Inauye Daikurô Masatada ôzutsu teppô

Inauye Daikurô Masatada de la serie Taiheiki eiyûden, Utagawa Kuniyoshi (c. 1850), British Museum. Entre los hechos de armas de Masatada se celebrarba el atribuírsele capaz de luchar en solitario contra una cuarentena de hombres durante la invasión japonesa de Corea armado primero con su fusil y luego lanzando troncos y piedras. Aquí, Kuniyoshi enfatiza la bravura del samurai-fusilero, armándolo con un tremendo ôzutsu, teppô de gran calibre.

Inazo Nitobe escribía en 1900 su famoso estudio del Bushido. En él decía:

“Si los cañones ganan las batallas, ¿por qué Luis Napoleón no batió a los prusianos con su ametralladora? […] Es el espíritu quien vivifica y sin él la mejor de las armas tiene poco valor. Los fusiles más perfeccionados y los cañones no tiran solos. El sistema de educación más perfecto no hace un héroe de un cobarde”.[1]

Honorables, austeros y tradicionalistas, aparentemente los samuráis no tienen nada en común con el arma de fuego. La verdad, como siempre, es algo menos colorista: y es que durante años Nitobe trató de evitar que se tradujese su obra al japonés por puro miedo a las críticas que recibiría[2] su visión extremadamente romántica del pasado nipón.

Lo cierto es que Japón adoptó el uso de la pólvora con fines militares algo tarde: los chinos ya empleaban cañones y explosivos durante las dinastías Jin y Song, en el siglo XIII, mientras que en Europa ya se comenzaron a emplear armas de fuego portátiles e incluso personales desde finales del siglo XIV, masificándose su uso durante finales del siglo XV.

Sin embargo, los japoneses pronto comprendieron el enorme potencial de las armas de fuego y la adoptaron de forma entusiasta prácticamente nada más conocerlas. Se cree que algunos feudos como el de Satsuma, en el sur de Japón, podrían haber importado armas de fuego desde Siam, en la actual Tailandia,[3] y se sabe que el wako (véase «El azote del wako. La piratería japonesa» en Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 6), que asoló el litoral chino y coreano, las empleaba, pero el relato más extendido sostiene que los japoneses conocieron esas armas en 1543 cuando dos mercaderes portugueses naufragaron a bordo de un junco chino en las costas de Tanegashima, en Kyûshû.

¿Arma de rufianes u objeto de prestigio?

El daimio –señor feudal del lugar– Tanegashima Toritaka, se interesó por un artefacto con el cual el líder de la expedición, Fernão Mendes Pinto, había abatido un pato en su presencia: el daimio acordó con el portugués la compra los dos arcabuces que llevaba consigo la expedición, así como recibir lecciones sobre su uso[4]. Toritaka ordenó a uno de sus vasallos aprender a fabricar la pólvora del arma y a varios armeros aprender a fabricar el arma, sin éxito: afortunadamente para él, al año siguiente los portugueses regresaron, por lo que Toritaka aprovecho para procurarse los servicios de instructores portugueses que le enseñasen a fabricar el arma.

Hacia 1545 Toritaka ya había logrado producir varias decenas de arcabuces, o teppô, y la técnica ya se había exportado a la ciudad portuaria de Sakai, cerca de Osaka, uno de los grandes enclaves comerciales del archipiélago, desde donde pasaría al resto de Japón.

La novedad del teppô pronto le otorgó un estatus de arma de prestigio, lo cual explicaría por qué el Teppô ki, la crónica de la llegada de los portugueses a Tanegashima, obvia el hecho de que estos llegaron a la isla a bordo de un junco chino capitaneado por Wu-Feng, un notorio mercader y contrabandista chino, y califica a los dos aventureros portugueses simplemente de “líderes de los comerciantes”.[5] El Teppô ki ponía así un arma digna de señores en manos de líderes extranjeros y no de piratas y forajidos, justificando así su poder y dándole ese estatus de objeto de prestigio.

Ese valioso artefacto fue a menudo empleado como regalo o como favor entre clanes, que veladamente lo requerían como prenda de amistad para poder copiarlo e incorporarlo a sus arsenales: en los primeros años tras su llegada era habitual que un clan lo ofreciese como prenda de amistad a otro clan con quien quisiera sostener una alianza; del mismo modo, también era habitual que los comerciantes europeos entregasen una de estas armas como regalo a las autoridades del feudo local para gozar de su hospitalidad, una práctica a la que también recurrirían los misioneros cristianos en Japón y que explicaría en parte el interés de varios clanes de Japón en el cristianismo.

El jefe criminal Seiriki Tamigoro cometiendo seppuku o suicidio ritual con un teppô, según un grabado de Tsukioka Yoshitoshi, de la serie “Biografías de hombres modernos”, c. 1865.

Esta circulación hizo que para finales de la década, seis años después de la llegada de Mendes, la mayoría de grandes clanes de Kyûshû ya conociesen el teppô o tanegashima, como era conocido también por su lugar de origen. El clan Shimazu de Satsuma, uno de los grandes clanes de la isla, comenzó a emplear arcabuces de fabricación portuguesa en 1549, y en 1548, Murakami Yoshokiyo, miembro de la familia Murakami, notorios piratas entre otras cosas, lo empleó cuando luchó al servicio de los Uesugi en la batalla de Uedahara, en 1548, que fue la primera batalla de Japón en la que se emplearon armas de fuego a gran escala (véase volumen 3 de La saga de los samuráis). Los Murakami consiguieron convertirse en una seria amenaza, lo cual contribuyó a hacer popular el teppô: los Hosokawa adquirieron el arma en Kioto hacia 1550 y por las mismas fechas lo adquiriría el propio sogún Ashikaga Yoshiharu, habiendo talleres armeros en Satsuma, Hizen, Bizen, Tosa, Chôshû, Sakai o Kishu.

El clan Oda, uno de los clanes que trató de unificar Japón, vio el potencial del arma: hacia 1549 Oda Nobuhide, daimio Oda, ordenó un pedido de quinientos arcabuces, el mayor encargo hecho hasta la fecha.[6] Otro gran daimio, Takeda Shingen de Kai, archienemigo de los Murakami, adquirió en 1555 doscientos teppô para atacar un castillo. Acabó tan satisfecho con el resultado que se decidió a adquirir otros quinientos para guarnecer uno de sus castillos, y en 1569 escribía:

“En adelante, las armas de fuego serán lo más importante. De modo que reducid el número de lanzas y haced que vuestros hombres más capaces lleven armas de fuego. Además, cuando convoquéis a vuestros hombres, probad su puntería y asignadles objetivos según sus resultados”.[7]

Los samuráis y el teppô

Sin embargo, las especificaciones del arcabuz estaban lejos de ser ideales: con sus once kilos, a los que había que añadir municiones, mecha y pólvora, el teppô era impreciso, lento de recargar y tenía una baja cadencia: un tirador experimentado podía realizar dos, quizás tres disparos por minuto[8] tiempo en el cual un arquero podía disparar quince flechas,[9] y eso por no mencionar que tenía un alcance de menos de cien metros, que se reducía a unos cincuenta si el objetivo estaba mínimamente protegido. Además, el agua lo hacía inútil, lo mismo que la humedad, un inconveniente notable, dada la naturaleza insular de Japón y su clima húmedo. Sin embargo, el arcabuz tenía también sus propias ventajas, siendo la principal el hecho de que su manejo era relativamente sencillo y se podía enseñar a docenas de individuos a dispararlo en solo una fracción del tiempo que se necesitaba para enseñar a emplear un arco.

empleo del teppô

Empleo del teppô. Pincha en la imagen para ampliar. © Arturo Galindo

El diseño original del teppô pronto fue mejorado para poder ser disparado a pesar de la lluvia, y hacia 1575 los ejércitos japoneses, como los europeos habían aprendido, como los europeos, a coordinar grandes cuerpos de tropas armados con armas de fuego para disparar mientras cubrían la recarga de sus compañeros, logrando una cadencia de fuego continua: en muchos casos las tropas armadas con arco, que fueron decreciendo en número, fueron empleadas para cubrir con sus disparos a las tropas armadas con arcabuz mientras recargaban.

Los armeros japoneses habían logrado producir varios formatos de arma de fuego, llegando a diseñar arcabuces pero también carabinas (bajotutu) y pistolas (tantutu) adaptadas para ser usadas a caballo, lo cual permitió a muchos samuráis que combatían a caballo disponer de una versión del arma adecuada al combate ecuestre. Además, también lograron unificar los criterios en cuanto a calibres, lo cual estandarizaba la fabricación del arma a gran escala y facilitaba adquirir municiones, sin importar si estas se empleaban en armas importadas o eran traídas del exterior. El teppô habitual tenía un calibre de entre dos y dos monme y medio (9,5-12 mm) y un peso de unos once kilos: a este modelo básico se añadían otros con un calibre de cinco monme (15 mm), diez monme (17 mm y 27 kilos), treinta monme (26 mm) cincuenta monme (35 mm) e incluso de 100 monme (42 mm);[10] estas armas provocaban un retroceso tan grande que generalmente eran utilizadas como cañones y debían colocarse sacos de arroz tras el tirador para absorber el retroceso.

Los samuráis incorporaron el teppô a su arsenal adaptándolo a su forma de hacer la guerra. Esta era simple: en los compases previos a la batalla, gritaba su nombre y retaba a alguien del bando contrario. Una vez alguien aceptaba el desafío, ambos cabalgaban el uno contra el otro y se disparaban flechas hasta que uno de los dos la caía y el vencedor reclamaba su cabeza. Sus tropas podían retirarse o tratar de vengarlo, sucediéndose choques a lo largo de la línea de batalla, según el resultado de los diversos duelos que se hubieran dado.

samurais con pistolas

Budôgeijutsu hiden zue shohen (1855): en la imagen se puede observar a dos “coraceros samurai”: uno armado con una pistola, y otro protegiéndose del disparo mediante un pequeño escudo cuadrangular.

El problema, pues, para el samurái no era una aversión a disparar: era más adaptar este género arcaico de combate a un modelo de guerra masificada en el que el avance y el fuego de grandes contingentes de tropas (dinámica favorecida por el arma de fuego) hacían inviable un género tan individualizado de combate. El teppô común con el que se equipaba a los arcabuceros lo reducía una pieza más de esa línea, a un soldado común: el samurái necesitaba algo más especial, por lo que adoptó el teppô a su forma de hacer la guerra.

Es por eso que a menudo optaba por el teppô de gran calibre u ôzutsu. Así aparecen representados en varios casos: varias escenas decimonónicas de ukiyo-e documentan a samuráis importantes de la invasión de Corea llevando estas armas, dando a entender que era una práctica aceptable para su estatus, siendo incluso que Yoshitoshi ilustró el caso de un jefe criminal, Seiriki Tamigoro, cometiendo suicidio ritual, no mediante una espada, como sería de esperar, sino disparándose con un arcabuz en la boca accionando el disparador con los pies. La predilección por parte de los samuráis para con este tipo de armas se debe, en primer lugar, a que solo ellos podían permitirse el elevado coste de estas armas, al contrario del grueso de los ejércitos, que eran equipados con versiones estandarizadas de dos monme; y a que, en segundo lugar, estas pesadas armas tenían la función de actuar contra fortificaciones, contra barcos enemigos o incluso contra formaciones de infantería enteras, aportando así al samurái que la llevaba el elemento del combate singular que tanto buscaba. Al samurái armado con un arma de 30 kilos que dispara proyectiles de metal del tamaño de una naranja no le repugnaba emplear un arma de fuego, sino que buscaba adaptarla a su forma personal de hacer la guerra, centrada en la búsqueda de la gloria personal: esa gloria personal no residía en emplear su arma de forma masiva como el resto de la infantería sino en hechos de armas singulares, como emplear su potente ôzutsu para disparar contra un barco entero, una fortificación o para eliminar comandantes enemigos.[11]

Hacia final de siglo con las guerras civiles cerca de su final, los ejércitos japoneses desplegaban una cantidad de armas de fuego comparable a la que se podía ver en cualquier batalla de Europa: cuando Japón invadió Corea en 1592, el ejército que los Shimazu se trajeron de Satsuma estaba compuesto por 1500 arqueros, 1500 arcabuceros y 300 lanceros, mientras que el séquito de hatamoto, o vasallos directos, del daimio Date Masamune estaba compuesto por 100 arcabuceros, 100 lanceros y 50 arqueros. El ejército que los Date desplegaron ocho años después estaba compuesto por 420 samurái a caballo, 200 arqueros, 1200 arcabuceros, 850 lanceros y 330 tropas de reserva.[12]

Los testimonios de quienes participaron en la guerra de Corea son elocuentes: Shimazu Yoshihiro, daimio Shimazu, escribía en 1592 desde Corea “Por favor, tratad de enviarnos armas de fuego y municiones. No hay necesidad en absoluto de lanzas”,[13] mientras que Asano Nagamasa, un comandante samurái, escribía a su padre “haced que traigan tantas armas de fuego como sea posible, ya que no hay necesidad de otro tipo de equipamiento […] dad órdenes estrictas de que todos los hombres, incluso los samuráis, lleven armas de fuego”.[14]

Evolución de la distribución de arqueros, arcabuceros y lanceros en los clanes Date y Shimazu en torno a la invasión de Corea de 1592. © Arturo Galindo

De hecho, los japoneses se manejaban tan bien con ellas que los coreanos decidieron aprender de ellos nada más lograr rechazarlos de vuelta a Japón. El rey coreano, Seonjo, ordenaba “apresuraos a dominar la fabricación de arcabuces. Todavía no somos capaces de fabricar pólvora. No matéis a los japoneses que sepan hacerlo. Haced que nos enseñen”.[15]

Claro que por entonces Japón había atravesado un violento período de guerra civil: era lógico producir armas de fuego. Según el mismo Mendes Pinto que trajo el arma a Tanegashima, había en Japón por entonces más de trescientas mil armas de fuego.[16]

Teppô, un arma de Estado

En 1603 el clan de los Tokugawa de Kanto logra el control de Japón, estableciéndose como sogunes. Las guerras civiles habían acabado y ya no habrían grades batallas con lo cual el teppô ya no era necesario. Hasta cierto punto, ya que ¿desaparecieron las armas de fuego con la paz?

En 1588 las autoridades entendieron que cualquier disturbio podía amenazar la estabilidad del país si la población disponía de armas a su alcance por lo que se promulgó un edicto por el cual prohibía a todo no samurái tener armas. Este edicto se renovó en 1607, y en 1625 Ieyasu, el primer sogún Tokugawa, llevaría a cabo medidas similares sobre las armas de fuego, obligando a todos los armeros a establecerse en Nagahama, junto al lago Biwa: si estaban todos juntos, sería más fácil para las autoridades Tokugawa vigilar cuantas armas fabricaban y para quien las fabricaban, de modo que, para asegurarse de que no vendían sus productos a figuras disidentes, los Tokugawa asignaron a estos armeros pensiones además de mantenerles ocupados haciéndoles de tanto en tanto pedidos algo exclusivos, ya fuera para los arsenales del sogún o para usos ceremoniales a través de un “magistrado de armas de fuego”, el teppô bugyô.[17]

Las autoridades llevaban a cabo revistas militares (jôran) periódicas de los contingentes de los daimio, en las que comprobaban su desempeño en varias áreas, entre las cuales siempre figuraba el tiro y en las cual el premio al buen tirador o al daimio anfitrión a menudo era de nuevo un arma especialmente fabricada para la ocasión. El propio sogún Ieharu era celebrado como un maestro de “la pluma y la espada” por el hecho de que había dominado la literatura china, pero también la arquería, la equitación y el tiro.[18] El hecho de que la salva ritual (teppô hajime) fuese incorporada hacia 1620 por el sogún Hidetada al ceremonial de Año Nuevo[19] da una idea de hasta qué punto estas armas eran importantes para un Estado cuya idiosincrasia era eminentemente militar.

Escuela de Tiro Inatomi teppô Japón

Diagrama de las «Treinta y dos posiciones de puntería» de la Escuela de Tiro Inatomi (1595).

Hacia 1625 se concentraban en Nagahama cuatro familias de maestros armeros, así como otras cuarenta de armeros de menor categoría dedicadas a la fabricación de armas de fuego, generalmente por encargo del gobierno de Edo o de algún daimio autorizado. Las autoridades de Edo aprovecharon el clima de paz para solicitar armas algo más exóticas, como pistolas o nuevos fusiles de llave de chispa o piezas experimentales de gran calibre, pensadas bien como regalos protocolarios o bien para su estudio.

Los daimios mantuvieron arsenales privados previa licencia de los Tokugawa y siguieron estudiando el uso del teppô en varias escuelas de tiro u hojutsu que elaboraron tratados acerca del tiro y la fabricación de estas armas: solo entre 1608 y 1621 se produjeron 72 volúmenes y rollos por parte de ocho escuelas diferentes sobre la fabricación de armas de fuego, municiones, piezas y sobre su uso[20] destinados a formar a buenos tiradores, o hojutsushi.

Toda esta producción era encargada y consumida por el sogún y los propios daimios que intentaban conservar aquellas armas y seguir siendo hábiles en su uso, ya que de alguna manera conocer y disponer de armas de fuego evidenciaba que eran capaces de armar ejércitos y que, a pesar de la buena vida, seguían siendo por tanto señores militares. Era su forma de decir que aunque ya no había guerra, ellos seguían siendo guerreros.

Hubo otros casos en los que el arma de fuego se siguió empleando de forma cotidiana. Los habitantes del campo, por ejemplo, solían obtener licencias que les permitían mantener armas de fuego cedidas por parte del daimio o recibirlas prestadas durante los meses de la cosecha para proteger sus campos de jabalíes, lobos y otros animales (odoshi teppô) o bien para cazar (ryôshi teppô):[21] a veces la licencia de cesión de estas armas se heredaba de padres a hijos.

En ocasiones excepcionales también podía expedirse una licencia a favor de un particular que le permitiese tener un arma de fuego para su defensa (yôjin teppô). Sin embargo, fueron casos raros: la época Tokugawa, o período Edo, fue la época por excelencia en la que la espada se convirtió en el arma de uso diario. Fue en esta época cuando se creó toda la mitología alrededor de la espada y cuando esta se convirtió en el arma más visible. Los enfrentamientos dejaron de ser batallas entre ejércitos y pasaron a ser escaramuzas entre espadachines.

Si las armas de fuego dejaron de emplearse no fue porque no se estudiasen, fabricasen o apreciasen. Fue porque, simplemente, en una pelea callejera en el período Edo un arma de fuego como las que se conocían en Japón no era práctica: hacían falta al menos veinte segundos para recargar el arma, y eso suponiendo que esta ya tuviese preparada y encendida su mecha: en caso contrario había que encender un fuego, prender la mecha, avivarla y colocarla en el serpentín: el teppô era útil para las grandes batallas a las que el tirador llegaba ya con el arma preparada a tiempo y en las cuales solo debía preocuparse de disparar a una masa compacta de hombres.

Evolución de la fabricación de armas de fuego en Japón. © Arturo Galindo.

Pero ya no existían batallas así en Japón. Los arcabuces ahora se estudiaban, se guardaban en arsenales, se exhibían en procesiones y cortejos ceremoniales, pero ya raramente se usaban. Desde que el gobierno central estableció en 1625 el monopolio en Nagahama de la producción de armas de fuego, la producción fue bajando de 53 arcabuces de gran calibre y 334 de pequeño calibre encargados entre 1625 y 1673 a 34 de gran calibre y 250 de pequeño entre 1706 y 1714.[22]

No sería hasta el siglo XIX cuando se renovó el interés por las armas de fuego: cuando los japoneses conocieron a las potencias coloniales occidentales rápidamente volvieron a optar por adoptar su armamento. Si esto no era posible, trataban de modificar sus viejos arcabuces para convertirlos en fusiles de llave de percusión o incluso de cerrojo. Pero Japón no volvería a pasar otros tres siglos dependiendo de reliquias: como entonces, rápidamente asumió las nuevas tecnologías y se modernizó, pero de una forma que esta vez no sería coyuntural sino permanente.

Notas

[1] 147, Nitobe, Inazo, Bushido: el código del samurái, 2002, Ediciones Obelisco, Barcelona.

[2] 157, Benesch, Oleg, Bushido: The Creation of Martial Ethic in Late Meiji Japan, 2011, University of British Columbia, Vancouver.

[3] 28, Reconstructing the Japanese Men, Frühstück, Sabine & Walthall, Anne, 2011, University of California Press, Los Angeles.

[4] 92, Turnbull, Samurai and the Sacred.

[5] 28, Reconstructing the Japanese Men, Frühstück, Sabine & Walthall, Anne, 2011, University of California Press, Los Angeles.

[6] 74, Samurai Warfare Dr. Stephen Turnbull 1996, Arms and Armour Press, 1996, Londres. Sin embargo, hacia 1549 Nobunaga no era aún daimio, habiendo tenido su genpuku en 1546.

[7] 74, Samurai Warfare Dr. Stephen Turnbull, Routledge Arms and Armour Press, 1996, Londres.

[8] 116, War in the Modern World 1450-1815, Jeremy Black (ed.), Routledge, 2005, Londres.

[9] Perrin, Noel, Giving up the gun, 5, 1988, D. R. Godine, Boston en «Arquebus in Japan», Richardson Michael en The Concord Review, 2011, Will FitzHugh, Sudbury, 191.

[10] 25, Japanese Castles in Korea, Turnbull, Stephen, 2007, Osprey Publishing Limited, Oxford.

[11] Turnbull. Stephen & Gerrard, Howard, Ashigaru 1467-1649, 18 en «Arquebus in Japan», Richardson Michael en The Concord Review, 2011, Sudbury, 194.

[12] 70, Samurai Warfare Dr. Stephen Turnbull, Routledge Arms and Armour Press, 1996, Londres.

[13] 25, Japanese Castles in Korea, Turnbull, Stephen, 2007, Osprey Publishing Limited, Oxford.

[14] 220, The Samurai: A Military History, Turnbull, Stephen, Routledge Curzon, 2005, Oxon.

[15] Anales de la Dinastía Joseon, Año 26, 11 de Marzo.

[16] 30, Inoguchi, Takashi, Japanese Politics: an Introduction, Trans Pacific, 2005, Victoria.

[17] 80, Richard J. Samuels, “Rich Nation Strong Army”: National Security and the Technological Transformation of Japan, Cornell University Press, 1994, Nueva York.

[18] 41, Displaying authority: Guns, political legitimacy and martial pageantry in Tokugawa Japan, 1600-1868, Daniele Lauro, University of North Carlina, Chapel Hill, 2012.

[19] 41, Displaying authority: Guns, political legitimacy and martial pageantry in Tokugawa Japan, 1600-1868, Daniele Lauro, University of North Carlina, Chapel Hill, 2012.

[20] El “Libro de Secretos de Uta” de Uda Nagatonokami Suekage, de 1608, las dos copias del “Libro de Secretos de la Escuela Inatomi” de Inatomi Ichimu Risai, de once y veinte volúmenes, de 1610, el ”Rollo de secretos del arma de fuego” de Makimura Yasaku de 1612, el “Libro de Secretos de los bárbaros del sur” de Koizumi Kinosuke, de 1612, el “Libro de Enseñanzas de Toten” de Suzuki Kyubee, del mismo año, el “Libro de fuentes, secretos y dianas” de Tsuda Kenmotsu Shigenaga, de 1615, la Colección Kyuchu Syu, de Tatsuke Sotetsu, del mismo año, el Shokan Kenzumori, de Mouri Isenokami Takamasa, de 1621 y el “ Rollo de las dianas y la pólvora” de Tachikawa Den-emon, de 1621.

[21] David Howell, “The Social Life of Firearms in Tokugawa Japan.” In Japanese Studies 29, no.1 (May 2009): 65-79.

[22] Arima, Kaho no Kigen to Sono Denryu («The Origins of Firearms and Their Early Transmission») (Tokyo: Yoshi Kau and Kobun Kan, 1962), 6 15-33 en Perrin, Noel, Giving up the gun, 63, D. R. Godine, Boston 1979.

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