Voluntarios colorado federales oeste batalla de Glorieta 1862

Tres soldados federales anónimos del teatro de operaciones del Oeste, fumando en pipa. Este es el aspecto que tendrían muchos de los combatientes nordistas, como los Voluntarios de Colorado, que participaron en la batalla de Glorieta. Fuente: Library of Congress

Una de las ventajas de Sibley en su ofensiva contra Fort Union era que, tras haber supervisado en tiempos la construcción de algunos de los edificios del complejo, conocía bien la disposición de sus defensas; la otra era que le habían llegado noticias de que los ochocientos hombres destacados en el puesto estaban desmoralizados. Sin embargo, lo que no conocía iba a suponer un auténtico problema. Mientras los confederados preparaban su invasión del Río Grande, los departamentos más occidentales del Ejército de los Estados Unidos habían hecho todo lo posible para desplazar algunas de sus escasas tropas hacia Nuevo México. Una columna con los efectivos de una brigada, procedente de California bajo el mando del coronel James H. Carleton, partiría hacia el este, pero después de la batalla de Valverde y sin tiempo para ayudar en esta campaña.[1] La ayuda más efectiva iba a venir del norte, se trataba del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado del coronel John Potts Slough.

Los hombres de Colorado

Caía una intensa ventisca el 22 de febrero de 1862, cuando los de Colorado se pusieron en marcha, y el tiempo no iba a darles tregua. Aun así, la ruta se llevó a cabo a un ritmo endiablado en la que los hombres tuvieron que recorrer kilómetros y kilómetros por una capa de nieve de varios centímetros, con apenas descansos y tan solo raciones de galleta para comer. Se hallaban todavía en el sur de Colorado el 1 de marzo, cuando les llegó la noticia de la derrota de Canby en el vado de Valverde,[2] y el 8 de marzo, mientras ascendían el paso Ratón, supieron que Sibley ya había conquistado Albuquerque y Santa Fe. Entonces, contra vientos huracanados y un frío intenso, los coloradinos se deshicieron de parte de su impedimenta y aceleraron el ritmo para llegar a Fort Union el día 11, tras haber recorrido casi 500 km en tan solo diecisiete días.[3] Para los ochocientos combatientes que guarnecían este solitario pero importantísimo puesto militar, no cabe duda que la llegada, “con los tambores batiendo y las banderas al aire”,[4] del regimiento de “Pike’s Peakers”,[5] 1.º de Voluntarios de Colorado del coronel Slough fue una bendición. No lo fue tanto, sin embargo, para el también coronel Gabriel René Paul, comandante en jefe del 4.º Regimiento de Voluntarios de Nuevo México, del fuerte y del Distrito Militar del Este de Nuevo México. “Tras la llegada del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado a Fort Union, me encontré con que el coronel Paul, del 4.º Regimiento de Voluntarios de Nuevo México, había completado los preparativos preliminares para enviar una columna al campo de batalla y, por antigüedad en el escalafón de voluntarios, reclamé el mando”[6], indica fríamente Slough en su informe.

El nuevo oficial al mando, que tan solo tenía 33 años, había llegado a Denver, donde ejercía como abogado, tras haber sido expulsado del legislativo de Ohio por pelearse a puñetazos con un compañero. Disciplinario estricto, ya antes de partir hacia el sur se le había hecho saber que algunos de sus hombres se estaban conjurando para matarlo, cosa que finalmente no sucedería. La bala que llevaba su nombre no iba a alcanzarlo hasta el 16 de diciembre de 1867, dos años después de la guerra, disparada por un hombre al que había calumniado gravemente. Paul, por el contrario, se había graduado en West Point en 1834, era militar de carrera y tenía experiencia de combate pues había combatido en la batalla de Cerro Gordo y había participado en el asalto a Chapultepec[7]; sin embargo, tenía menos antigüedad que su antagonista, por lo que tuvo que ceder el mando de la fuerza a un oficial a todas luces menos capacitado. Consciente de su situación y sin duda amargado, Paul entregó el mando justo antes de que llegaran órdenes de Canby, el superior de ambos, que seguía en Fort Craig, para las operaciones futuras. En ellas se especificaba que “no confiaran en las tropas de Nuevo México, excepto para acciones de partisanos, y eso solo cuando las operaciones principales no pudieran verse afectadas”[8] y que “concentrara todas las fuerzas de confianza hasta la llegada de refuerzos desde Kansas, Colorado y California”[9]. También le indicaba su intención de partir de Fort Craig y que “le indicaré la ruta y el punto de reunión [de ambas fuerzas] verbalmente y por medio de varios mensajeros”[10].

Como puede verse, las órdenes de Canby indicaban que había que defender Fort Union y esperar sus instrucciones para una eventual concentración de las fuerzas de ambos puestos, pero Slough, ya al mando, no estaba dispuesto a dejar pasar el tiempo. Por eso, en una misiva del día 22 Paul le insistió en la orden de esperar y añadió:

«Si, a pesar de todo, está decidido a avanzar hacia el enemigo, le pido que lo haga con su propio regimiento, una sección de la batería del capitán Ritter, una sección de la batería del teniente Claffin y con la caballería regular que [yo] ya tenía en vanguardia. Las secciones restantes de las baterías de Ritter y Claffin y la fuerza del capitán W. H. Lewis son, en mi opinión, la fuerza mínima necesaria para guarnecer este puesto con seguridad […]».[11]

coronel John Potts Slough batalla de Glorieta

Coronel John Potts Slough (1829-1867). Nativo de Ohio y abogado de profesión, el estallido de la Guerra de Secesión le llevaría a alistarse en el Ejército federal, en el que, a pesar de su cercanía al partido Demócrata, recibió el nombramiento de capitán de voluntarios del 1.º de Colorado y, poco después, el ascenso a coronel al mando del regimiento. Tras su actuación en la campaña de Glorieta fue trasladado al teatro de operaciones del este, donde, tras combatir al frente de una brigada en la campaña del valle del Senandoah de Stonewall Jackson en 1862, permanecería el resto de la contienda como gobernador militar de Alexandria, Virginia. Tras la guerra retornó al mundo de las leyes como presidente del tribunal de la Corte Territorial de Nuevo México, puesto en el que se granjeó un buen número de enemigos por su talante reformador, que a la postre terminaría por costarle la vida: murió apenas un año más tarde en un tiroteo en Santa Fe. Fuente: Wikimedia Commons

Slough envió su respuesta, negativa, a través del capitán Gurden Chapin, del 7.º de Infantería, en su calidad de ayudante en funciones. “En nombre del comandante del Departamento y en el mejor interés del servicio [insistiría Paul una última vez el mismo día 22] y de la seguridad de todas las tropas en este territorio, protesto contra este movimiento suyo, efectuado dos días antes de la fecha acordada y que considero una desobediencia directa a las órdenes del coronel Canby”.[12] En esta ocasión, Slough no contestó. En lo que a él se refería, la suerte estaba echada.

Por su parte, también los confederados habían distribuido sus fuerzas. Davidson, testigo excepcional de los acontecimientos, aunque a menudo se equivoca en las fechas, indicó en sus memorias la disposición de las tropas de Sibley y el envío en dirección a Fort Union, bajo el mando del comandante Pyron, del batallón de este, las compañías A, B, C, y D del 5.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas bajo el mando del comandante Shropshire y la compañía de Phillips –los Santa Fe Gamblers también conocidos como los Bandoleros de Phillips–. Esta fuerza llegó a Johnson’s Ranch el 25 de marzo. Estaba a punto de iniciarse el acto crucial de la campaña.

Enfrentamiento en Apache Canyon

Era en torno a las 15.00 horas de ese mismo 25 de marzo cuando el comandante John M. Chivington abandonó Bernal Springs al frente de 418 hombres, entre los que había tropas de infantería del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, algunos elementos del 1.er y 3.º regimientos de caballería regular y la Compañía F, de caballería, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado,[13] y marcharon hasta la media noche, momento en que conociendo la cercanía del enemigo acamparon para descansar unas horas. A pesar de la polémica sostenida con el coronel Paul y contra las órdenes de Canby, Slough había decidido avanzar hacia Santa Fe.

El combate de Apache Canyon tuvo lugar en la salida oeste del paso, no lejos del campamento confederado, cuando la columna unionista se topó con la vanguardia de los hombres de Pyron, cuya fuerza total ascendía a unos 350 efectivos. El primer movimiento lo ejecutó una fuerza de caballería federal de unos veinte hombres, comandados por el teniente Nelson, que se internó en el paso a pie cuando tan solo eran las 2.00 horas de la madrugada y, tras una larga y silenciosa maniobra nocturna, capturó a los piquetes enemigos. Para entonces eran las 10.00 y el grueso de Chivington estaba progresando hacia el desfiladero. “El destacamento volvió a ponerse en marcha y justo cuando entrábamos en el cañón (Apache) descubrimos a la vanguardia del enemigo”.[14] Los confederados plantaron sus cañones en medio del camino y obligaron a los unionistas a atrincherarse, pero el oficial al mando no tardó en enviar a parte de su fuerza ladera arriba, en ambas alas, en formación abierta, haciendo insostenible la presencia de los cañones, que finalmente atalajaron y se retiraron dos kilómetros y medio hacia retaguardia.

La segunda fase de la batalla la ejecutaron ambas fuerzas plenamente desplegadas. Para entonces los federales habían reorganizado a sus escaramuzadores, que ya no eran dos compañías sino tres –del 1.º de Voluntarios de Colorado, la D en el ala derecha y la A y la E a la izquierda–. El flanco izquierdo federal fue, precisamente, el más exitoso. Con los confederados cediendo terreno constantemente, una habilidosa carga de caballería en este sector obligó a parte de los defensores, entre ellos elementos de la compañía A del 5.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, a meterse en un cañón lateral, donde quedaron aislados. Davidson, presente en esta acción, justifica el brete en el que se han metido alegando que no les llegaron las órdenes de retirarse. Finalmente, parte de las tropas consiguió escapar gracias a un contraataque liderado por el capitán Shropshire, entonces al mando de la unidad, desde fuera del cerco. Este, cuenta Davidson

«[…] avanzó hacia nosotros como una avalancha a través de las líneas enemigas. No había compasión en su mirada sino la fiera luz de la batalla. Su cara no irradiaba una sonrisa, sino tormentosas nubes de guerra. Entre los asesinos proyectiles, que venían muy densos, nos dijo: ‘¡Muchachos, seguidme!’. ‘¡No tenemos cartuchos!’ [contestamos]. ‘¡Entonces coged vuestros cuchillos y seguidme!’».[15]

Con una hoja de 46 cm de largo, los cuchillos en cuestión eran armas terribles con las que “era fácil cortar un hombre en dos con cada golpe”[16], exagera sin embargo el protagonista. Pronto quedó despejado el camino y parte de la unidad consiguió escapar, aunque se perdieran 27 hombres.

La batalla terminó cuando Chivington, que desconocía la cifra exacta de enemigos a los que tenía que enfrentarse y no disponía de artillería con la que apoyar a sus tropas, decidió conformarse con el resultado y retirarse hacia el lado este del paso. En total, las bajas federales ascendían 5 muertos y 14 heridos; mientras que los confederados, pillados por sorpresa y obligados a retirarse en desorden durante la batalla, deploraban una cifra de bajas que ascendía a 16 muertos, 30 heridos y 79 capturados o desaparecidos, lo que suponía un tercio de su fuerza inicial. Chivington acababa de obtener la primera victoria federal en el territorio de Nuevo México, y estaba a dos días de cubrirse de gloria.

La batalla de Glorieta

Los acontecimientos que se sucedieron tras la batalla confirmaron que Chivington había hecho bien al retirarse. Nada más iniciarse el combate en el paso, Pyron había enviado un mensajero a las tropas amigas más cercanas para que vinieran a darle asistencia. Caía la tarde cuando un mensajero llegó a Galisteo, a unos 26 km al sudoeste de Johnson’s Ranch, con el caballo casi reventado tras una intensa serie de galopadas. Apenas diez minutos después el coronel William Read Scurry había formado a sus tropas y se había puesto en marcha. Llevaba consigo nueve compañías del 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, cuatro del 7.º y una batería de cuatro piezas de artillería. A fin de aprovechar el camino más corto, la columna avanzó por trochas y caminos apenas marcados, fue una noche terrible, narraría Scurry: “Hay que reconocer a nuestros valientes el mérito de haber ejecutado esa marcha en la fría noche, e indicar que donde la senda era demasiado empinada para que las caballerías pudieran arrastrar la artillería, se les quitaron los arneses y fueron los hombres los que las movieron, a mano y con buen ánimo, para superar los accidentes del terreno”.[17] Cuando llegaron a su destino eran las 3.00 horas del 27 de marzo. Estaban exhaustos pero ambos bandos iban a darse un respiro mientras acumulaban más tropas, ese día no se iba a combatir.

John Milton Chivington William Read Scurry batalla de glorieta

Dos de los protagonistas destacados de la batalla de Glorieta, William Read Scurry (izq.) y John Milton Chivington. Nativo de Tennessee, William Read Scurry (1821-1864) se trasladó a Texas con 18 años, donde hizo carrera en la abogacía. Veterano de la Guerra con México, en 1861 fue delegado de la Convención Secesionista y en agosto de ese mismo año sería nombrado teniente coronel del 4.º de Caballería de Texas. Tras distinguirse en la campaña de Río Grande fue ascendido a general de brigada, y durante los dos años siguientes combatió las acometidas enemigas sobre Texas. Murió el 30 de abril de 1864 en la batalla de Jenkins’ Ferry. John Milton Chivington (1821-1894) nació en Lebanon, Ohio. Pastor metodista, cuando estalló la guerra rechazó el ofrecimiento de un puesto como capellán militar para luchar en primera fila como comandante del 1.º de Voluntarios de Colorado. Su celebrado éxito en Apache Canyon le granjearía elogios quizás inmerecidos, dado que la captura del bagaje confederado se demostró totalmente accidental. Su nombre, sin embargo, quedará por siempre ligado a la infame masacre de Sand Creek del 29 de noviembre de 1864, cuando Chivington ordenó el ataque sobre un campamento de indios cheyenes pacíficos en el que fueron asesinados y mutilados entre 150 y 200 individuos, la mayoría mujeres y niños. Juzgado y condenado en consejo de guerra por estos actos, la amnistía general que acompañó al final de la Guerra de Secesión le exoneró de todo cargo. Chivington defendería su actuación en Sand Creek hasta su muerte tres décadas más tarde, en 1894.

La batalla de Glorieta, o Pigeon’s Ranch, que tuvo lugar el 28 de marzo, fue sin duda el momento crucial de la campaña, pero no por lo que sucedió en el campo de batalla. Comparado con el encuentro del día 26, ambos contendientes empeñaron más fuerzas –alrededor de 1300 federales y 1200 confederados–, la batalla fue más sangrienta y fueron los confederados los que acabaron siendo dueños del terreno, pero por lo demás su estructura fue muy similar a la del encuentro de Apache Canyon, aunque como ya hemos dicho para beneficio de los sudistas. Ambas vanguardias entraron en contacto pasadas las 10.30 y la batalla comenzó alrededor de las 11.00. Los federales habían establecido su frente no lejos de Glorieta, en la salida este del cañón, pero los confederados no tardaron en expulsarlos de allí. El combate se celebró en uno de los parajes naturales menos adecuados, limitado a ambos lados por empinadas pendientes, sobre todo al oeste, surcado por crestas rocosas y cuajado de bosques de pinos. Una vez desplegadas ambas fuerzas, si bien los atacantes ejecutaron varias maniobras de flanqueo, al final tuvieron que recurrir al asalto en repetidas ocasiones. “[…] Aunque cada metro de terreno fue defendido con ahínco, los empujamos constantemente hasta que estuvieron en plena retirada con nuestros hombres persiguiéndolos hasta que el agotamiento los obligó a detenerse” –escribió Scurry en tono triunfalista–.[18] Una relación sucinta que obvia aspectos fundamentales de la batalla, como que fueron tres las posiciones federales que los confederados tuvieron que desbaratar y que en el asalto a la segunda murieron dos oficiales de extraordinaria importancia: los comandantes Shropshire –el hombre que había salvado a Davidson dos días antes– y Ragnet. Además, “el comandante Pyron perdió su caballo, muerto mientras lo montaba”[19], y también Scurry resultó herido: “Dos balas minié me rozaron la mejilla, abriéndome una herida sangrante, y mi uniforme quedó desgarrado en dos sitios”.[20]

Eran entre las 17.00 y las 17.30 horas cuando Slough ordenó la retirada del campo de batalla, dejando la victoria en manos de sus enemigos. Sin duda debió de ser un momento triste para los soldados de la Unión, que volvieron a su punto de partida de aquella mañana, en Kozlowsky Ranch, enfadados porque consideraban que no habían sido derrotados y que aún hubieran podido combatir. Sin embargo, ya habían sufrido la baja de 1 oficial y 28 hombres muertos, mientras que los heridos ascendían a 2 oficiales y unos 40 soldados y los prisioneros a 15; y aunque las cifras de bajas confederadas –Scurry avanza unas bajas totales de 36 muertos y 60 heridos– eran más elevadas, estos habían mantenido la iniciativa y la superioridad en todo momento, y no hay que olvidar que el momento más peligroso aquellas batallas era cuando uno de los bandos rompía filas y se retiraba en desorden. Era entonces cuando las bajas ascendían exponencialmente y, sin duda, Slough, que había tomado por su cuenta la decisión de marchar contra el enemigo, era consciente de que si no podía conseguir una victoria sonada, al menos debía de evitar a toda costa una costosa retirada.

Eran las 22.00 horas, cuando una columna de tropas agotadas entró en el sombrío campamento federal, donde los hombres seguían murmurando sobre la victoria que creían que se les había robado. Las noticias que traían aquellos hombres iban a cambiar de golpe el humor de todos. El tren de suministros de los confederados había sido destruido. La aventura había comenzado en torno a las 8.30 horas de aquel día, cuando el comandante Chivington había partido hacia el oeste con una columna de cuatrocientos hombres formada tanto por voluntarios de Colorado (cuatro compañías) y de Nuevo México (una compañía), como con soldados regulares (dos compañías de infantería y una de caballería). Tras una hora de marcha, la fuerza había abandonado la carretera general para internarse en las montañas siguiendo un abrupto camino que recorría las alturas al sur de Apache Canyon y que la llevó directamente a Johnson’s Ranch, el campamento confederado, donde, tal y como indicaría el propio Chivington: “Se comprobó que había 80 carretas reunidas en el cañón, y una pieza de campaña. Todo a cargo de unos 200 hombres”.[21] Era el tren de suministro de Scurry, y aquellos hombres habrían sido heridos, según algunas fuentes, pero resulta dudoso.

«Se dio la orden de cargar y las tropas partieron a paso rápido. El capitán Wynkoop, con 30 de los suyos, fue desplegado en la ladera de la montaña para silenciar sus cañones [solo había uno] disparando contra los artilleros, lo que hicieron con efectividad. El capitán Lewis capturó y clavó el cañón después de que este disparara cinco veces contra él. El resto de la fuerza rodeó las carretas y los edificios, matando a tres enemigos e hiriendo a varios más».[22]

La pérdida de estas carretas llenas de munición, suministro, mantas y ropa de los soldados y con el equipaje personal de los oficiales fue un desastre para la campaña confederada, pues su punta de ataque acababa de quedar incapacitada para seguir hasta Fort Union en busca de los suministros imprescindibles para que toda la fuerza pudiera mantenerse sobre el terreno. En palabras del mismo general Sibley, el éxito de Chivington paralizó “al coronel Scurry hasta tal punto que estuvo dos días sin provisiones ni mantas. La paciencia y la resistencia de nuestros hombres fue absolutamente extraordinaria y es digna de elogio”.[23] A estos destrozos, Josephy suma la muerte de 500 caballos y mulas pertenecientes a los fusileros montados texanos, que habían ido a pie a la batalla, sorprendidos por los incursores y sacrificados a golpe de bayoneta. También se trata de una cifra que podría resultar exagerada.

La acción de Chivington no estuvo, por otro lado, exenta de sombras. La crítica más feroz que se le hizo nos permite, además, atisbar el odio que podía llegar a manifestarse entre unionistas y secesionistas. En su segundo informe, el coronel Scurry indicó que, tras su éxito e informados de que iban perdiendo la batalla en Glorieta, los federales

«[…] se retiraron a toda prisa, aunque no sin llevar a cabo dos actos que avergonzarían a los más bárbaros salvajes de las llanuras. Uno fue disparar y herir gravemente al reverendo L. H. Jones, capellán del 4.º Regimiento, que llevaba una bandera blanca; el otro fue ordenar que los prisioneros capturados [16 hombres] fueran muertos a tiros por si acaso eran atacados durante su retirada. Esto demuestra que, en su odio malsano contra los ciudadanos de la Confederación que habían tenido la hombría de armarse en defensa de la independencia de su país, habían perdido todo sentido de la humanidad».[24]

Apache canyon chivington batalla de glorieta

La destrucción del tren de suministros confederado por Chivington, una acción que por sí misma cambió el sino de la campaña del Río Grande que había empezado un año atrás con la conquista de Fort Fillmore.

La otra cuestión pendiente es la de la misión real de Chivington. Al final de su informe, este menciona la presencia de “un tal Mr. Collins”,[25] que siguiendo su propio deseo y apoyado por el coronel Slough lo habría acompañado. Se trataba de un hombre relacionado con asuntos indios que, según el propio jefe de la fuerza de incursión, actuó con valentía y dio un gran servicio como guía e intérprete, “aunque no quemó el tren ni fue la causa de que se consiguiera”.[26] La frase resulta un tanto mezquina, como si Chivington pretendiera desmentir algo. ¿Cuál era su verdadera misión? El teniente coronel Samuel F. Tappan, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, que estaba al mando del ala izquierda de los federales en la batalla principal mencionaría en su informe, redactado en mayo, mucho después del encuentro, la posibilidad de encontrarse con los hombres de Chivington llegando desde la retaguardia de los confederados. De hecho, indica que se le ordenó “estar listo para avanzar y atacar el flanco enemigo en cuanto él [el coronel Slough] lo hiciera contra el frente, lo que esperaba hacer en cuanto el comandante Chivington atacara por la retaguardia, cosa que esperaba que sucediera en cualquier momento”.[27] Estas órdenes parecen indicar que la verdadera misión de Chivington era situarse en la retaguardia de los confederados durante la batalla, y no atacar sus carros de suministro, y el hecho de que se reitere esta cuestión tanto tiempo después del éxito obtenido sin duda es una pista de su veracidad, ya que de lo contrario Tappan no habría tenido por qué entrar en tales disquisiciones. Según William Keleher, [28] en realidad fue Collins quien tuvo la idea de atacar el tren de suministro de los confederados, y según Josephy, [29] fue uno de los exploradores del teniente coronel Chaves, del 2.º Regimiento de Voluntarios de Nuevo México, quien localizó la jugosa presa de Chivington.

Independientemente de quien tuviera el mérito de la destrucción de los suministros de la columna confederada de Scurry en Johnson’s Ranch, esta acción puso el punto final a la ofensiva del Sur.

«Como consecuencia de la pérdida de su tren de suministros, el coronel Scurry se ha retirado de vuelta a Santa Fe. Necesito refuerzos –rogaba Sibley desde Albuquerque el 31 de marzo en un informe dirigido al general Samuel Cooper, comandante en jefe administrativo e inspector general de los ejércitos del Sur, que se hallaba en Richmond–. Se informará puntualmente de las futuras operaciones de este ejército. Envíenme refuerzos».[30]

Al igual que sucedería en Gettysburg más de un año después, la Confederación había llegado tan lejos como había podido, y ahora tendría que retroceder para no volver a amenazar nunca más el camino a las minas de oro, ni el cauce superior del Río Grande. Por eso, con el tiempo, la batalla de Glorieta sería conocida en la región como el Gettysburg del Oeste.

La retirada

“Nos hemos visto rodeados por todo tipo de apuros, generales e individuales –indicaba el general de brigada Sibley en el informe del 31 de mayo– Trenes de suministro enteros han tenido que ser abandonados y, a pesar de lo escasamente provistos en mantas y ropa que estaban desde el principio, los hombres han abandonado, sin un murmullo, lo poco que les quedaba”.[31] El objetivo de este párrafo tiene mucho de exculpatorio, sobre todo si se enlaza con la desesperada solicitud de refuerzos contenida al final del mismo informe, que se ha citado anteriormente. En todo caso, dado que el destinatario del texto se hallaba en Richmond, muy lejos al final de una complicada línea de comunicaciones, era evidente que no esperaba instrucciones, sino que iba a actuar por su cuenta y solo quería dejar claro que se iba a retirar obligado por las circunstancias.

Entretanto, también en el bando federal se estaban tomando decisiones importantes. Canby, informado de las acciones del coronel Slough, había enviado un mensajero ordenándole que volviera de inmediato a Fort Union. La misiva, que había partido antes de que este supiera que se había producido un combate en Glorieta, llegó a su destinatario después, cuando este se hallaba acampado en Bernal Springs, localidad a la que había llegado el 30 de marzo tras retirarse de las cercanías del campo de batalla. Según Arthur Wrigt, [32] la humillación que suponía esta orden tras el éxito logrado, sumada a la materialización de un intento de asesinato por parte de sus propios hombres durante la batalla, hicieron comprender a Slough que el aire de Nuevo México no era bueno para su salud y, tras retirarse a Fort Union con sus tropas, renunció a su puesto para volver a Colorado. Con ello, el coronel Paul recuperaba el mando del Distrito Militar del Este de Nuevo México, y el comandante Chivington se hacía con el del regimiento de Pike’s Peakers.

Mientras, Canby había decidido ponerse en marcha por fin para reunirse con la fuerza de Fort Union y batir al enemigo. “[…] mi fuerza (860 regulares y 350 tropas voluntarias) [más cuatro piezas de artillería] abandonó Fort Craig el 1 del presente y llegó ante Albuquerque en la tarde del 8”.[33] En Albuquerque se encontraban entonces el capitán Hardeman, conocido como “Old Gotch”, al mando de una guarnición sudista compuesta por la Compañía A del 4.º de Fusileros Montados de Texas y la Compañía A del 7.º, junto con la compañía de exploradores de Coopwood y una sección de artillería.[34] Todos ellos defenderían la localidad durante dos días, hasta que los federales decidieron abandonar el ataque. Dos fueron los motivos que llevaron a Canby a renunciar a la toma de Albuquerque a pesar de que solo la defendían unos doscientos hombres. Una fue, según Josephy,[35] el deseo de expulsar a los confederados de vuelta a Texas, por lo que para él era preferible concentrar sus fuerzas con las que provenían de Fort Union lo antes posible y no complicarse tomando prisioneros; mientras que Davidson[36] indica otra: la llegada del grueso de las fuerzas confederadas obligó al coronel unionista a abandonar el cerco de la ciudad.

El cerco de Albuquerque también tuvo consecuencias importantes para el Ejército de Nuevo México, que se hallaba en Santa Fe acumulando las provisiones y carros que le quedaban y atendiendo a sus heridos y enfermos cuando llegó un mensajero enviado por Hardeman para informar de que estaban siendo atacados. Los que se hallaban en los hospitales recibiendo los cuidados precisos, no solo de los sanitarios de su propio bando sino, en una muestra de civilización en aquellos territorios salvajes, también de importantes personalidades del bando unionista, como “la señora [Louisa Hawkins] Canby, esposa del general Canby, estaba allí […]. La señora Canby se ganó los corazones de todos trayendo exquisiteces a nuestros enfermos y heridos”,[37] tuvieron que elegir entre quedarse donde estaban y dejarse capturar o unirse de cualquier modo a la columna en retirada, que tuvo que acelerar los preparativos so pena de verse copada en un territorio que ya se había vuelto muy hostil.

Imperio confederado en el río grande campaña de Pigeon's Farm Texas Nuevo México

Mapa de la retirada confederada de Nuevo México tras la batalla de Glorieta, 1862. Pincha en la imagen para ampliar. © Javier Veramendi B

Las tropas de Sibley iniciaron su marcha de vuelta a Texas el 7 de abril por la mañana. La primera etapa fue Albuquerque, donde la falta de animales de tiro y de munición los obligó a enterrar ocho obuses de bronce que ya no tenían utilidad y donde la columna se dividió en dos para avanzar por ambas orillas del Río Grande. Partieron de allí el día 12 de abril y dos días después estaban en Peralta. Entretanto, el 13, Canby, que había sido ascendido a general de brigada, unía su fuerza a la de Fort Union en Tijeras, en los montes Sandía, justo al este de Albuquerque, e iniciaba una rápida persecución del enemigo que lo llevó a dos kilómetros al norte de Peralta en la madrugada del 15. Los confederados, desconocedores de la presencia del enemigo, seguían divididos en dos grupos, uno a cada lado del río. El este, en Peralta, bajo el mando del coronel Green, se hallaba el 5.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, o lo que quedaba de él, con los supervivientes de la compañía de Coopwood y los del batallón de Pyron; mientras que en la orilla oeste y unos 6 km más al sur se encontraba el resto de la fuerza.[38] A las 8.00 horas del día 15 de abril, los federales atacaron a los desprevenidos sudistas, que habían estado durmiendo plácidamente mientras Green y los demás mandos celebraban una fiesta en la residencia del gobernador Connelly. A punto estuvo Canby de obtener una victoria importante, que se frustró gracias a la fulminante reacción del coronel Green, quien reorganizó su fuerza de inmediato, envió un destacamento que entretuvieran al enemigo y atrincheró a sus tropas en el interior del pueblo. La escaramuza duró hasta las 14.00 horas, cuando la llegada de más soldados confederados desde el otro lado del río, coincidente con una cegadora tormenta de arena, obligó a los atacantes a desistir. Aquella noche, Sibley reunió a los suyos en la orilla oeste, interponiendo el río entre su fuerza y la del enemigo.

Protegerse no era la única razón que había llevado al comandante en jefe confederado a concentrar la columna al oeste del Río Grande, sino que tenía la intención de asaltar Fort Craig, un plan que había madurado desde el momento en que supo que parte de las tropas federales que lo guarnecían habían salido del mismo. “Mi plan inicial –escribió Sibley– había sido avanzar río abajo por delante del enemigo, consiguiendo una ventaja de dos días entre Albuquerque y Fort Craig, atacar a la débil guarnición y demoler el fuerte”.[39] Sin embargo, según unos y otros empezaron a desplazarse hacia el sur, en paralelo, por ambas orillas del Río Grande, el jefe sudista se fue dando cuenta de que no había conseguido distanciarse lo suficiente de su enemigo y de que se enfrentaba a la posibilidad de que el fuerte resistiera mientras la fuerza de Canby se acercaba desde el norte para coparlo. En aquel momento este disponía de unos dos mil cuatrocientos hombres, nada que ver con las “ochenta compañías y dieciocho piezas de artillería, que estimamos en unos cinco mil seiscientos hombres”[40] que menciona Davidson, quien sin embargo tal vez sea más fiable a la hora de indicar los efectivos propios. “Teníamos mil trescientos dos hombres, muchos de ellos enfermos y heridos […]. Teníamos veinte proyectiles por cañón, nueve cañones y cuarenta disparos para cada hombre”.[41]

Al darse cuenta de que su plan tenía pocas posibilidades de éxito y ante el riesgo cada vez más cierto de ser atacado antes incluso de llegar a Fort Craig, [42] al atardecer del 17 de abril Sibley decidió jugarse el todo por el todo y convocar un consejo de guerra.

«Los coroneles Green y Scurry –escribió Sibley–, con varios oficiales más que eran conocedores del terreno, dieron un paso al frente y propusieron, con el fin de evitar la posibilidad de otra batalla en la que tuviéramos que empeñar a nuestros ya incapacitados hombres, tomar una ruta por las montañas que evitara Fort Craig para llegar al río por debajo de este punto […]. El comandante Bethel Coopwood, quien estaba familiarizado con la región, aceptó la difícil y llena de responsabilidad decisión de guiar al ejército por aquel territorio montañoso y sin caminos».[43]

Sorprendentemente, a continuación el general confederado enumera las ventajas de la nueva ruta: yerba, y un camino firme con muy poca diferencia en lo que a distancia se refiere de la ruta directa, y la posibilidad de confundir al enemigo “cosa que posteriormente se comprobó que se había conseguido”.[44] Sin embargo, si uno atiende a las memorias de Davidson, la decisión distó mucho de ser unánime. El coronel Green, quien al principio había estado a favor de internarse en las montañas, acabó por callar y no decantarse por ninguna de las dos opciones. El comandante Coopwood se enfadó y acabó por abandonar la reunión para pasear “de vuelta al campamento de Pyron para ‘conversar’ un poco con los muchachos”. Davidson indica que se encontró con algunos de sus compañeros que estaban cargando sus raciones sobre los caballos con el fin de que, si se seguía hacia el sur, acompañar a la columna hasta que se hablara de rendición, entonces “se irían con Coopwood a las montañas y se abrirían camino hasta Texas”.[45]

Tomada, finalmente, la decisión de internarse en las montañas, Sibley ordenó abandonar todos los carros que no fueran absolutamente necesarios, cargando raciones para siete días a lomo de mulas. “En aquel momento, teníamos café y pan supuestamente para siete días –recordará Davidson–. Cuando terminó el consejo, se nos ordenó preparar nuestras raciones, destruir los carromatos, coger amas y munición y nada más, y comenzar a andar”.[46] Los heridos fueron abandonados en un hospital a merced de los vencedores y, aquella misma noche, el Ejército de Nuevo México se perdió en las montañas.

La agonía del yermo

“La ruta fue de las más difíciles y arriesgadas, tanto en su viabilidad como en lo que al suministro de agua se refiere”.[47] De repente, en el mismo informe de Sibley y apenas unas líneas más abajo, habían desaparecido la yerba y el firme del camino. “El éxito de la marcha no solo demostró la sagacidad de nuestro guía, sino que también se cumplió, noblemente, la promesa del coronel Scurry de que su regimiento sería capaz de llevar los cañones más allá de cualquier obstáculo, por formidable que fuera”. En un texto dirigido al alto mando confederado, Sibley tenía que ser triunfalista. Otros testigos del viaje iban a contradecir sus palabras con rotundidad.

18 de abril. El coronel Green había decidido llevarse tres carros para cargar a los heridos y enfermos que se produjeran durante la marcha, pero “el camino era profundo y muy arenoso –cuenta un soldado anónimo– y las mulas estaban en tan mal estado que apenas podían tirar de los pesados carromatos. Davidson[48] hizo atalajar todas las mulas a uno de ellos para, empujando las ruedas, hacerlo avanzar una corta distancia para luego volver y traer los otros”. El equipo de carreteros pronto fue rebasado por el resto de la columna y, finalmente, los carromatos tuvieron que ser destruidos.

Los testimonios de tres soldados anónimos recogidos por Thompson solo dan una idea aproximada del intenso sufrimiento al que se vio sometida la fuerza confederada. “El día 19 partimos muy temprano, marchamos a ritmo constante todo el día y acampamos en Bear Spring. La cabeza de la columna no llegó al agua hasta después de oscurecer, y hasta las 24.00 horas no hubieron bebido todos los hombres. El sufrimiento causado por la falta de agua fue intenso. Muchos se dejaron caer junto al camino, incapaces de ir más lejos”.[49] Todos ellos fueron abandonados. El día 20 “apenas había agua suficiente para que los hombres pudieran beber y cocinar, de modo que nuestros caballos y mulas tuvieron que pasar sin ella”.[50] El 21 “acampamos en un profundo cañón, dejando nuestra artillería en lo alto de la colina. Ese día tuvimos Fort Craig a la vista”.[51] El 22, “marchamos sin detenernos, todo el día bajo un sol ardiente. El sufrimiento por falta de agua ha sido horrible. Los más fuertes se precipitaron frenéticamente hacia delante para llegar hasta el agua antes de ser consumidos por la sed. Mientras que muchos de los enfermos y los más débiles cayeron para morir, los que solo estaban cansados se tumbaron a descansar y luego siguieron, arrastrándose, hasta el agua”.[52] El día 23 los hombres salieron tarde, y durante el camino pasaron por un punto de agua en el que solo se detuvieron brevemente para reabastecerse “y luego intentamos llegar al siguiente punto con agua, pero no lo conseguimos y tuvimos que acampar en seco, sin nada que comer. Solo teníamos un poco de harina y café, y nada de sal o manteca de ningún tipo”.[53] El 24 parece que la etapa fue más corta, unos 16 km hasta un punto en el que había comida, que alcanzaron a las 12.00 y se detuvieron hasta el día 25. “El día 25 marchamos por Sheep Canyon, y desde allí al Río Grande y una vez más estuvimos en el valle, sin enemigos entre nosotros y nuestro hogar, y sin más sufrimiento a causa de la falta de agua. No nos reunimos con nuestras provisiones hasta el 28.”[54] La ordalía había terminado por fin, al menos para los supervivientes.

Cuando la columna llegó a la región de Santa Ana y las tropas se acantonaron para descansar y recuperarse, Sibley ya no era más que la sombra de ese “peor enemigo” que habían tenido los hombres de Fort Fillmore al principio de esta historia. El incendio que prendió al convocar el consejo de guerra previo a que la columna se internara en las montañas, en el que defendió la opción de avanzar a lo largo del río y entablar un combate a todo o nada y rendirse si no quedaba otra opción, socavó completamente su autoridad ante los coroneles Green y Scurry, que a partir de aquel momento se hicieron cargo de la columna.[55] El hecho de que hiciera lo peor del viaje subido en una ambulancia junto con las esposas de varias personalidades proconfederadas de la región que marchaban al exilio no mejoró su reputación, y cuando apremió a la columna a moverse más deprisa abandonando tras de sí a los más agotados, perdió el poco respeto que aún le tenían sus soldados.[56] Tras el fracaso de la expedición y la apresurada retirada, tras abandonar definitivamente a la mayor parte de los heridos y enfermos e internarse en el desierto, tras cruzar llanuras secas y quebradas, agotados por la sed y el hambre, tras haber empujado a brazo los cañones de la batería capturada en Valverde, única fuente de orgullo de la brigada, y haberlos izado o descolgado uno tras otro por barrancos y escarpadas laderas, los hombres que volvieron a la civilización estaban completamente desmoralizados.

«The soldiers return». A diferencia de la imagen idealizada que reproduce esta fotografía de estudio, el regreso a casa de los soldados que lograron sobrevivir a la Guerra de Secesión fue mucho más traumático, una ordalía que dejó profundas huellas tanto físicas (como atestiguan las  aterradoramente realistas fotografías de mutilados y muertos que recogieron pioneros como Alexander Gardner –véase «Antietam y el fotoperiodismo de guerra» en Desperta Ferro Historia Moderna n.º 42) como psicológicas. Fuente: Library of Congress.

A pesar de todo, cuando redactó su informe definitivo en mayo de 1862, Sibley hizo un interesante juego de manos para convertir su expedición en un fracaso glorioso. En primer lugar, tras haber argumentado a favor de la invasión de Nuevo México ante el mismísimo presidente Jefferson Davis, se permitió afirmar que el territorio no valía nada:

«Debo expresar la convicción, obtenida gracias a la experiencia, que salvo por motivos políticos o por su posición geográfica, el Territorio de Nuevo México no vale ni la cuarta parte de la sangre y el dinero que se han gastado en su conquista. Como terreno de operaciones militares, si exceptuamos la gran cantidad de posiciones fáciles de defender, no posee un solo elemento de interés. No se puede confiar en conseguir un elemento indispensable: comida. Este último año y durante las recientes operaciones, miles de cabezas de ganado han sido robadas por los navajos».[57]

En segundo lugar, por supuesto, convirtió la expedición en una serie de victorias: “En lo que se refiere a los resultados de la campaña, solo tengo que decir que hemos derrotado al enemigo en todos y cada uno de los encuentros, y siempre contra efectivos muy superiores; que de ser las peor armadas, mis fuerzas han pasado a ser las mejor equipadas del país. Llegamos a esta región, el invierno pasado, vestidos con harapos y sin mantas y ahora el ejército está bien vestido y bien suministrado en otros aspectos”.[58] El tercer punto de Sibley, fue quejarse de la falta de recursos: “La campaña se ha llevado a cabo sin un solo dólar en las arcas del departamento de intendencia”.[59] Y finalmente, decidió sacar a colación el estado de ánimo de sus hombres para, a la vez que los halagaba, reforzar la idea de que no merecía la pena volver a avanzar hacia el norte de Nuevo México:

«Señor –el informe iba dirigido al general Cooper, en Richmond– en lo que se refiere al futuro, no puedo ser optimista. Mis tropas han manifestado un odio tozudo e irreconciliable por esta región y sus gentes. Han soportado mucho y sufrido mucho con buen ánimo, y el descontento predominante, apoyado por el distinguido valor desplegado en cada combate, los hace merecedores de cierta consideración e indulgencia especiales».[60]

Poco después, las fuerzas confederadas se replegaron hasta El Paso, y de allí a San Antonio, abandonando el oeste de Texas y dejando finiquitadas las ambiciones texanas y confederadas de construir un gran imperio en el sudoeste. Lo cierto es que, tras la conquista de Nueva Orleans por las fuerzas de la Unión, el estado de Texas tenía cosas más importantes en las que pensar –defender sus costas– y los ejércitos confederados estaban librando una dura campaña en los pantanos de Luisiana, por lo que, tras recibir reemplazos, la Brigada de Sibley fue enviada a Luisiana, donde llegó en la segunda semana de marzo. La impresión que causó en este escenario podemos leerla en las memorias del general Richard Taylor, comandante en jefe del Distrito Militar del Oeste de Luisiana, quien escribió:

«Esta fuerza tenía unos mil trescientos [hombres] mal armados, y reequiparla agotó los recursos del pequeño arsenal de New Iberia. Había llevado a cabo una campaña en Nuevo México bajo el mando del general de brigada Sibley, en la que había derrotado a los federales en algunas acciones menores en una de las cuales, Valverde, había capturado los cuatro cañones. La débil salud de Sibley fue la causa de su retiro unos pocos días después de que llegaran al [Bayou] Teche, y el coronel Thomas Green, un soldado muy distinguido, lo reemplazó al mando de la brigada».

En cuanto a los hombres, “eran resistentes y muchos de sus oficiales valientes y entusiastas, pero estas cualidades perdían valor debido a la falta de disciplina […]. Oficiales y hombres se dirigían unos a otros llamándose Tom, Dick o Harry, y sabían lo mismo de los grados militares que de la jerarquía celestial de los poetas”.[61]

Notas

[1] Estas tropas, que iban a partir desde Fort Yuma, en la frontera sudeste de California, se encargarían de expulsar a los confederados de Tucson y de reconquistar toda la Arizona confederada.

[2] Hay autores que indican que ese fue el día real en que partieron.

[3] La cuestión del ritmo de avance de los coloradinos es interesante y está poco definida. Tanto Whitford, W. C. (1906): Colorado Volunteers in the Civil War, como Josephy, p. 77, afirman que el día en que partieron fue el 22 de febrero, lo que da un total de 17 días de viaje y un ritmo de marcha de unos 26 a 30 km al día. Sin embargo, Cutrer, p. 107, y otros afirman que partieron el día 1, lo que para daría un total de 11 días de ruta y una media de hasta 40 km al día. Ambos coinciden en que se efectuaron etapas de 60 millas, lo que son 100 km, cosa muy poco probable si tenemos en cuenta que, de todo el regimiento, solo una compañía iba montada y el resto a pie. Como, de hecho, el regimiento estaba dividido en dos puestos, es posible que los del destacamento más cercano a Fort Union partieran el día 1, uniéndose a los otros en el camino.

[4] Hollister, Ovando J. (1962): Colorado Volunteers in New Mexico, 1862. Chicago: Lakeside Press. p. 78. Hollister es uno de los defensores de la idea de que partieron el 1 de marzo.

[5] Así llamados por pertenecer a la gran oleada de gente que se desplazó a Colorado en busca de oro a finales de la década de 1850 y que, mayoritariamente, se instalaron en las faldas del Pike’s Peak (“pico de Pike”), al oeste de Colorado Springs.

[6] Informe del coronel J. P. Slough, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, redactado en San José, Nuevo México, el 30 de marzo de 1862. No debe ser confundido con otro mucho más escueto redactado en el mismo lugar, pero el día anterior. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 534.

[7] Durante la Guerra de México.

[8] Carta del coronel Edward R. S. Canby al coronel G. R. Paul de fecha 16 de marzo de 1862, recibida el 21. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 653.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

[11] Carta del coronel G. R. Paul al coronel J. P. Slough de fecha 22 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 654.

[12] Segunda carta del coronel G. R. Paul al coronel J. P. Slough de fecha 22 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 655.

[13] Con un total de 418 hombres. Informe del comandante J. M. Chivington, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, fechado en Camp Lewis, cerca de Old Pecos Church, Nuevo México, el 26 de marzo de 1862, el mismo día de la batalla de Apache Canyon. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 530.

[14] Ibíd.

[15] Thompson, p. 82. Testimonio de W. Davidson.

[16] Ibíd.

[17] Informe del coronel W. R. Scurry, del 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, fechado en Santa Fe, Nuevo México, el 31 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 542. Se trata del Segundo informe de Scurry, quien también escribió dos de ellos. en días consecutivos. “No sé si lo que escribo es comprensible. No he dormido en tres noches y apenas puedo mantener los ojos abiertos”, alega en el primero de ellos, fechado el día 30 de marzo.

[18] Informe del coronel W. R. Scurry, del 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, fechado en Santa Fe, Nuevo México, el 30 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 541.

[19] Ibíd.

[20] Ibíd.

[21] Informe del comandante J. M. Chivington, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, fechado en Camp Lewis, cerca de Old Pecos Church, Nuevo México, el 28 de marzo de 1862, el mismo día del ataque al convoy de suministro confederado. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 538.

[22] Ibíd.

[23] Informe del general de brigada Henry H. Sibley, comandante en jefe del Ejército de Nuevo México. Redactado en Albuquerque, Nuevo México, el 31 de marzo de 1862, en plena retirada hacia el sur. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 541.

[24] Informe del coronel W. R. Scurry, del 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, fechado en Santa Fe, Nuevo México, el 31 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 544.

[25] Informe del comandante J. M. Chivington, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, fechado en Camp Lewis, cerca de Old Pecos Church, Nuevo México, el 28 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 539.

[26] Ibíd.

[27] Informe del teniente coronel Samuel F. Tappan, del 1.er Regimiento de Voluntarios de Colorado, fechado en Santa Fe, Nuevo México, el 21 de mayo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 536.

[28] Keleher, W. A. (1952): Turmoil in New Mexico, 1846–1868. Albuquerque: University of New Mexico Press. pp. 180-182.

[29] Josephy, p. 84.

[30] Informe del general de brigada Henry H. Sibley, comandante en jefe del Ejército de Nuevo México. Redactado en Albuquerque, Nuevo México, el 31 de marzo de 1862, en plena retirada hacia el sur. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 541.

[31] Ibid.

[32] Wright, A. A. (1962): “Colonel John P. Slough and the New Mexico Campaign” en The Colorado Magazine, vol. XXXIX, n.º 2. Abril. pp. 89 y ss. El artículo explica detalles sumamente interesantes de la campaña, y analiza los motivos de Slough para dimitir.

[33] Informe coronel Ed. R. S. Canby, del 9.º Regimiento de Infantería, al mando del Departamento. Fechado en San Antonio, Nuevo México, el 11 de abril de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 549.

[34] Thompson, p. 101. Testimonio de W. Davidson.

[35] Josephy, p. 86.

[36] Thompson, p. 102. Testimonio de W. Davidson.

[37] Thompson, p. 99. Testimonio de W. Davidson.

[38] Fundamentalmente el 4.º y el 7.º regimientos.

[39] Informe del general de brigada Henry H. Sibley, comandante en jefe del Ejército de Nuevo México. Redactado en Fort Bliss, Texas, el 4 de mayo de 1862, tras la campaña. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 510.

[40] Thompson, p. 120. Testimonio de W. Davidson.

[41] Ibíd.

[42] Davidson menciona una posible emboscada en Polvadera.

[43] Informe del general de brigada Henry H. Sibley, comandante en jefe del Ejército de Nuevo México. Redactado en Fort Bliss, Texas, el 4 de mayo de 1862, tras la campaña. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 511.

[44] Ibíd.

[45] Todas las citas son de Thompson, p. 121. Testimonio de W. Davidson.

[46] Ibíd.

[47] Informe del general de brigada Henry H. Sibley, comandante en jefe del Ejército de Nuevo México. Redactado en Fort Bliss, Texas, el 4 de mayo de 1862, tras la campaña. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 511.

[48] Este testimonio, recogido también por Thompson, p. 123, es de tres soldados anónimos de la columna, y en este caso se refiere al mismo Davidson cuyas memorias se han citado en diversas ocasiones.

[49] Thompson, p. 124. Anónimos.

[50] Ibíd.

[51] Ibíd.

[52] Ibíd.

[53] Ibíd.

[54] Ibíd. p. 125.

[55] Cutrer, p. 112.

[56] Josephy, p. 88-89.

[57] Informe del general de brigada Henry H. Sibley, comandante en jefe del Ejército de Nuevo México. Redactado en Fort Bliss, Texas, el 4 de mayo de 1862, tras la campaña. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 512.

[58] Ibíd. p 513.

[59] Ibíd.

[60] Ibíd.

[61] Taylor, R. (1879): Destruction and Reconstruction: Personal Experiences of the Late War. New York: D. Appleton and Company. p. 126.

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