acorazado Bismarck

El acorazado Bismarck navegando ante las costas de Blankenese (Hamburgo), muy próximas a los astilleros de Blohn & Voss, donde se construyó el buque. Adolf Hitler pronunció estas palabras en el discurso de su botadura: “Hace veinte años la flota halló su final y su destino en la mar tras cuatro años de bravo combate, que sigue llegando hoy día al corazón de cada alemán […]. Seis años después de la revolución nacionalsocialista, hoy presenciamos la botadura del tercer y más grande de los acorazados de nuestra flota. Como Führer del pueblo alemán y canciller del Reich, no puedo darle un mejor nombre, extraído de nuestra historia, que el del hombre que fue valiente adalid, creador de aquel Reich alemán cuya visión nos provee ahora de los medios para la resurrección desde la implacable adversidad y para la extraordinaria expansión de la nación. Los fabricantes, ingenieros y operarios industriales alemanes han creado el imponente casco de este orgulloso gigante de los mares”. © Bundesarchiv, Bild 193-04-1-26/Photographer: o.Ang

En servicio desde 1940, el Bismarck era el acorazado más moderno del momento pero representaba también el canto de cisne de estos grandes buques artillados cuyos días de gloria prácticamente habían terminado con la Primera Guerra Mundial. Su propia construcción simbolizó la naturaleza contradictoria del programa naval alemán de entreguerras, que pretendía una flota híbrida: un puñado de acorazados y cruceros para contrarrestar la supremacía naval británica, y montones de submarinos con algunos buques de incursión de superficie para cortar las líneas de abastecimiento enemigas. Este concepto era intrínsecamente erróneo: los principales buques de guerra alemanes nunca llegaron a ser lo suficientemente numerosos como para suponer una seria amenaza para la Royal Navy británica y, en cambio, su construcción desvió recursos preciosos de los más efectivos submarinos. Además, los planificadores alemanes ignoraron la importancia de la fuerza aérea. No es casual que, del mismo modo que el Bismarck tuvo que tantear a ciegas su ruta por el Atlántico, sin medios de reconocimiento fiables, información ni aparatos de detección a corta distancia, los U-Boote alemanes permanecieran hasta 1944 con el mismo nivel de desarrollo que en 1918.

Hasta los enemigos de Alemania han reconocido que el Bismarck era un hermoso barco. Desde la distancia, su silueta transmitía una sensación de simetría, elegancia y poderío; de cerca, sus cañones de 38 cm en cuatro torretas gemelas y su abundante artillería secundaria confirmaban esta impresión. El puente alojaba un sistema de radar poco efectivo y numerosas plataformas para telémetros, control de fuego y comunicaciones, y cerca de su única chimenea cruzaba el barco una catapulta capaz de lanzar hasta cuatro hidroaviones. El blindaje principal del buque era de 320 mm y, con sus más de 251 m de eslora y 36 de manga, desplazaba 42 000 t y alcanzaba una velocidad punta de poco más de 30 nudos, con una autonomía efectiva de 9000 millas náuticas. El Bismarck podía jactarse de ser más poderoso que cualquiera de sus oponentes más rápidos y más veloz que los más fuertes. Su tripulación de 2221 oficiales y marineros lo consideraba indestructible y ni la memoria del canciller Otto von Bismarck, reconocido por su evaluación realista de las situaciones, ni la pérdida cerca de treinta años antes del invulnerable Titanic, pudieron contrarrestar esta manifestación de arrogancia germánica.

Una vez en servicio, el Bismarck fue sometido a ejercicios exhaustivos, pruebas de velocidad y prácticas de fuego en el mar Báltico y, bajo el mando del capacitado capitán Ernst Lindemann, la tripulación se convirtió en una unidad cohesionada y operativa que pronto estuvo preparada para el combate. A principios de 1941 estaba listo para dejar su impronta en la batalla del Atlántico.

Los británicos tenían buenos motivos para preocuparse. Los franceses habían sido derrotados de forma rotunda en 1940 –y ellos mismos habían tenido que evacuar su ejército en Dunkerque–, Italia se había unido a Hitler como miembro del Eje, la neutral España prestaba asistencia a Alemania y ni Estados Unidos ni la Unión Soviética estaban involucrados aún en la guerra. Además, Alemania había ocupado Dinamarca y Noruega para extender el flanco septentrional alemán y las bases occidentales en Francia mejoraron ostensiblemente su salida al Atlántico, por lo que no es de extrañar que el primer ministro Winston Churchill dijera, en 1940, cuando la Royal Air Force evitó el dominio alemán sobre el cielo británico durante la batalla de Inglaterra y obligó a Hitler a abandonar los planes para desembarcar en sus costas, que había sido “el mejor momento” de su país. Pero incluso entonces, el principal peligro no era la invasión directa sino el lento y asfixiante estrangulamiento económico si Alemania lograba diezmar los convoyes de suministro que mantenían a Gran Bretaña libre y con vida.

Para afrontar este reto, la Royal Navy empleó dos tipos de barcos de guerra: un poderoso contingente de portaaviones, acorazados, cruceros de batalla, cruceros pesados y ligeros y destructores, tanto en sus propias aguas como por todo el mundo, para proporcionar apoyo remoto a los convoyes que circulaban hacia y desde puertos británicos y contener a buques del Eje como el Bismarck; y las escoltas de convoyes, formadas por destructores, corbetas, balandras, cazasubmarinos e incluso arrastreros reconvertidos, que navegaban permanentemente en torno a las lentas columnas de mercantes manteniendo una estrecha vigilancia y atentos con el sonar a la presencia de submarinos en las proximidades. Sus cañones podían alcanzar a los U-Boote si los sorprendía en superficie y sus cargas de profundidad podían dañarlos y destruirlos si se veían obligados a sumergirse, pero la vida en esas escoltas era extenuante y sus tripulantes sabían que no tenían la más mínima posibilidad de defenderse si uno de esos grandes buques alemanes aparecía inesperadamente.

Este era, precisamente, el escenario que tenían en mente los planificadores alemanes cuando concibieron las operaciones de los acorazados y cruceros contra los convoyes atlánticos. Sabían que esas acciones tendrían que ser encubiertas y de corta duración o en localizaciones remotas, y que una vez detectados y perseguidos, tendrían que huir hacia sus bases en Noruega y Francia. Sabían igualmente que esos cazadores de convoyes tendrían que proporcionarse su propio reconocimiento, puesto que Alemania solo disponía de una ínfima fuerza aeronaval para apoyarles, pues sus escasos aparatos tenían un alcance limitado y muy pocas bases avanzadas para detectar al enemigo. Alemania confió especialmente en la información de radio, los informes de los U-Boote y en la buena suerte para guiar a los incursores de superficie hacia su presa. La primera de esas operaciones, que involucró al acorazado de bolsillo Graf Spee, disfrutó de una gloria inicial pero terminó con su autodestrucción en noviembre de 1939 cuando el navío fue perseguido hasta Montevideo por cruceros británicos. Otras aventuras llevadas a cabo por barcos mercantes reconvertidos, camuflados y artillados consiguieron más víctimas, pero sus actividades se limitaron a áreas alejadas de las rutas habituales de navegación en las que los aliados siguieron navegando en solitario hasta que en 1942 los convoyes se hicieron omnipresentes.

Operación Rheinübung

Así estaban las cosas cuando se inició la misión del Bismarck que, acompañado por el novísimo crucero pesado Prinz Eugen, abandonaría el Báltico a través de los estrechos daneses, repostaría en Noruega o de un buque cisterna preestablecido en aguas del Ártico y luego optaría entre el estrecho de Dinamarca –entre Islandia y Groenlandia– o el paso entre las islas Feroe e Islandia para salir al Atlántico a cazar convoyes aliados. Al finalizar sus actividades, ambos barcos se retirarían hacia Europa y regresarían a Noruega o buscarían refugio en las bases de Brest o St. Nazaire, en la Francia ocupada. Habría buques cisterna en zonas discretas para proporcionarles combustible si era necesario. El almirante Günther Lütjens, a bordo del Bismarck con su plana mayor, estaría al mando de la misión, que recibió el nombre en clave Rheinübung (Maniobra Rin).

El secreto era de vital importancia, por lo que la fuerza dejó Gdinia, en la actual Polonia, el 19 de mayo bajo un cielo encapotado. Tras atravesar el Gran Belt por la noche y seguir luego la costa occidental de Suecia, los dos barcos alcanzaron el Skagerrak a última hora del 20 de mayo y prosiguieron hacia un fiordo cerca de Bergen, en la costa occidental de Noruega, para permitir que el Prinz Eugen llenara sus depósitos. Era inevitable que alguien advirtiera el paso de los barcos e informara, como hizo efectivamente un crucero sueco. El 21 de mayo, los servicios de intercepción radiofónica alemanes confirmaron que los británicos sabían que el Bismarck estaba en aguas noruegas, pero la cobertura de las nubes bajas evitó una identificación efectiva hasta que un caza localizó al buque fondeado ante Bergen. Aun así, un escuadrón británico encontró el fondeadero vacío cuando intentó posteriormente hacer una incursión de bombardeo, ya que en la noche del 21 de mayo el Bismarck y el Prinz Eugen habían desaparecido rumbo norte sin destino conocido.

El avistamiento estremeció a los miembros del Almirantazgo en Londres y del cuartel general de la Home Fleet en Scapa Flow, en las islas Orcadas, al norte de Escocia. El almirante John C. Tovey se convirtió en el responsable de capturar a los incursores alemanes o, al menos, minimizar los daños que pudieran causar. Mientras el Norfolk y el Suffolk, dos de los cruceros pesados con los radares más avanzados, patrullaban el estrecho de Dinamarca, y otros lo hacían por el canal de las Feroe, en el lado más próximo a Islandia, Tovey hizo zarpar las fuerzas que convergerían hacia la formación alemana. Tenía bajo su mando directo al poderoso crucero de batalla Hood, junto a los acorazados Prince of Wales y King George V y cuatro cruceros y nueve destructores más. Un segundo escuadrón, estacionado en la costa occidental de Inglaterra, estaba formado por el portaaviones Victorious, los cruceros de batalla Rodney y Repulse y una escolta de destructores. Por último, estaba la Force H del almirante James Somerville, con base en Gibraltar y organizada en torno al portaaviones Ark Royal y el acorazado Renown, que podía unirse rápidamente a la caza, sobre todo si Lütjens optaba por poner rumbo a una base francesa.

HMS Hood Royal Navy hundir al Bismarck

Vista de los cañones de 38 cm del crucero de batalla HMS Hood de la Royal Navy durante unas maniobras anteriores a la guerra. El que se divisa al fondo es el HMS Repulse, otro crucero de batalla de la clase Renown. El Hood, la principal víctima del acorazado Bismarck, se hundió con toda su tripulación, 1418 hombres, exceptuando a tres únicos supervivientes –el marinero Robert Tilburn, el guardiamarina William Dundas y el señalero Ted Briggs–. U. S. Navy Historical Center.

Ambos bandos tenían que vigilar el consumo de combustible, por lo que Tovey dividió y reorganizó sus fuerzas en función de la velocidad con la que podían alcanzar el lugar de la acción, y los destructores dejaron temporalmente sus posiciones para repostar combustible en las bases más próximas. Esto también significaba que el Hood y el Prince of Wales, bajo mando del vicealmirante Lancelot Holland, llegarían al área de batalla prevista antes que sus compañeros más lentos, mientras Tovey seguía su estela con el resto de las fuerzas. Por el contrario, aunque el Bismarck no repostó ni una sola vez en toda la operación, su separación final del Prinz Eugen no solo fue para que este evitara sufrir su destino, sino que también se debió a sus bajas reservas de combustible.

La batalla del estrecho de Dinamarca

Entre el 21 y 23 de mayo los británicos perdieron contacto con Lütjens durante casi 48 horas, después de que este realizara un viraje completo al noroeste antes de dirigirse a toda velocidad hacia el brumoso y helado estrecho de Dinamarca. A las 20.22 del 23 de mayo, el crucero Suffolk restableció contacto visual y por radar con la formación alemana y alertó a Londres: “un acorazado y un crucero de batalla, posición 20º, distancia 13 km, rumbo 240º”. La unidad de inteligencia alemana a bordo del Prinz Eugen interceptó y descifró el mensaje inmediatamente y se lo notifico a Lütjens mediante señales, quien supuso que su localización estaba comprometida y rompió el silencio de radio para trasladar la noticia a sus superiores.

A lo largo de la mañana del 24 de mayo se desató un juego del gato y el ratón entre tormentas de nieve intermitentes, a velocidades que alcanzaron los 30 nudos y con fuego naval ocasional, en el que el Bismarck, intercambiando frecuentemente su posición con el Prinz Eugen, arrastró al Suffolk y al Norfolk a una carrera desenfrenada hacia el sudoeste intentando sacudirse a sus perseguidores. Entretanto, las fuerzas de Holland alteraron su rumbo para interceptar a la formación alemana al sudoeste de Islandia, pero Lütjens, desconocedor de que la Home Fleet estaba en alta mar y con su vanguardia próxima, seguía siendo optimista. Ciertamente, los alemanes desaparecieron de las pantallas de radar británicas durante varias horas, hasta cerca de las 3.30, pero de algún modo el Suffolk retomó contacto y transmitió a Holland y a Tovey la posición y movimientos de Lütjens y, dos horas después, a las 5.30, un vigía avistó desde la cofa al enemigo hacia el oeste. La persecución estaba a punto de convertirse en combate.

El Hood, el Prince of Wales y los dos cruceros eran claramente superiores a la formación alemana, excepto por una desventaja fundamental: por su diseño, los cruceros de batalla sacrificaban protección en favor de velocidad y en el caso del Hood su artillería principal de 38 cm, semejante a la del Bismarck, se había conseguido a costa de debilitar el blindaje de cubierta. A largo alcance los proyectiles podían impactar directamente desde arriba y someter el blindaje del buque a una dura prueba, pero si el Hood se acercaba al enemigo los proyectiles impactarían en un ángulo más agudo y posiblemente rebotarían antes de causar daño, no es pues de extrañar que el almirante Holland optara por reducir la distancia tan rápido como fuera posible una vez que los alemanes fueron avistados.

Mapa caza del acorazado Bismarck Hood batalla

Mapa de la caza del acorazado Bismarck, 21-27 de mayo de 1941. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

En el momento del contacto estaba en cabeza el Prinz Eugen y no el Bismarck, lo que confundió a los artilleros de Holland porque el perfil del crucero se parecía bastante al del acorazado, cuyos cañones de 20,3 cm estaban desplegados de forma idéntica. A las 5.53 los navíos británicos abrieron fuego sobre el Prinz Eugen, sin hacer blanco, y permitieron que el Bismarck apuntara al Hood sin ser atacado. Holland había abierto su formación para poder girar todos sus cañones, por lo que presentaba blancos más fáciles a los alemanes. Entonces sucedió: poco después de las 6.00, a una distancia de 16 km, la quinta salva del Bismarck penetró el blindaje del Hood. Un fogonazo atravesó rápidamente la santabárbara y voló el barco en un tremendo estallido cegador que solo dejó una elevada columna de humo negro para señalar el lugar del desastre. De su tripulación de 1421 hombres, solo sobrevivieron 3. Entonces, el Bismarck intercambió salvas brevemente con el Prince of Wales donde ambos acorazaros recibieron y absorbieron los impactos, hasta que el buque británico viró finalmente al este, permitiendo que los alemanes continuaran hacia el sur perseguidos a distancia por el Suffolk y el Norfolk, bajo el mando del contraalmirante Frederick Wake-Walker, ahora el oficial presente de mayor rango tras la muerte de Holland.

Durante la hora siguiente ambos bandos tomaron las decisiones que sellarían el destino del Bismarck. Tras descubrir que un proyectil enemigo había penetrado un depósito de combustible delantero por el que, sin afectar a la operatividad del navío para combatir, empezaba a soltar un rastro de fuel mientras el agua se colaba por la abertura, Lütjens informó al Mando Naval Occidental que suspendería la operación ofensiva y se dirigiría hacia St. Nazaire, en Francia, para reparaciones, al tiempo que el Prinz Eugen –un buque afortunado que no solo sobreviviría a Rheinübung, sino que se mantendría operacional hasta la rendición de Alemania– se separaba para operar por su cuenta contra la marina mercante. La última fotografía del Bismarck muestra al acorazado con la proa ligeramente hundida mientras se abre paso entre la mar gruesa.

Mientras tanto, un adusto almirante Tovey juró vengar la pérdida del Hood y evitar a toda costa que el Bismarck escapara. Sus fuerzas seguían siendo enormemente superiores al acorazado alemán pero estaban desperdigadas y, ahora que se conocía la posición y la trayectoria enemigas, había que concentrarlas. Con el Prince of Wales y los cruceros de Wake-Walker en la zona y otros elementos de la Home Fleet maniobrando para cortar la retirada del Bismarck, la Force H, procedente de Gibraltar, viró hacia el noroeste, y los convoyes en las proximidades fueron redirigidos lejos del peligro.

Un arma nueva se sumó entonces al combate contra los alemanes, nueve torpederos Swordfish despegaron del portaaviones Victorious a última hora del 24 de mayo para atacar al enemigo a 160 km hacia el oeste. Con una acción evasiva y una ráfaga de fuego antiaéreo, el Bismarck eludió todos los torpedos menos uno, que impactó en estribor sin efectos significativos. Todos los Swordfish volvieron sanos y salvos. Lütjens sabía ahora que el peligro acechaba desde muchas direcciones y formas y que parecía improbable una retirada sin nuevos enfrentamientos.

El hundimiento del acorazado Bismarck

Su última oportunidad de escabullirse tuvo lugar poco después de las 3.00 del 25 de mayo, cuando el confiado Suffolk perdió al Bismarck en su radar y durante más de 30 horas los británicos desconocieron el paradero del acorazado alemán. Tovey pensó que el enemigo se estaba abriendo paso hacia Noruega y desplegó sus navíos en consecuencia, mientras los técnicos de seguimiento del Almirantazgo en Londres dedujeron acertadamente del volumen del tráfico de radio alemán que el Bismarck se estaba dirigiendo hacia Francia. Al final, Tovey se encontró casi fuera de escena mientras la Force H de Somerville navegaba directamente hacia el enemigo. A las 10.30 del 26 de mayo, el acorazado alemán avistó un avión a babor. La batalla estaba a punto de reanudarse.

Se trataba de un PBY Catalina proveniente de Irlanda del Norte pilotado por un voluntario norteamericano, que transmitió la posición y el rumbo del acorazado y puso de manifiesto que solo la Force H de Somerville –formada por el portaaviones Ark Royal, el acorazado Renown y el crucero pesado Sheffield, a unos 100 km justo al este de Lütjens, podía evitar que el Bismarck alcanzara Francia. A las 11.45 el Almirantazgo autorizó los ataques aeronavales, pero Somerville tendría que abstenerse de cualquier duelo artillero hasta que pudieran intervenir el King George V y el Rodney de Tovey. El destino del Hood pesaba en la mente de todos.

Somerville pidió al Sheffield que asumiera un papel de seguimiento similar al del Suffolk en días anteriores, y poco después de las 15.00 el Ark Royal lanzó sus biplanos Swordfish. Hubo una especie de intermedio cómico cuando estos estuvieron a punto de hundir su propio crucero, y solo una segunda oleada de 15 aparatos, que despegó a las 19.00, se dirigió hacia su verdadero objetivo, que para entonces ya había sido localizado por el radar del Sheffield. Mientras se ponía el sol tuvo lugar una violenta acción, en la que los biplanos trataron desesperadamente de lanzar sus torpedos en la mar agitada mientras el Bismarck maniobraba violentamente y descargaba abundante fuego antiaéreo. De forma increíble, dos de los torpedos alcanzaron su objetivo: uno, en el centro del buque, provocó una nueva vía de agua, y otro, mucho más mortífero, atascó los dos timones del acorazado hacia babor. Mucho antes que Pearl Harbor, el poder aéreo en el mar se había convertido en un factor de cambio crucial.

Los equipos de control de daños trabajaron frenéticamente para estabilizar el acorazado, mientras mantenía alejado al Sheffield con unos pocos disparos de aviso. Pero a pesar de que el capitán Lindemann redujo la velocidad y trató de maniobrar la nave solo con el motor para evitar que navegara incesantemente en estrechos círculos, su dirección siguió siendo errática. Nada dio resultado, el gigante se había convertido en una presa fácil, mientras sus cazadores recargaban armas. Al amanecer del 27 de mayo, Lütjens envió un mensaje a Hitler asegurando su fidelidad y su voluntad de combatir hasta el último proyectil.

Los primeros en reforzar al Sheffield fueron cinco destructores de la escolta de un convoy aliado cercano, que durante la noche atacaron al Bismarck, con valentía pero sin éxito, con torpedos y artillería, haciéndole gastar una valiosa munición. También llegó el crucero Dorsetshire desde otro convoy, junto al Norfolk. Mientras, Tovey trató de llegar al escenario al alba con sus principales unidades, igual que Somerville con el Renown.

A bordo del Bismarck se extendió una sensación de pesadumbre. Los intentos de transferir el diario de a bordo, el material fotográfico y las últimas cartas de la tripulación al submarino U-556, en las proximidades, o de llevarlos a Francia en hidroplano resultaron fútiles. Según se estrechaba el lazo con la llegada de las unidades principales de Tovey, los más de 2200 tripulantes del coloso vencido solo podían esperar un piadoso final.

Supervivientes acorazado Bismarck

El HMS Dorshetshire recoge supervivientes del acorazado Bismarck. En las misiones de rescate de posibles supervivientes participó también el crucero pesado español Canarias, al mando del capitán González-Aller, que zarpó de Ferrol el día 27 con una escolta de dos destructores que, sin embargo, se vio obligada a retornar a la base por el fuerte temporal. El buque español no localizó supervivientes, sino solo los cadáveres del cabo músico (Musikobergrefeiter ) Walter Grasczak y el señalero (Marinesignalgast ) Heinrich Neuschwander, cuyos cuerpos fueron devueltos al mar. Imperial War Museum.

Pero no habría clemencia. El bombardeo final comenzó a las 8.47 cuando el King George V empezó a disparar proyectiles de 35,6 cm contra el acorazado alemán, cuyo fuego se fue volviendo tan errático como su velocidad y su rumbo. Cuando el Rodney se unió a la refriega, al igual que los cruceros y los destructores, lo que siguió no fue una batalla sino una carnicería. Con más de 400 impactos directos, cada cañón y torpedo disponibles se aseguraron de que el Bismarck no volviera a combatir nunca más ni abandonara el lugar de su último aliento. ¿Tiene importancia qué buque dio el golpe final?, ¿le preocupa a alguien cuándo quedo inoperativo el último cañón del Bismarck?, ¿o si se minó desde dentro o simplemente se hundió después de que la matanza en sus cubiertas solo dejara un puñado de hombres vivos? En algún momento después de las 10.15 el fuego ceso gradualmente, y media hora después, vencedores y vencidos vieron al acorazado sumergirse para siempre.

Las operaciones de rescate comenzaron casi inmediatamente, pero atemorizados por los submarinos, el Dorsetshire y otros navíos solo lograron rescatar del agua gélida a 114 oficiales y marineros, entre los que no se encontraban Lütjens ni Lindemann. La batalla del Atlántico, con los U-Boote tratando en vano de hacer girar la balanza, causaría estragos durante otros cuatro años, pero ningún buque de guerra alemán de superficie llegaría a atemorizar a los británicos tanto como lo hizo el acorazado Bismarck en su primera y fatal misión en mayo de 1941.

Bibliografía

  • Bercuson, D. J.; Herwig, H. H. (2003): The Destruction of the Bismarck. New York: Overlook.
  • Kennedy, L. (1974): Pursuit: The Chase and Sinking of the Battleship Bismarck. London: Collins.
  • Müllenheim-Rechberg, B. von (1980): Battleship Bismarck: A Survivor’s Story. Annapolis: Naval Institute Press.
  • Zetterling, N.; Tamelander, M. (2009): Bismarck: The Final Days of Germany’s Greatest Battleship. Philadelphia: Casemate.

Eric C. Rust es alemán de nacimiento y docente en la Baylor University, la más antigua de Texas, desde 1984. Su área de investigación y sus publicaciones se centran en la historia naval y marítima alemana en los siglos XIX y XX.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Contemporánea n.º 11 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Contemporánea n.º 12: La batalla del Atlántico.

Etiquetas: ,

Productos relacionados

Artículos relacionados

Música y canciones en la Segunda Guerra Mundial

Desde hace siglos, ya sea acompañando a las tropas en la batalla, entreteniendo a los hombres tras los combates o reforzando su espíritu de cuerpo, la música y la vida militar siempre han estado estrechamente unidas. Buenos ejemplos de ello podrían ser Garryowen con el 7.º de Caballería del general Custer durante las guerras indias, una espectacular Marilyn Monroe cantando a las tropas en Corea o La Marcha de los Granaderos inmortalizada por Kubrick en su película Barry Lyndon. Y si todos estos conflictos han tenido su música, lógicamente la... (Leer más)