Situadas en el centro de Europa, tanto Prusia primero como Alemania después fueron muy conscientes de que una guerra larga solo podía serles desfavorable, de modo que se planteó la necesidad de conseguir una gran victoria operacional por medio de una Vernichtungsschlag (batalla de aniquilación) que, con la derrota total del ejército enemigo, llevara a su derrota estratégica. El modelo de batalla de este tipo que tomaron inicialmente los altos jefes militares germanos fue la derrota romana ante Aníbal en la batalla de Cannas, en el año 216 a.C., sin embargo 1870 les brindaría un ejemplo contemporáneo que iba a incrustarse profundamente en la psique colectiva de su Estado Mayor General, la derrota francesa en Sedán a primeros de septiembre.

Operación Barbarroja hacia Stalingrado

Un soldado de la Wehrmacht camina hacia el cadáver de un enemigo, mientras un BT-7 arde al fondo. Sur de la Unión Soviética, Operación Barbarroja, 1941.

Tras considerarse certificada la validez del argumento, se intentó utilizar el mismo modelo militar en las dos guerras mundiales. En la Primera, el Plan Schlieffen fue un ejemplo fallido del planteamiento, y la ofensiva de Tannenberg, en el este, un éxito, aunque menor que, tras la derrota de 1918, serviría –junto con la llegada de nuevos medios, como los Panzer– como excusa para volver al mismo planteamiento en 1939, esta vez con un éxito rotundo. Ese año caía Polonia, al siguiente, Francia en apenas seis semanas, y después, Yugoslavia y Grecia. Todo estaba listo para el gran enfrentamiento, la invasión de la Unión Soviética.

Según el historiador Karl-Heinz Frieser, sin embargo, la Blitzkrieg era un espejismo que había obtenido sus éxitos no porque la teoría fuera buena, sino gracias a las iniciativas concretas de mandos señalados sobre el terreno; y el sentimiento de superioridad que generó de cara a su aplicación en la Unión Soviética acabó en un desastre. Aun así, los primeros meses fueron una sucesión de éxitos resonantes. Las grandes bolsas de Bialistok-Minsk, Smolensko, Luga, Kiev o Viazma-Briansk, por citar tan solo unas pocas (véase Glantz, D. (2017): Choque de Titanes. Madrid: Desperta Ferro Ediciones), rindieron cientos de miles de prisioneros soviéticos, pero la “aniquilación” no había sido suficiente, y las victorias operacionales no llevaron a la esperada victoria estratégica, el Ejército Rojo no solo iba a seguir luchando, sino que además contratacó ante Moscú.

Prisioneros rusos capturados en Viazma-Briansk, hasta 650 000 según las fuentes alemanas, esperando para ser trasladados a un campo de prisioneros. Rusoa, 2 de noviembre de 1941.

Ambos contendientes afrontaron el año 1942 de un modo nuevo. Para el Ejército Rojo de Stalin, a la sombra del éxito ante Moscú, había que desencadenar tantos contrataques como fueran posibles, lo que llevaría, entre otras, a la segunda batalla de Járkov; para la Wehrmacht, había que reagrupar las unidades, reabastecerlas y reforzarlas para volver al ataque, pero esta vez iba a ser en un frente más estrecho, el del sector sur, y con unas premisas distintas. La base de las operaciones germanas en el verano de 1942 fue la Directiva del Führer n.º 41 (5 de abril de 1942), de la que podemos extraer dos ideas fundamentales: que los alemanes consideraban que la Unión Soviética había sufrido un profundo desgaste: “El enemigo ha sufrido bajas severas en hombres y en material. En su esfuerzo por explotar lo que consideró como éxitos iniciales, ha gastado, durante el invierno, el grueso de las reservas previstas para las operaciones posteriores”; y que para derrotarlo definitivamente había que acabar con sus recursos: “Nuestro objetivo es acabar con la totalidad del potencial defensivo que aún tienen los sóviets, y aislarlos, tanto como sea posible, de los núcleos más importantes de su industria de guerra”.

En lo que al desgaste biológico se refiere, es importante citar una declaración de Reinhard Gehlen, recién llegado al frente del Fremde Heere Ost (ejércitos extranjeros este), el organismo de información que se encargaba de evaluar la capacidad del Ejército Rojo, quien afirmó ante la Kriegsakademie (academia de la guerra), el 9 de junio de 1942, que: “El adversario ya no puede permitirse, sin consecuencias, sufrir bajas como las de las batallas de Bialistok, Viazma y Briansk. No podrá, por segunda vez, enviar al ataque reservas en la misma cantidad que las utilizadas en el invierno de 1941-42”. También es importante la cuestión industrial. Según las estimaciones alemanas, una vez alcanzados el Volga y el Cáucaso la Unión Soviética habría perdido el 81% (aproximado) de su producción de carbón, el 95% del manganeso, el 90% del petróleo y entre el 50% y el 65% del aluminio, acero en bruto, y mineral del hierro, por citar tan solo algunas materias primas básicas.

Fall Blau

Soldados de las SS durante la Operación Fall Blau, julio-agosto de 1942.

Hay que sumar a estos razonamientos el hecho de que la Operación Blau, la ofensiva hacia Stalingrado, siempre según la directiva n.º 41, planteaba una nueva forma de operar. “La experiencia nos ha demostrado que los rusos no son muy vulnerables a los movimientos de cerco operacional. En consecuencia, es de una importancia decisiva que, como en la batalla doble de Viazma-Briansk, las penetraciones del frente tomen la forma de movimientos en tenaza de menor envergadura. Debemos evitar cerrar la pinza demasiado tarde, dando con ello la posibilidad al enemigo de evitar su destrucción. No debe suceder que, al avanzar demasiado rápido y lejos, las formaciones acorazadas y motorizadas pierdan contacto con la infantería que las sigue […]”.

Así, la represión de las grandes operaciones móviles y el aumento en importancia de las ideas citadas en la directiva marcaban el fin de la Blitzkrieg pura, tal y como había sido empleada en Francia, y daban inicio a una guerra de desgaste que los alemanes perderían finalmente en Kursk en 1943, punto final de una pendiente que se inició a las puertas de Stalingrado.

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