Batalla naval de Santiago de Cuba

Crucero español Cristóbal Colón, que participó en la batalla naval de Santiago de Cuba careciendo de su armamento principal.

Las órdenes del jefe de la escuadra española al capitán del Infanta María Teresa eran claras, debían ser los primeros en salir de puerto y, en cuanto lo hicieran, abalanzarse directamente hacia el enemigo, para dar al resto de la flota la posibilidad de escapar hacia el oeste. Puede que este fuera el sacrificio en el que pensaba el almirante. Tras el buque insignia, saldría de la bahía el Vizcaya, en vanguardia de los fugitivos, seguido por el Cristóbal Colón, el Almirante Oquendo, el Furor y el Plutón. “Tan pronto como salió el Teresa rompió el fuego a las 9 horas 35 minutos sobre un acorazado que estaba próximo, pero dirigiéndose a toda fuerza hacia el Brooklyn”, vuelve a indicar Cervera. La idea no era mala, pues dicho crucero era el navío más al oeste de la escuadra estadounidense.

La destrucción de la escuadra española

El primer buque español que cayó fue el propio Infanta María Teresa, pasadas las diez de la mañana, tras haberse enfrentado valientemente a la escuadra enemiga. “Un proyectil de los primeros le rompió un tubo de vapor auxiliar –cuenta el informe redactado por Cervera–, por el que se escapaba mucho, que nos hizo perder la velocidad con que se contaba”. Nuevos impactos siguieron. Quedó reventado un tubo de la red contraincendios, herido el capitán Concas, e hicieron explosión los proyectiles de 57 mm que, según el parte del propio Cervera, se guardaban en su cámara, provocando un incendio que no pudieron controlar. Entonces, nuevamente en palabras del propio almirante, que había tomado el mando directo de la nave: “Comprendí que el buque estaba perdido y pensé desde luego en dónde lo vararía para perder menos vidas, pero continuando el combate en tanto que fuera posible”.

Trágicas serían también las andanzas del Cristóbal Colón, el buque más rápido de la escuadra pero desprovisto de su armamento principal, que como veremos sería el último en caer, y del Vizcaya; pero vamos a centrarnos ahora en el Almirante Oquendo, cuarto buque de la fila española, al que cabe el triste honor de haber sido el segundo en ser destruido. “Una vez franco el canal se siguieron las aguas del matalote de proa y se rompió el fuego por la banda de babor, siendo constantemente hostilizado por los buques enemigos, especialmente por el acorazado Iowa y el crucero Brooklyn. –el informe es, en este caso, del teniente de navío Adolfo Calandria, que fue el oficial superviviente de mayor antigüedad y que participó en el combate desde la caseta de observación de torpedos del puente de popa– […] Se continuó navegando hasta dejar al Iowa a distancia. Esta era la situación de la Escuadra enemiga al ser avisado por el tubo acústico de haber incendios en las cámaras de torpedos de popa, viendo, al salir de la caseta, que las llamas salían por la escotilla de oficiales situada en la toldilla”. En muy mal estado, también este buque acabó por dirigirse a la costa para varar y, aunque su capitán ordenó a nuestro protagonista que arriara la bandera: “En el momento en que el buque embarrancaba, llenas de muertos y heridos las cubiertas, la artillería inútil y devorados por el incendio, el señor comandante ordenó al que suscribe arriara la bandera, pero tanto por la poca energía con que dio la orden, como por la vacilación natural en los que debían ejecutarla, no hubo lugar a que la triste orden se cumpliese; el fuego, que en aquel momento tenía grandes proporciones, quemó la driza y la bandera cayó entre las llamas”.

batalla naval de Santiago de Cuba

Destrucción de la flota del almirante Cervera en la batalla naval de Santiago de Cuba, 3 de julio de 1898, cromolitografía por Xanthus Russell Smith (1839-1929) publicada por J. Hoover & Sons.

Serían aproximadamente las 10.30 horas cuando se perdió el Vizcaya, media hora después les tocó el turno a los dos destructores de la escuadra española, el Furor y el Plutón. El capitán del primero, tras ser gravemente dañadas sus máquinas e incendiado en varios puntos, el más grave en la camareta de maquinistas, bajo la cual estaba el pañol de granadas, decidió varar el barco. No sucedió lo mismo con el Plutón que, como dice el parte correspondiente: “Próximamente a las 10 horas 45 minutos un proyectil de grueso calibre atravesó el sollado de la marinería, se inundó rápidamente y metió al buque de proa; casi al mismo tiempo, otro u otros proyectiles chocaron contra las calderas de proa y las explotaron, y otro entró por el pañol de municiones de mi cámara y además de producir una vía de agua, trajo consigo un incendio en dicho lugar”. Al final, el destructor acabaría chocando contra las rocas y hundiéndose; fue el único buque español que tuvo dicho final.

Le tocaba, ahora sí, el turno al Vizcaya, segundo de la escuadra española: “Eran las 9 horas 35 minutos cuando ya fuera del puerto y arrumbados a montar punta Cabrera, recibimos el primer tiro del enemigo, y a las 11 horas 50 minutos cuando ya sin poder hacer fuego con ninguna de las piezas de babor, traté de probar si el Brooklyn, que era el que más nos acosaba por babor y el que estaba más cerca, nos esperaría para arremeterle y con dicho objeto se guiñó a dicha banda: pero aquel barco hizo lo mismo, indicando que no quería emplear más que su artillería”. Y artillería sería, hasta que el navío, tras haber disparado “los [cañones] de la banda de babor 150 tiros”, acabó por ser arrumbado hacia tierra, con la intención de vararlo e incendiarlo. En aquel momento era toda la escuadra estadounidense la que lo acosaba: “El Brooklyn por babor, Oregón por la aleta de la misma banda, Iowa por la popa y el New York por la aleta de estribor, pero muy cerrado a la popa”.

Embarrancado finalmente el Vizcaya, solo quedaba el Cristóbal Colon, lanzado a toda máquina hacia la salvación. Una vez más, según el parte del comandante del buque: “Desde luego, vi que ni el Brooklyn ni el Oregón, que emprendieron la caza, podían alcanzarme, y se quedaba más rápidamente el primero que el segundo y continué cerca de la costa haciendo rumbo al cabo Cruz”. Sin embargo: “A la una de la tarde comenzó a bajar la presión de las calderas, disminuyendo las revoluciones de 85 a 80, empezando, por tanto, a ganarme en andar el Oregón, que poco tiempo después rompió el fuego contra el buque con sus cañones de caza de grueso calibre”. Desprovisto, como ya hemos dicho, de su artillería principal, el último navío de la escuadra española acabaría por embarrancarse también.

La batalla naval de Santiago de Cuba había concluido.

 

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