Desde hace unas semanas el canal #0 de Movistar emite semanalmente La Guerra de Vietnam serie documental de diez episodios producida para la cadena pública estadounidense PBS en 2017 y que desde entonces ha cosechado internacionalmente y de una forma merecida críticas sobresalientes. Está dirigida por los documentalistas Ken Burns y Lynn Novick y guionizada por Geoffrey Ward, a quienes debemos también la aclamada serie The War (2007), sobre la participación norteamericana Segunda Guerra Mundial, con la que comparte similitudes tanto de discurso, historiográficamente actualizado y alejado de tópicos manidos, como de tratamiento, apoyado en testimonios de primera mano –quizás el “plato fuerte” de la serie– a los que los creadores saben sacar todo el partido para desarrollar un guión que nunca baja en intensidad y que constantemente invita a la evocación y a la reflexión sobre el conflicto en Vietnam y, lo que es más universal y por tanto más trascendente, sobre la naturaleza de la guerra. En España se está emitiendo el montaje realizado para la BBC con episodios de 55 minutos de duración, a pesar de que la versión original supera las diecisiete horas de metraje, y se puede decir sin miedo a equivocarse que el espectador que se acerque a La Guerra de Vietnam echará en falta esas horas extras de documental histórico en estado puro.

Vietnam: imagen e historia

Y es que la tragedia de Vietnam es, cuando hablamos en términos de memoria y reflexión sobre nuestro pasado, un lugar propicio para el idilio entre la imagen y la historia. La inmensa mayoría descubrimos la guerra de Vietnam a través de la pantalla y no de los libros. No era una aproximación conceptual, académica, sino más bien dramática y sensorial que sin embargo, y con sus limitaciones, cumplía con el objetivo de dar a conocer un acontecimiento histórico y poner sobre la mesa su problemática. Desde la ficción, los grandes clásicos del género bélico de los años setenta y ochenta ambientados en Vietnam inauguraban, o al menos situaban en el terreno del mainstream, una forma diferente de describir la experiencia de la guerra, puede que más compleja, más psicológica y más crítica.

De ese modo, títulos como Apocalypse Now (1979), Platoon (1986), La chaqueta metálica (1987) o La colina de la hamburguesa (1987) lograron plasmar las grandes cuestiones a las que la sociedad norteamericana se tuvo que enfrentar después del conflicto a través de personajes de ficción, pero terriblemente verosímiles: hijos de desenfadadas sociedades urbanas enfrentados a una cultura y un entorno extraños para ellos, jóvenes de clase obrera combatiendo por una causa definida por las élites intelectuales y políticas; afroamericanos y latinos que debían servir a su país cuando aún estaban en cuestión sus derechos civiles; idealistas desencantados; combatientes que abrazaban el pacifismo; veteranos recibidos con desprecio a su regreso a casa; el alcohol, la música, las drogas y la prostitución como evasión de la realidad. Una visión parcial, sin duda, pero también escamoteada al espectador hasta entonces.

Pero aún antes que el cine, los medios de comunicación audiovisuales y el género documental pudieron acercar la guerra de Vietnam a la sociedad cuando analistas, politólogos e historiadores apenas habían tenido tiempo para acometer el imprescindible análisis científico del conflicto. La ausencia de censura militar, sumada a una sociedad de masas que demandaba de manera creciente formatos audiovisuales, propiciaron que algunos documentalistas pioneros llegaran a desarrollar su labor “en vivo”, en plenas hostilidades. La sección Anderson (1967) de Pierre Schoendoerffer, In the Year of the Pig (1968) de Emile de Antonio, o Winter Soldier (1972) son solo algunos ejemplos. Desde entonces, el documental ha supuesto un formato de divulgación preferente que ha evolucionado en su tratamiento del conflicto hasta nuestros días de acuerdo a las inquietudes de las sucesivas generaciones y a las nuevas aportaciones de la historiografía

¿Una historia más? Qué cuenta La Guerra de Vietnam

…y llegamos a 2018 y, a simple vista, La Guerra de Vietnam de Burns, Novick y Ward parece ofrecer una narración estructurada de forma convencional, siguiendo un criterio cronológico y de acuerdo con la lógica de la propia implicación norteamericana, con un buen puñado de valiosos testimonios e imágenes de archivo. Pero en los primeros minutos, entreverado con imágenes de desfiles de apoyo a la contienda, un veterano nos cuenta que “regresar a casa desde la guerra de Vietnam era casi tan traumático como la propia guerra. Durante años, nadie hablaba de Vietnam. Éramos amigos de una pareja joven y solo después de doce años las dos mujeres descubrieron hablando que ambos habíamos sido marines en Vietnam. Nunca dije una palabra sobre ello. Nunca lo mencioné. Y en todo el país era así. Era un tema muy polémico. Era como vivir en una familia con un padre alcohólico. Sssshhh, de eso no se habla. Esa fue la actitud de este país con Vietnam, y solo recientemente quienes nacieron tras el conflicto han comenzado a preguntar: ¿qué sucedió?”. A ese veterano nos lo volveremos a encontrar hablando de su experiencia de combate y, después, en imágenes de archivo arrojando sus condecoraciones ante el Capitolio. Avanzado el metraje, en el otro lado del espectro de la guerra, un combatiente de Viet Cong, con cicatrices en el rostro que hacen parecer que sonríe de forma siniestra al contar su experiencia, recuerda cómo persiguieron a un funcionario del Gobierno de Saigón para matarlo a machetazos porque no disponían de armas de fuego. Fue antes de la implicación estadounidense en Vietnam con tropas de combate. Un enfrentamiento civil. El relato documental parece tener algo distinto a lo que habíamos visto otras veces.

La Guerra de Vietnam serie documental

Los dos primeros episodios de La Guerra de Vietnam abordan los antecedentes del conflicto, desde la intervención colonial francesa hasta la era Kennedy y el periodo de los asesores militares, pasando por el enfrentamiento de Indochina entre el Viet Minh y el Ejército francés. Los cuatro siguientes se corresponden con la administración de Lyndon Johnson, la implicación de tropas de combate estadounidenses, la escalada militar, la intensificación de la insurgencia y la infiltración desde Vietnam del Norte, y la generalización de la contienda hasta su punto de inflexión durante la ofensiva del Tet a principios de 1968. Los cuatro últimos, con Nixon como presidente, describen la “vietnamización” del conflicto, la retirada estadounidense, la victoria final de Hanói y el legado del conflicto.

En un logrado equilibrio en la narración entre las experiencias del frente y las “retaguardias” de ambos bandos, la serie aborda todos los aspectos sobre los que la historiografía más reciente se ha preocupado para “revisitar” la guerra con una nueva óptica. Quizás el primero que merece ser valorado es que se desviste Vietnam de la retórica de la Guerra Fría que condujo a Estados Unidos a intervenir militarmente y a hacer un análisis ahora cuestionado sobre la situación en el país del sudeste asiático, que no era tanto una primera línea de batalla entre lo que se denominaba Mundo Libre y el bloque comunista sino un proceso de descolonización y de lucha de “liberación nacional” con dinámicas propias e independientes. Subyace entonces en el relato el conflicto civil: la pugna entre dos poderes vietnamitas, las diferencias regionales entre el norte y el sur, las tensiones entre las comunidades cristiana y budista, la corrupción o el desarraigo en el Vietnam rural provocado por años de conflicto.

La Guerra de Vietnam serie documental

Muy poco tratado en otras historias sobre la guerra, se desarrolla con bastante profundidad la evolución del comunismo vietnamita y cómo jugo un papel destacado en la escalada bélica el triunfo de la línea dura del Lao Dong (el partido comunista) encabeza por Le Duan bajo el paraguas de la imagen mítica, pero cada vez menos influyente de Ho Chi Minh, y las tensiones latentes entre los dirigentes “norteños” y la insurgencia del Frente de Liberación Nacional en el sur.

Las estrategias militares de ambos bandos pasan también a examen a lo largo de la serie. La dirección de la guerra del general Westmoreland, la búsqueda de las fuerzas principales enemigas en sus “santuarios”, lejos de las áreas más pobladas de la costa y el delta del Mekong o la cuantificación del progreso de la guerra por medio del body count (la ratio de bajas del enemigo) han sido siempre una de las facetas más controvertidas de la contienda y Burns y Novick aciertan en captar cómo los combatientes norteamericanos se hubieron de enfrentar a un tipo de guerra que no se correspondía con la idea preconcebida que llevaban desde su país, vinculada a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial o Corea, y que hizo tambalear sus convicciones. No sale mejor parada la estrategia norvietnamita inspirada en el principio doctrinal conocido como ofensiva general/levantamiento general que tuvo su momento álgido en la ofensiva de Tet de 1968. La optimista confianza en que el pueblo vietnamita se levantaría contra sus opresores nunca se produjo y, a cambio, un baño de sangre diezmó a una generación de combatientes caracterizada por una militancia de la que carecía la generación que había de reemplazarles en el campo de batalla.

La Guerra de Vietnam serie documental

Por último, merece una mención especial el tratamiento que recibe el movimiento contra la guerra, decisivo en el discurso de la serie. Demonizado por sectores conservadores como auténtico culpable de la derrota o mitificado por el progresismo norteamericano y, en general, occidental, el análisis va un poco más lejos, como síntoma de la descomposición que estaba causando la guerra en la sociedad. No duda en resaltar sus errores y excesos violentos y pone lo contextualiza con la experiencia de los veteranos de la guerra y con otras luchas políticas y sociales en el seno de Estados Unidos.

Cómo contar un nuevo relato sobre Vietnam

En definitiva, sin desatender otros aspectos relevantes que ya se encontraban suficientemente explicados, La Guerra de Vietnam acierta a elevar en un hilo argumental muy sólido los aspectos más actuales de la memoria del conflicto, pero una apuesta semejante estaría incompleta si no viniera acompañada de una propuesta audiovisual diferente y lo cierto es que la serie para los espectadores, sobre todo aquellos menos familiarizados con el tema, destaque aún más por su tratamiento que por su discurso.

 

El hilo argumental de la serie se articula en torno a los testimonio de sus protagonistas (no solo combatientes, sino también familiares, activistas del movimiento contra la guerra o cargos políticos y diplomáticos), que es sin lugar a dudas uno de sus platos fuertes. Gracias probablemente a que la distancia temporal y los esfuerzos de reconciliación han mitigado en parte el dolor de las heridas, es asombroso el número de testimonios de combatientes norvietnamitas y del Frente de Liberación Nacional que participan y que equilibran completamente el punto de vista de la narración, uno de los grandes déficits de otras producciones sobre Vietnam. Además, en una decisión acertada, la serie parece prescindir conscientemente de personalidades relevantes (bien es cierto que ahora resultaría imposible contar con el testimonio de muchos de ellos) y lo que nos encontramos son experiencias fácilmente generalizables a todos aquellos que sufrieron la contienda. Apenas encontramos a los responsables de la toma de decisiones y la política de guerra y los contados personajes que escapan al anonimato logran transmitirnos un testimonio circunscrito a su vivencia individual (¿podríamos decir que en calidad de víctimas?) y no a su trayectoria profesional. Así, sin apenas percibirlo hallaremos las reflexiones de personas que han desempeñado un papel relevante en la memoria colectiva del conflicto, como los periodistas Philip Caputo (Un rumor de guerra), Joseph Galloway (Cuando éramos soldados y jóvenes), Jonathan Schell (La destrucción de Ben Suc); Tim O’Brien autor de éxito que ha centrado su obra en la experiencia de la Guerra de Vietnam (Las cosas que llevaban los hombres que lucharon); Leslie Gelb coautor de la influyente obra The Irony of Vietnam: the System Worked y analista de defensa que participó en la redacción de los “papeles del pentágono”, junto con Neil Sheehan, periodista de The New York Times y autor de A Bright Shining Lie, que publicó los polémicos papeles filtrados por Daniel Elsberg; o James Willbanks, antiguo asesor del Ejército survietnamita y prolífico historiador militar del U.S. Army Command and General Staff College, con el que Desperta Ferro Contemporánea tuvo el placer de colaborar en su número dedicado a la escalada americana en Vietnam.

El relato de todos ellos, reconocibles o no, adquiere una enorme complejidad psicológica. Al describir un combate cuerpo a cuerpo, con sus propias mandos, no relata James Gillam, una rata de túnel del Ejército estadounidense, “pude dominarlo y le comprimí la traquea. Lo retuve hasta que murió y luego salí. Golpeé y estrangulé a una persona en un túnel, en la oscuridad, pero no fue la única víctima. La otra víctima fui yo mismo como persona civilizada”. En lo que en términos narrativos denominaríamos “arco dramático”, las intervenciones trazan un hilo conductor desde las motivaciones que les condujeron a tomar contacto con la guerra, hasta su completa transformación como seres humanos a consecuencia de la experiencia. No ofrecen solo relatos estremecedores tremendamente ilustrativos, sino que dan cabida a sentimientos como el orgullo, el arrepentimiento, el patriotismo, la deshumanización o la empatía hacia el enemigo.

 

El registro audiovisual resulta sobresaliente. No es nuevo que uno de los principales atractivos de la Guerra de Vietnam como tema documental es el enorme material audiovisual de archivo existente gracias a la ausencia de censura durante la contienda, la afluencia de reporteros de todo el mundo al país del sudeste asiático y a las grabaciones que muchos de los combatientes realizaron con equipos domésticos. Vietnam fue una “guerra televisada” y todos los documentales sobre Vietnam, incluso los coetáneos al conflicto, nos permitieron seguir desde la pantalla a los soldados en campaña, en sus bases, en las aldeas del país, en las masificadas ciudades del sur. Imágenes icónicas como el asalto a la embajada norteamericana en Saigón, la ejecución de un guerrillero con un tiro en la sien a manos del general Loan o la niña Phan Thị Kim Phúc huyendo de un bombardeo afectada por las quemaduras provocadas por el napalm, que hoy en día son imprescindibles en cualquier reportaje sobre Vietnam, ya recorrieron el mundo en el momento mismo del suceso. La gran aportación de la serie de Burns y Novick es el enorme cúmulo de material audiovisual, fruto de años de documentación, la maestría del montaje, que supera a otras producciones semejantes, y la abundancia de material sobre el bando norvietnamita y el Vietcong.

Y no queremos dejar pasar por alto, para terminar el análisis de la serie, la envolvente banda sonora (de la que, por cierto, existe una pequeña selección comercializa). La música de los años sesenta y setenta, los grandes clásicos del rock y del soul que todos seremos capaces de reconocer, o puede que incluso tararear inconscientemente al ver los capítulos, forman una parte ineludible del relato y del “paisaje sonoro” de la Guerra de Vietnam, porque todas aquellas canciones, además de suponer un retrato de aquella generación (de norteamericanos) que combatió, desempeñaron, como los propios entrevistados atestiguan, un papel objetivo de su experiencia en la guerra, ya fuera como medio de evasión o de identificación con un discurso sobre la guerra.

Así, tras cerca de diez horas de imágenes cautivadoras, confesiones conmovedoras, argumentos sugerentes y, sí, una música que te introduce inevitablemente en la historia, la serie concluye y queda la imagen de un conflicto en la que los líderes, ya sea de Washington, de Saigón o de Hanói –qué más da–, no salen bien parados, y en la que es muy fácil empatizar con los protagonistas, norteamericanos y vietnamitas, de una guerra que no debería haber sido… y esa sensación que se confirma de que bien merecería la pena conseguir esas horas extras de metraje de puro y soberbio género documental que por el momento no hemos podido ver.

 

Por Jesús Jiménez Zaera, coordinador de publicaciones de Desperta Ferro Ediciones.

 

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