamente, el Batallón Sagrado, en número de 2500, compuesto por hombres procedentes de “las filas de ciudadanos que se distinguen por su valor y reputación, así como por la riqueza” (Diodoro 16, 80’ 4). Sin embargo, hay varios factores que nos hacen poner en duda la existencia de este cuerpo. Y es que solo es nombrado en dos ocasiones por Diodoro Sículo: en Crimiso y en Túnez, cuando el siracusano Agatocles los derrotó en el 310 a. C. De hecho, en la mucho más detallada narración de la batalla de Crimiso que nos deja Plutarco, este no hace distinción alguna entre los “diez mil hombres de armas con escudos blancos” los cuales los corintios conjeturaron que eran todos cartagineses “por el esplendor de su armadura y la lentitud y buen orden de su marcha”. Por otro lado, parece del todo extraño que un ejército de tan solo 10 000 efectivos contara con un cuerpo de élite de un tamaño tan elevado. Y llama la atención su nombre: idéntico al invencible batallón tebano de 150 parejas. Lo cierto es que en ninguna de las tres guerras púnicas ni en la Guerra de los Mercenarios  (ver La Guerra Inexpiable en Especial IV: Mercenarios en el mundo antiguo) fuente alguna hace mención al Batallón. Por tanto, probablemente este fuera invención de Diodoro para dar más lustre a las victorias griegas sobre Cartago; aunque, evidentemente las clases más altas pudieran costearse un mejor (y más llamativo) armamento.

La infantería cartaginesa en las guerras púnicas

El punto de inflexión en la evolución del infante cartaginés se produjo a raíz de la primera guerra contra Roma. Si mientras en la Grecia continental se había optado por potenciar el choque frontal de la falange a costa de reducir la movilidad, tomando forma la falange macedonia (ver La reforma de la infantería en el s. IV a. C.: de Ifícrates a la falange macedonia en Antigua y Medieval n.º 21: Filipo II), en Cartago se giró en sentido contrario. Las constantes derrotas contra el infante romano, más ágil y con armas (scutum, pilum y espada) más versátiles; el tipo de guerra en Sicilia, basado en largos asedios y repentinas escaramuzas en relieve accidentado, poco propicio para el hoplita; y la influencia griega, donde se imponía el thureophoroi como el arquetipo de mercenario precipitaron el cambio.

Todo apunta a que cambiaron el tradicional escudo argivo, redondo, pesado y con doble asidero, por el thureos/scutum, oval y con asidero central horizontal. De hecho, durante la expansión de la familia Barca en Hispania en el último tercio del siglo III a. C. empieza a hacerse común este tipo de escudo en el valle del Guadalquivir y el Sureste peninsular como revelan las fuentes literarias, iconográficas y arqueológicas. Otra prueba que no debe pasarse por alto es el relativo a la adopción de armas romanas por parte de los libios del ejército de Aníbal tras las batallas de Trebia (218 a. C.) y, sobre todo, Trasimeno (217 a. C.). Cambiar el característico escudo hoplita, que determina enormemente el estilo de lucha, por armamento romano en medio de una campaña militar en el extranjero y sin tiempo para entrenamiento hubiera sido un riesgo innecesario impropio de un general victorioso. ¿Pero qué hay del armamento ofensivo? Entre los romanos estaba extendido el uso del pilum, que se lanzaba en salvas para luego avanzar hasta el cuerpo a cuerpo espada en mano. ¿Era este modo de lucha el que usaban ya cartagineses (y libios) o aún seguían usando la tradicional lanza? Desgraciadamente no existen demasiadas referencias, pero Polibio menciona en varias ocasiones el longche, una lanza corta y de hoja ancha que servía tanto de acometida como para ser arrojada; y por otro lado varias estelas cartaginesas (El Hofra, Cirta…) muestran escudos ovales, a veces en conjunción con lo que parece una espada corta de hoja curva, panoplia confirmada por Apiano y Estrabón para la época de la Tercera Guerra Púnica.

Sin embargo, no podemos pensar que el cambio se produjo en poco tiempo. Cuando se preparaban para luchar contra los romanos en los Llanos del Bagradas (255 a. C.), el hecho de que el general espartano Jantipo enfatizara en el entrenamiento el “orden de marcha” y las “maniobras regulares” (como vemos en Polibio I, 32’ 7) indica que aún la falange estaba presente. Por otro lado, la posición que ocuparon los mercenarios griegos, a la derecha de la línea, que era la posición más delicada de una falange, apoya esta idea.

Vemos preciso hacer un inciso para explicar cierto error que lleva años circulando. Y es que se ha especulado mucho sobre si los cartagineses pudieron armarse al estilo de una falange helenística de piqueros. Jantipo, como griego y gran conocedor del arte de la guerra que era debía conocer esta formación táctica. Pero lo cierto es que ni en la propia Grecia la falange helenística había desplazado por completo al hoplita, y la Esparta natal de Jantipo no la adoptaría hasta las reformas de Cleómenes III (227-226 a.C.). Todo proviene de varias malas traducciones del griego, que entendieron lanza/pica cuando se hablaba del longche.

Es tremendamente difícil analizar al infante cartaginés en la época inmediatamente posterior, pues las fuentes apenas nos dejan pistas. En Bagradas (240 a. C.) Amílcar Barca realizó una serie de maniobras para primero replegarse y luego hacer frente a los mercenarios rebeldes que difícilmente podrían haber sido llevadas a cabo por los poco experimentados ciudadanos cartagineses de haber portado el pesado equipo hoplita. En Zama (202 a. C.), la segunda fila del ejército de Aníbal estaba compuesta por ciudadanos cartagineses, que se desempeñaron con “un coraje frenético y extraordinario” (Polibio XV, 13’ 6) pero que fallaron al dar apoyo a la vanguardia, sin duda por falta de experiencia y aunque Polibio los describe como falange, también lo hace con los mercenarios galos, ligures, baleares y moros que, obviamente, no tenían nada que ver con hoplitas.

Por último, tras la segunda derrota contra Roma siguió un periodo de paz y reformas. Aníbal fue nombrado sufete en el 196 a.C. y siguió una política que favorecía a las clases más bajas, aumentando el poder de la Asamblea Popular en detrimento de la oligarquía. Sus medidas favorecieron el despertar de la economía púnica y en tan solo diez años las arcas del Estado ya estaban capacitadas para pagar toda la deuda de guerra (ver Cartago entre dos Guerras. Una recuperación sorprendente en Antigua y Medieval n.º 31: ¡Cartago debe ser destruida!). Del mismo modo, es posible también que las medidas lograran aumentar el número de ciudadanos capaces de costearse un armamento adecuado para formar como infantería de línea. Y si durante los dos siglos anteriores el máximo de reclutable parece que estaba en torno a los 10 000 infantes; el ejército que comandó Asdrúbal el Beotarca contra Massinisa en 150 a. C., contaba con 25 000, a los que se fueron añadiendo reclutas campesinos hasta sumar un total de 58 000 hombres (Apiano Púnicas, 70).

En definitiva, sin dejar de lado su propia idiosincrasia, la evolución del infante cartaginés no se puede entender sin las influencias de las potencias cercanas y el decreciente papel que tuvo, constituyéndose como un caso muy particular en el mundo Mediterráneo.

Bibliografía

Fuentes

  • Diodoro Sículo; Historia Universal
  • Polibio de Megalópolis; Historia de Roma
  • Tito Livio; Historia de Roma desde su fundación
  • Apiano de Alejandría; Púnica
  • Plutarco de Queronea; Vidas paralelas
  • Heródoto; Historias
  • Justino; Epítome de Pompeyo Trogo
  • Silio Itálico; Púnica
  • Zonaras; Epitomé historion
  • Floro; Epítome de Historia romana
  • Eutropio; Resumen de Historia romana
  • Valerio Máximo; Hechos y dichos memorables
  • Cornelio Nepote; Sobre los más destacados generales de los pueblos extranjeros

Bibliografía

  • Peter Connolly; La guerra en Grecia y Roma
  • F. Lazenby; The first punic war
  • Lazenby: Hannibal’s War, A military history of the Second Punic War.
  • Adrian Goldsworthy; La caída de Cartago. Las guerras púnicas, 265-146 a.C.
  • Duncan Head; Armies of macedonian and punic wars 359-146 BC
  • Fernando Quesada Sanz; De guerreros a soldados. El ejército de Aníbal como un ejército cartaginés atípico
  • Fernando Quesada Sanz; En torno a las instituciones militares cartaginesas
  • Fernando Quesada Sanz; Innovaciones de raíz helenística en el armamento y tácticas de los pueblos ibéricos desde el S. III a.C.
  • Fernando Quesada Sanz; Armas de Grecia y Roma
  • Nic Fields; Carthaginian warrior 264-146 BC
  • Nic Fields; Hannibal
  • Jaime Gómez de Caso Zuriaga; Amílcar Barca, Táctico y Estratega. Una valoración
  • Jaime Gómez de Caso Zuriaga; Amílcar Barca y el fracaso militar cartaginés en la última fase de la primera guerra púnica
  • Dexter Hoyos; Truceles War, Carthage’s fight for survival, 241-237 BC
  • E. Lendon; Soldados y fantasmas, mito y tradición en la antigüedad clásica
  • J. W. Tillyard: Agathocles

Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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