Entrevista-Goldsworthy-webD.F. Dr. Adrian Goldsworthy, en su caso, ¿cuál fue la chispa que suscitó su interés por la historia romana?

A.G. Varias cosas. De niño, todas las navidades y en Semana Santa acostumbraban a emitir películas como Espartaco, Ben Hur, etc. Y también estaban los libros de Astérix, que adoraba. Siempre he sentido fascinación por la historia. Mi padre pertenecía a la generación que vivió la guerra; tenía una pequeña tienda, bastante tranquila, que le daba mucho tiempo para conversar con los clientes. Muchos de ellos habían sido veteranos en las colonias del Imperio británico, y acostumbraban a relatar sus experiencias. Escuchándoles, tenía la sensación de que la historia era algo muy real, de gente real. Además vivía cerca de las ruinas del campamento romano de Caerleon, que podía visitar. Los romanos por tanto pertenecían a “mi historia”. En todo caso siempre procuro subrayar el elemento humano de la historia, pues trata de personas que, aunque vivieron hace 2000 años no son tan distintas de las que escuchaba yo en la tienda de mi padre. Si olvidamos eso, que se trata de culturas distintas pero en esencia muy similares a nosotros, no comprenderemos nada.

D.F. ¿Y, esta aproximación significa también alejarse de la historia militar decimonónica, de Kromayer y Veith, de análisis de las batallas desde la perspectiva de un general?

A.G. Sí, desde luego hay que evitar la simplicidad de ese modelo. Uno de los problemas de la tradición prusiana es que cree que se puede hacer una ciencia de la guerra. Los británicos, franceses o españoles, con la experiencia de haber poseído un imperio, son conscientes de las enormes diferencias entre los distintos ejércitos, no solo tecnológicamente sino en la forma de concebir la guerra. Esto permite intuir que los ejércitos de la Antigüedad podrían ser también muy diferentes a los nuestros, con distintos objetivos. El elemento humano es crucial.

D.F. En su haber tiene Vd. obras que distan desde un ensayo acerca de Augusto hasta novelas acerca de la Guerra de Independencia Española ¿Le resulta difícil saltar de uno a otro registro?

A.G. Sí, desde luego; me obliga a cambiar completamente de sistema de trabajo y no puedo hacer ambas cosas al mismo tiempo. Y es que se trata de estilos muy diferentes, que no pueden mezclarse. Lo cierto es que para mí es muy divertido, pues me permite escribir diálogos y situaciones que no estoy obligado a documentar. Por otro lado contamos con tantas referencias para el periodo napoleónico, con las que no contamos para el romano, que resulta muy interesante porque nos sirve a modo de recordatorio de todo aquello que no se ha conservado acerca de la vida cotidiana de los antiguos romanos. Por ejemplo hace poco se ha descubierto un documento del siglo I d. C. hallado en Egipto consistente en un informe escrito por un jinete romano acerca de un asalto militar, ¡y está escrito de un modo que casi recuerda a las películas de John Wayne! Parece un western. Se trata por tanto de una pequeña muestra que nos hace intuir la gran cantidad de historias de las que no nos ha quedado documentación alguna. Con esto quiero decir que creo que el estudio de los ejércitos de épocas más modernas nos puede ayudar a comprender los ejércitos de época romana, aunque solo sea porque nos recuerda la importancia de pequeños asuntos como la necesitad de avituallar a todos los soldados con botas, etc. que son cuestiones de crucial importancia pero generalmente ignorados por los autores clásicos. Por ejemplo, sabemos que en vísperas de la batalla de La Albuera una brigada británica carecía de botas, de modo que hubieron de hacerlas localmente. Pero estas eran de mala calidad y las costuras estaban por el interior, y esa es una de las razones por las que esta unidad participa en pocas batallas: ¡no son capaces de desplazarse a ningún lado! Y uno se pregunta cuántos episodios semejantes se dieron en la Antigüedad, pero desconocemos.

D.F. Siguiendo este mismo hilo, todos hemos oído hablar de la denominada “revolución militar” del siglo XVI, pero otros autores, como Fernando Quesada, sugieren que la guerra tampoco cambió tanto, al menos no hasta finales del s. XIX, y que por tanto César pudo haber comprendido una batalla de época Napoleónica ¿Qué opina Vd.?

A.G. Sí, es posible. Ahora bien, por un lado la presencia de la artillería implica una importante diferencia. Por otro el número de combatientes también. Si pensamos en la batalla de Leipzig, nos cuesta imaginar una concentración semejante de tropas en el Mundo Antiguo, así como la sucesión de tremendas batallas que conducen a ella. Pero efectivamente el resto de características son muy semejantes: la comunicación es la misma, los soldados aún se visten para ser vistos, con colores llamativos, y no para camuflarse del enemigo. Asimismo, gran parte de los combates se ejecutan en orden cerrado, y la tropa debe realizar marchas y maniobras. El transporte es igualmente en acémilas, o se vive del terreno. De modo que efectivamente hay similitudes importantes, que son las que explican el hecho de que Napoleón leyera –y comprendiera– a César. Esa es también una ventaja de los historiadores decimonónicos frente a nosotros, ya que por lo menos eran capaces de concebir el tamaño que ocuparía un determinado número de tropas desplegado sobre el terreno, cosa que para nosotros es harto difícil. En una ocasión fui testigo de una reconstrucción de la batalla de Hastings en la que había logrado reunir un centenar de jinetes, y lo cierto es que ocupaban un espacio muy amplio, y eso que solo eran cien caballos; imaginemos el caso real, con cifras muy superiores.

D.F. Ha mencionado que es preciso saber comunicar al gran público ¿es esto quizá despreciado por algunos académicos?

A.G. ¡Sin duda! Hay muchos que tras haber ejercido como profesores durante años siguen sin ser capaces de enseñar. Por otro lado hay muchos aficionados que merecen que se escriba para ellos. Además, la historia militar tiene la virtud de que te obliga a explicar una victoria o una derrota, lo que impide que el historiador se enrede en interpretaciones postmodernas, como vemos a veces en las aulas; hay que explicar la logística, las cifras, etc. de modo que hay que tener los pies sobre la tierra.

D.F. De hecho, su tesis trataba sobre el ejército romano pero tratando de acentuar la visión pedestre, del combatiente.

A.G. Sí, creo que es preciso conocer el terreno pero tampoco se puede caer en el extremo opuesto de convertir a los contingentes en chinchetas en un mapa. Las fuentes clásicas están repletas de alusiones al valor de la moral del combatiente. En el pasado solo se estudiaba panoplia y táctica, desdeñando la parte humana. Al comenzar mi trabajo doctoral Hanson ya había publicado The Western Way of War: Infantry Battle in Classical Greece, inspirado por Keegan, y pensé que nadie había tratado de aplicarlo a la Antigua Roma. Resulta sorprendente ver que había varias personas, como Sabin o Quesada, trabajando en una línea similar pero sin conocerse los unos a los otros. Y es que todavía hay muchos que tratan de escribir historia obviando la importancia de la guerra; yo mismo he recibido críticas porque en mi libro de Augusto hay mucha historia militar; pero es que hablamos de Augusto, ¡imperator! ¡La Res Gestae están repletas de conquistas! No cabe duda de que la guerra es históricamente relevante.

D.F. ¿Ha sentido alguna vez que a los historiadores militares se los asocia con cierto ideario político?

A.G. ¡Sin duda! En el mundo académico, declarar que estás trabajando en historia militar es equivalente a decir que quieres invadir Polonia. Según tengo entendido, en una ocasión a la Universidad de Virginia le fue ofrecido un dinero para que desarrollara una cátedra de Historia de la Guerra Civil Americana, y el departamento estuvo a punto de rechazarlo por tratarse de un tema militar. Se piensa que estudiar el mundo militar es lo mismo que glorificarlo, pero es justo a la inversa. Es preciso analizarlo para comprenderlo, exentos de prejuicios y emociones. En el caso de Roma no se puede entender si no es atendiendo a su historia militar. En este sentido la obra de Eckstein es fundamental porque evita el error que hacen algunos cuando estudian el imperialismo romano o sus fronteras, como es el estudiar exclusivamente a los romanos y asumir que todos los demás son meras víctimas. O que los pueblos vecinos a Roma eran pacíficos e inocentes. Los romanos no eran peores que los pueblos de que se rodeaban, ¡tan sólo más eficaces! Y por otro lado construyeron un estado estable y pacífico, y no solo de rapiña. Precisamente parte de esta transformación se debe a Augusto. Tras décadas de guerras civiles Roma ansiaba la paz. Una de las cosas que me llamaron la atención al estudiar a Augusto es la cantidad de tiempo que pasaba viajando. Da la impresión de que será Tiberio, y no Augusto, quien consagre el modelo de emperador romano con sede estable. De alguna manera Augusto casi parece preconizar el siglo III d. C., con su modelo de “emperador itinerante”. Además tampoco está tan claro que se tratara de una autocracia perfecta. Si pensamos en Agripa, Tiberio, Druso, etc., da la impresión de que Augusto comparte siempre el gobierno con otros. Tendemos a pensar que el Imperio es una autocracia, pero eso se debe a que los experimentos de poder colegiado de los emperadores que siguieron fracasaron todos. Da la impresión de que el modelo de Augusto era el de varios principes, con uno dominante entre varios otros, algo similar al modelo tetrárquico. Sin embargo los emperadores que siguen carecen de la autoridad suficiente como para poder mantener al resto, y todo parece indicar que un modelo con varios principes exige que uno de ellos tenga supremacía sobre el resto, de otro modo no funciona. Augusto contaba con una brillante reputación y era el heredero de César, lo que le permitía supeditarse al resto. Además son guerras desideologizadas. Bruto y Casio hablan de libertad, pero para reclutar no tienen otra opción que sobornar, pagar inmensas sumas, etc. Apiano relata, con gran cinismo, cómo al día siguiente de la muerte de César, Bruto pronuncia un discurso sobre la libertad ¡y después reparte dinero entre los asistentes!

“Una vez que Augusto declara ser el heredero político de César solo quedan dos opciones: vencer o morir”

 

D.F. ¿Se puede decir que el conflicto en Roma estaba más desideologizado en época de César y Augusto que en época de Mario y Sila?

A.G. Creo que una vez que has empleado al ejército en la lucha política ya no puedes dejar de hacerlo. Lo cierto es que hubo muchos conflictos intermedios entre Mario y Augusto (Sertorio, Catilina, etc.). Personas como César, Pompeyo, Augusto nacieron en este estado de confusión, ninguno de ellos conoció una república que funcionase. En cualquier momento podía tu enemigo reclutar un ejército y exterminarte. La idea era golpear primero, antes de que lo hiciera tu contrario.

D.F. ¿Y era Augusto partícipe de tal máxima consistente en matar o morir?

A.G. Una vez que Augusto declara ser el heredero político de César solo quedan dos opciones: vencer o morir. Son guerras por el poder, que solo terminan con la muerte del oponente. El plan de Cicerón era utilizar a Augusto como herramienta para destruir a Marco Antonio, y después deshacerse de él. Como muchacho de 19 años nadie esperaba que se convirtiera en la figura central del estado romano. Por otro lado, tampoco debemos minusvalorar la capacidad de Augusto como comandante militar. Por otro lado tampoco había muchas alternativas. Marco Antonio, por ejemplo, ha pasado a la historia como un gran general, pero lo cierto es que se trataba mucho más de un hábil político, o incluso manipulador político, antes que de un gran militar. Su gran momento fue el discurso que declamó en el funeral de César. Por otro lado Augusto obtuvo una cierta reputación militar, como en los Balcanes cuando fue herido en dos ocasiones, o cuando salva el águila legionaria. Además se encuentra presente en las batallas, y en los campamentos. Pero por supuesto Augusto hubo de granjearse la simpatía de su tropa merced a numerosas victorias y hechos semejantes, no fue algo inmediato. Y, tras muchas victorias, la tropa entiende que luchar con Augusto es estar del lado del vencedor, incluso cuando la victoria se alcanza merced al talento de Agripa. Y es que la tropa no tiene ningún interés en la retórica de los aristócratas, pero sí quiere sobrevivir a las batallas y, a ser posible, hacerse con botín de guerra. Augusto consiguió mostrarse como favorable a su tropa y a sus intereses, lo que le granjeó su simpatía y confianza.

D.F. ¿Pudo el concepto helenístico de soberanía divina haber influido en este proceso de crecimiento de popularidad de Augusto?

A.G. Creo que la realidad es más sencilla. La gente quería un estado competente que solucionara los problemas, no como la República, en la que frenar a tu oponente era más importante que el bien común. La ausencia de cabeza política clara impedía un comportamiento unívoco respecto a las provincias y pueblos vecinos. Los reyes vasallos de Roma temían que un cambio de poder en la ciudad provocara un cambio de sus relaciones con la metrópoli. Consecuentemente, deseaban que en Roma reinase la estabilidad, y que si Augusto les prometía algo, esa promesa se mantuviera. Se suele pensar que César, en tanto asesinado por tirano, fue menos sutil que Augusto, que supo ocultar sus verdaderas pretensiones. Esto es ridículo, todo el mundo sabía que Augusto tenía el poder absoluto, como atestiguan los monumentos, por ejemplo su mausoleo. Además es eternamente joven, de modo que se asegura la estabilidad. Es evidente que Augusto estaba aplicando elementos simbólicos de monarquía, pero la gente transige con ello. No debemos olvidar lo devastadoras que fueron las guerras civiles y lo muy deseosa que estaba la población de alcanzar la paz.

D.F. ¿Y qué papel pudieron cumplir los nuevos grupos sociales en ascenso? ¿Qué tiene de cierto la tesis de R. Syme sobre este punto?

A.G. Lo cierto es que muchos aristócratas habían muerto en las guerras civiles, y otros consideraban que no merecía la pena arriesgar la vida por sus privilegios. Augusto insiste constantemente en la necesidad de que los aristócratas tengan hijos, y es precisamente para compensar la falta de ellos en la sociedad romana. Syme se estaba comparando con la realidad de la Italia de Mussolini, que conoció, en la que se dio un desplazamiento de las élites tradicionales por nuevos grupos. Pero esto no es novedad de Augusto, ya en tiempos de Sila se dio la entrada en escena política de gran número de partidarios suyos, tras las guerras civiles. De hecho la progresiva ampliación del grupo de poder es característica de Roma. No se trata de una élite diminuta de una pequeña ciudad dominando el mundo, sino de una progresiva extensión de la participación política, y ciudadanía, a nuevos grupos sociales. Las tropas auxiliares pertenecen a este fenómeno, al recibir la ciudadanía a cambio de su participación en el sistema de Augusto. Se trata por tanto de una política completamente inversa a la de la aristocracia romana, consistente en cerrar el acceso al poder a un grupo de privilegiados. Augusto consigue integrar a muchos otros grupos sociales en el proyecto romano.

D.F. Ya que menciona a las tropas auxiliares, parece que precisamente Agripa, Mecenas, y Augusto debatieron en torno a la forma que debía adoptar el ejército romano en adelante, si habría de ser una milicia ciudadana o un ejército profesional.

A.G. Sí, Agripa propone que se mantenga el sistema tradicional de ciudadanos soldados, mientras que Mecenas arguye que, de no reclutar a los veteranos, se volverán bandidos. La clave son los oficiales, que han hecho de la guerra su modo de vida, y no son capaces de reciclarse. Augusto quiere que estas personas sigan participando del sistema. Cuando Augusto habla se percibe un claro patriotismo, quiere que todos se sientan parte del estado (militares, políticos, ciudadanos, etc.). Por otro lado el servicio militar se ha convertido en una carga, nadie quiere acudir a una campaña que puede durar años, sin perspectivas de botín, muchas posibilidades de morir, y a cuyo regreso encuentras a tu familia hundida en la miseria. Ese modelo ya no es sostenible. Por ejemplo, si pensamos en el ejército de Alejandro Magno, hemos de recordar que se trataba de una máquina de inmensa eficacia que casi se ha convertido en un ejército profesional, y cuyo origen era efectivamente un modelo de ejército ciudadano. Los sucesores de Alejandro no son capaces de mantener este modelo: conservan algunos soldados profesionales pero se ven obligados a reclutar ciudadanos, pues de otro modo no son capaces de amasar el número suficiente de tropas. De modo que son ejércitos claramente inferiores en calidad a los de Alejandro. El ejército de Alejandro podía con todo lo que se pusiera en su camino, y lo mismo sucedía con las legiones de César; eran tropas muy curtidas, prácticamente profesionales, y por tanto tremendamente eficaces.

D.F. ¿Entonces podemos decir que la clave del éxito de Augusto fue su capacidad para integrar a todo el mundo dentro de su sistema?

A.G. Augusto ha hecho que el mundo vuelva a funcionar, con paz y estabilidad. Las fronteras son estables y la calidad de vida ha mejorado sustancialmente. No es perfecto, pero es infinitamente mejor que la situación anterior y, si surge un problema, Augusto está ahí para solucionarlo. Las alternativas a Augusto eran mucho peores.

D.F. ¿Y al mismo tiempo ofrece dádivas a la aristocracia para contentarla?

A.G. Exacto, consigue integrarlos en el sistema. Del mismo modo que los nobles pueden perseguir una carrera política, también los humildes pueden ingresar en el ejército y medrar. Y asistimos a una prosperidad económica generalizada de la que muchos se aprovechan. Todos tienen cabida en el sistema de Augusto.

D.F. En cuanto al viejo debate de si Roma alcanzó sus propios límites de crecimiento ¿Cuál es su opinión?

A.G. El propio Augusto defiende esa misma idea: ya tenemos todo lo que merece la pena tener, no hay sentido en proseguir la conquista, pues no hallaremos sino bárbaros y desolación. Yo creo que es evidente que en tiempos de Augusto el Imperio estaba exhausto, sus recursos agotados; la rebelión de Panonia demostró la debilidad militar del imperio. Y entonces asistimos a la terrible derrota de Teutoburgo, en la que tres legiones son masacradas. Y a todo esto se añade el hecho de que, tras Augusto, el emperador Tiberio no tiene ningún interés en proseguir la expansión. Ya ha logrado el prestigio militar necesario para gobernar y no precisa de más. En muchos aspectos debemos entender que es Tiberio, y no Augusto, quien configura las características generales de lo que será el Imperio romano. Ahora bien, creo que el sistema augusteo funcionaba mejor, pues su modelo de diversos príncipes gobernando conjuntamente era más estable y aseguraba una mejor sucesión en el trono. Creo que el modelo augusteo pudo ser concebido como una solución circunstancial, y que una vez restaurado el Estado, otros modelos de gobierno podrían considerarse.

D.F. Muchas gracias Dr. Adrian Goldsworthy, ha sido un verdadero placer.

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