vikingos en Irlanda

Uno de los principales objetivos de los ataques iniciales de los vikingos en Irlanda, como en tantas otras partes, serían, por sus riquezas, los monasterios. En la ilustración, un guerrero vikingo contempla un cáliz de plata, parte del botín obtenido en el saqueo de un monasterio en Irlanda. El cáliz está basado en el de Ardag, mientras que la cruz se inspira en la de Tully Lough (ambos datados entre los siglos VIII y IX). Los libros hollados por el hacha del vikingo serían evangelios manuscritos como el famoso Libro de Kells. El infortunado monje que yace sobre el altar lleva la típica tonsura irlandesa, diferente de la continental. El vikingo sería un guerrero de alto rango, probablemente el jefe de una banda de guerra (hersir), como denotan su cota de malla (byrnie) y su yelmo, con los característicos ocularia que protegen ojos y nariz (basado en el hallado en el túmulo funerario de Gjermundbu, Noruega, s. IX). Completa su protección con un escudo circular, con umbo central y reborde metálico. En cuanto a armamento ofensivo, el saqueador ha dado cuenta del monje con un hacha, cuya ancha hoja de hierro está ricamente decorada con un diseño nielado en plata (como la de Mammen, Dinamarca, s. IX). Estas hachas se esgrimían a menudo a dos manos. De su cintura cuelga la típica espada vikinga, larga y de dos filos, más diseñada para el tajo que para la punción. © Ángel García Pinto

El primer ataque de guerreros vikingos en Irlanda, contra la isla de Rathlin, en la costa norte, tuvo lugar en el 795 y las incursiones se sucedieron, con desigual intensidad, durante los siguientes cuarenta años. La mayor parte de la actividad vikinga en Irlanda tuvo su origen en la actual Noruega o en los asentamientos noruegos en las áreas del Atlántico Norte y el mar de Irlanda. Estos primeros ataques eran fundamentalmente costeros y sus objetivos principales eran iglesias y monasterios. Las primeras eran elegidas por razones puramente económicas, no religiosas. En cuanto a los segundos, en el marco de una sociedad rural de asentamientos dispersos como la irlandesa, las principales concentraciones de población, y por tanto de riqueza, se aglutinaban en torno a los monasterios y los vikingos se dieron cuenta rápidamente de que su saqueo reportaba la mejor recompensa a sus esfuerzos.

A partir del 835 los ataques, que ya comprendían grandes flotas que remontaban los ríos para penetrar en el interior de la isla, comenzaron a estar más organizados. Construyeron en muchos sitios bases fortificadas, llamadas longphoirt –campamentos barco– en irlandés, para permitir a sus partidas de pillaje permanecer mayor tiempo en la isla y, con frecuencia, pasar allí el invierno. Algunos de estos campamentos se convirtieron en asentamientos permanentes de los vikingos en Irlanda. El ejemplo más significativo es Dublín, que nació como un longphort en el 841 y creció hasta ser la primera ciudad propiamente dicha y, finalmente, convertirse en la capital de Irlanda. Dublín constituyó el trampolín de la intensa actividad vikinga en las East Midlands, la parte de la isla más próspera y fértil y hogar de la mayoría de los monasterios más ricos. A finales del siglo IX Dublín se erigió como la capital de un reino marítimo vikingo que incluía parte de la costa este de Irlanda, la mayor parte de Escocia y las islas del Atlántico Norte, partes del noroeste de Inglaterra y la isla de Man. Pero las actividades de Dublín en las East Midlands la situaron en confrontación directa con los reinos isleños más poderosos hasta que, en el 902, fue decisivamente derrotada por una coalición irlandesa y sus soberanos tuvieron que abandonar la isla. Irlanda se vio libre de la amenaza vikinga durante los siguientes doce años, pero un nuevo periodo de ataques aún más virulentos se inició en el 914, cuando una gran flota vikinga arribó al puerto natural de Waterford y estableció un baluarte que se convertirá en la futura ciudad de Waterford. En los años siguientes se crearán o reocuparán una serie de asentamientos, origen de Dublín, Limerick, Cork y Wexford.

En Irlanda se desató de nuevo la violencia, con frecuentes incursiones y batallas entre las fuerzas vikingas e irlandesas con resultados impredecibles –los vikingos obtuvieron considerables victorias, pero también fueron derrotados con frecuencia–. En definitiva, los intentos de Dublín por crear un gran reino en Irlanda acabaron en fracaso. La extensión precisa de los territorios controlados por los vikingos es objeto de debate, pero sin duda debió ser bastante reducida incluso en el momento de mayor auge del poderío vikingo, en la primera mitad del siglo X. El “reino” de Dublín en Irlanda era particularmente pequeño comparado con las extensas áreas que la propia Dublín controlaba en el norte de Gran Bretaña durante este periodo. En el 953 Amlaíb (Olafr), rey de Dublín, perdió finalmente el control de la ciudad de York y, a partir de mediados del siglo X, el equilibrio de poder en Irlanda comenzó a inclinarse a favor de los irlandeses. La derrota definitiva de Dublín en la batalla de Tara (980) a manos de Mael Sechnaill, rey de Meath, supuso el final de los intentos vikingos por conquistar Irlanda. De hecho, tras el 980 el resto de los núcleos vikingos terminaron por caer bajo el control de los diferentes reinos irlandeses. La famosa batalla de Clontarf (1014), tradicionalmente entendida como la victoria que liberó a Irlanda de la dominación vikinga, fue de hecho un intento fallido de Dublín por liberarse del yugo del rey supremo irlandés, Brian Boru.

Organización militar

La explicación tradicional del éxito inicial vikingo insiste en la inferior tecnología militar y las arcaicas estructuras político-militares que habían imperado en Irlanda. Sin embargo, hay historiadores que han cuestionado esta afirmación argumentando que los reinos irlandeses más poderosos –que de facto dominaban a los reinos vecinos más pequeños– estaban más avanzados de lo que se creía. La organización militar irlandesa anterior a los vikingos no se ha entendido bien. Las leyes obligaban a todos los hombres libres a acudir ante los llamamientos del rey, tanto para la defensa como para el ataque. En teoría, esta obligación militar universal era la base de la mayoría de los ejércitos, como en la Inglaterra anglosajona o en la Europa carolingia. Sin embargo, en los reinos germánicos y en Gran Bretaña se desarrollaron sistemas militares más especializados, cimentados en torno al rey y su séquito. También en Irlanda, para el siglo IX, el servicio militar era un privilegio exclusivo de la aristocracia.

Sobre el papel, la organización militar escandinava no era muy diferente de la irlandesa. El derecho a portar armas estaba reservado a los hombres libres, responsables de alzarse en defensa del reino. Sin embargo, la proximidad a los principales centros de poder en Europa, especialmente el reino franco, dio origen a una sociedad más militarizada y un mayor desarrollo de la tecnología militar. Escandinavia parece haber tenido sistemas de levas y servicios obligatorios que proporcionaran a los reyes los efectivos y recursos necesarios para la guerra y que, con el tiempo, permitieron el desarrollo de algo cercano a un ejército nacional. Las partidas y ejércitos que atacaron Irlanda eran, sin embargo, compañías militares compuestas por voluntarios vinculadas a su señor por un principio de lealtad mutua.

Los vikingos tuvieron un impacto inevitable en la organización militar en Irlanda, plenamente perceptible en el siglo X pero que probablemente comenzó antes. Los reyes irlandeses comenzaron a emplear cada vez más soldados profesionales y mercenarios (tanto irlandeses como vikingos). Las levas territoriales de los reinos irlandeses también ganaron en profesionalidad. Nuevos procedimientos como el pago por servicio militar fuera del reino y el desarrollo del poder real para alojar soldados en pueblos subyugados permitió a los reyes más poderosos acometer campañas cada vez más alejadas y ambiciosas. En los siglos XI y XII tenemos evidencias del despliegue de ejércitos más grandes en campañas de mayor duración que antes, del empleo considerable de barcos y caballería, de un uso más limitado de castillos y armadura y, presumiblemente, de la existencia de una nobleza guerrera cuasi-feudal. También hay evidencias de la extensión del servicio militar y del derecho a llevar armas a las clases llanas.

No hay evidencias del uso bélico de la caballería en la Irlanda previkinga. De hecho, fueron estos los que introdujeron en la isla el uso del caballo en la guerra, aunque no está claro si empleaban monturas sólo para dirigirse a la batalla o si realmente luchaban a caballo. La primera referencia a jinetes irlandeses en un contexto militar datan de la década del 850, sin duda como reacción a los vikingos. Las evidencias de guerreros montados, tanto irlandeses como vikingos, se multiplican en los siglos X y XI. Parece que la nobleza irlandesa comenzó a hacer un uso intensivo de los caballos, quizás para mantener una función diferenciada en ejércitos que ahora incluían también clases sociales inferiores.

La guerra naval no era desconocida en Irlanda, pero sin duda los vikingos tuvieron un impacto decisivo en este ámbito. En los anales del siglo IX aparecen referencias a considerables flotas de entre 60 y 200 barcos vikingos en Irlanda. En el siglo X se dio un enorme incremento de la actividad naval y aparecen por primera vez referencias a flotas irlandesas. Hacia finales del siglo X, Brian Boru imitó las tácticas vikingas al desplegar flotas en el río Shannon para realizar incursiones en los reinos rivales y en el 1022 el rey de Ulaid aparentemente derrotó a la flota de Dublín en una batalla en mar abierto.

Sección del barco vikingo de Oseberg

Sección del barco de Oseberg, circa 834. Encontrado en el túmulo funerario de Oseberg, Noruega, este tipo de embarcación se conoce como karv. De dimensiones más reducidas que los “barcos largos” empleados habitualmente en las expediciones, los karv se emplearían también para esos menesteres, además de para el comercio. El de Oseberg contaba con 22 metros de eslora por 5 de manga, siendo propulsado por una vela de unos 90 m², con  la que podía alcanzar velocidades de hasta 10 nudos. Contaba además con 30 remos, lo que junto a su poco calado le permitía remontar ríos. En la ilustración se sugiere también un mascarón de proa tallado como una cabeza de dragón, aunque estos se reservaban para los “barcos largos” de los caudillos, de ahí su nombre en noruego drage/drake (dragón) u orm (serpiente). © José Daniel Cabrera Peña

Hacia el 1100 el sistema militar irlandés era, en muchos aspectos, comparable al de la Inglaterra anglosajona tardía, que también incluía guerreros nobles (thengs), mercenarios extranjeros (huscarles) y una leva general de hombres libres (fyrd). Incluso se sospecha que los reyes irlandeses, al igual que hacían los reyes anglosajones, podrían demandar corveas con fines militares (como la construcción y reparación de puentes y fortalezas). Sin embargo, no hay evidencias de que la organización militar irlandesa alcanzara las cotas de sofisticación del sistema anglosajón, especialmente la fyrd “escogida“, una leva selectiva de hombres provenientes de los distritos y las ciudades destinada a proporcionar una fuerza más pequeña pero mejor equipada que la leva general.

Tecnología militar

Las fuentes históricas y arqueológicas indican claramente que la panoplia de los guerreros irlandeses de la época de las primeras incursiones vikingas consistía, al igual que en los siglos anteriores, en lanza, espada y un escudo como única defensa, sin hacer referencia al empleo de armadura. El repertorio típico del equipo militar vikingo es bien conocido; sus armas principales eran lanzas, espadas, hachas, arcos y flechas. El arco y el hacha fueron las únicas armas que los vikingos introdujeron el Irlanda, y mientras que los irlandeses apenas adoptaron el arco, el hacha fue empleado de forma exhaustiva –probablemente como un sustituto barato de la espada– y aparece frecuentemente mencionado durante los siglos XI y XII, tanto blandida por manos irlandesas como escandinavas.

La calidad tecnológica del equipo irlandés previkingo ha sido puesta en duda, pero la metalografía ha demostrado que mientras algunas armas eran tecnológicamente inferiores, otras eran de una calidad razonable, con filos templados y adecuadamente carburados.. Es difícil relacionar las armas encontradas con un momento cronológico concreto y prácticamente ningún arma irlandesa puede datarse de finales del siglo VIII o principios del IX. El tipo de espada que se cree contemporánea a las primeras incursiones vikingas, (denominadas “espada crannog”), es sin duda inferior a las espadas vikingas de los siglos IX y X. Sin embargo, no hay base alguna para datar estas espadas más allá del siglo VII y es pura especulación asumir que aún estaban en uso cuando comenzaron los ataques vikingos. Cuando se han encontrado espadas típicamente europeas del siglo IX, siempre se ha asumido que eran armas vikingas, aunque existe la posibilidad de que algunos guerreros irlandeses estuvieran equipados con armas comparables a las de sus enemigos. Parece evidente que los guerreros irlandeses adoptaron e imitaron las armas vikingas, pero la extensión y datación de este préstamo son inciertos. Posiblemente la mejor espada vikinga hallada en Irlanda apareció en el crannog [N. del T.: isla artificial] de Ballinderry, Condado de Westmeath, un yacimiento típicamente irlandés, en un contexto del siglo X, por lo que parece que este arma fue usada, al menos, por un guerrero irlandés.

armas vikingas

Armamento de la Era Vikinga en Irlanda, siglos IX-X, Museo del Ulster, Belfast. © Wikimedia Commons/Notafly

Mientras que hay pocas diferencias obvias entre el arsenal de irlandeses y vikingos, el empleo de armadura establece una clara distinción entre ambos grupos. Las fuentes históricas irlandesas afirman con rotundidad que los irlandeses no portaban armadura, mientras que los vikingos sí, afirmación que, aunque demasiado simplista, parece ser sustancialmente cierta. Es probable que al menos algunos de los primeros invasores vikingos ya vistieran armadura y las fuentes de los siglos XI y XII hacen frecuentes referencias a las mismas en comparación con los desprotegidos irlandeses, llegando en ocasiones a justificar las derrotas irlandesas por la ineficacia de sus armas contra las armaduras de sus enemigos. El principal término usado en las fuentes, lúirech (del latín lorica), hace referencia casi con toda seguridad al byrnie o hauberk de malla, pero no ha sobrevivido ninguna evidencia material de cascos o armaduras vikingas en Irlanda.

Las prendas que los guerreros irlandeses –incluso los nobles– vestían en batalla no debía diferir demasiado de su atuendo habitual, especialmente a comienzos del periodo vikingo. Sin embargo, hay referencias tardías al empleo de cascos y armaduras lúirecha entregadas por los reyes a sus subordinados para su empleo en prestaciones militares recíprocas. Quizás lo que mencionan las fuentes sea, en la mayor parte de los casos, cotas de cuero u otros materiales orgánicos. Sin duda los guerreros irlandeses pudieron haber obtenido armaduras vikingas a través del comercio o del combate, pero en este ámbito el préstamo entre ambas culturas no fue tan intenso como en lo relativo a las armas

Tácticas

Un rasgo general de la guerra entre vikingos e irlandeses es que tanto las grandes batallas campales como los asedios fueron bastante raros. La naturaleza de la guerra en la Irlanda medieval estuvo fuertemente influenciada por sus particulares condicionantes geográficos y demográficos. Buena parte de la isla estaba ocupada por montañas, ciénagas y bosques, terrenos nada propicios para librar una batalla convencional. Y, lo que es más importante, en una isla infrapoblada como Irlanda, las batallas campales con un elevado índice de bajas no beneficiaban a nadie; el vencedor se haría con el control de nuevos territorios, pero no habría población residente que los cultivara.

Por contra, el objetivo de la guerra en la Irlanda medieval consistía en el sometimiento, no en la aniquilación, por lo que el robo de ganado, que tenía una importancia económica fundamental, se convirtió en uno de los recursos más comunes. El robo de ganado dio lugar a un tipo de guerra dinámico, en el que la mayoría de los enfrentamientos tenían lugar o bien cuando los asaltantes atacaban a sus víctimas mientras estas trataban de trasladar al ganado y a los no combatientes a un lugar seguro, o bien cuando una partida de saqueo, de vuelta con su pillaje, era a su vez perseguida y alcanzada por los combatientes enemigos. Estas tácticas aparecen reflejadas en las fuentes irlandesas de los siglos IX al XII y es evidente que los vikingos también las emplearían.

Aparte de estas incursiones y persecuciones, hay evidencias de la elección deliberada de localizaciones estratégicas para la acción militar. Los ataques habitualmente de dirigían contra los campamentos enemigos, como los longphoirt establecidos por los ejércitos vikingos. Una táctica habitual era la de atacar por sorpresa el campamento enemigo, normalmente de noche, especialmente cuando la victoria en batalla campal no parecía asegurada. Muchos ataques o emboscadas también tuvieron lugar en emplazamientos de paso restringido en bosques, colinas y ciénagas. Aunque las evidencias de este tipo de combates provienen en su mayor parte del siglo XII, no hay duda de que estas emboscadas se emplearon durante todo el periodo vikingo.

Mapa vikingos en Irlanda islas británicas Inglaterra

Mapa del apogeo del dominio de los vikingos en Irlanda y Gran Bretaña (siglos VIII-X). Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

Por tanto, entre robos de ganado y persecuciones, ataques a campamentos y emboscadas, la mayor parte de la actividad militar no implicaba batallas campales. Los irlandeses confiaban en los obstáculos naturales y eludían las batallas campales, lo que si bien se puede interpretar como rasgos de debilidad militar, es reflejo de su sentido común y capacidad para aprovechar el medio. El empleo en una estrategia defensiva de obstáculos naturales, como ríos, bosques o ciénagas, no era una práctica confinada a Irlanda sino extendida por toda Europa y los propios vikingos también evitaban las batallas campales a no ser que confiaran plenamente en la victoria.

Cuando finalmente tenía lugar una batalla, las fuentes arrojan cierta luz sobre las tácticas empleadas. Las descripciones de las formaciones de batalla, aunque carentes de detalle y rebosantes de ampulosidad poética, evidencian masas compactas de hombres en las que se primaba la solidez y rigidez por encima de la movilidad. La información disponible sobre el desarrollo real de las batallas, que sugiere una sofisticación táctica mínima, describe un patrón común: un intercambio preliminar de proyectiles a distancia ­–jabalinas, flechas y piedras– seguido de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre ambos ejércitos. El uso de los arcos por los vikingos estaba limitado al mencionado intercambio de proyectiles preliminar. El combate subsiguiente era poco más que una melé de infantería, armada generalmente con lanzas, espadas, hachas y garrotes. Algunos relatos enfatizan la importancia de los combates singulares entre las figuras principales a la hora de decidir la batalla, aunque bien puede tratarse de una mera licencia poética. La mayoría de los enfrentamientos eran una prueba de fuerza entre los dos ejércitos en la que las ya mencionadas solidez, rigidez y fuerza bruta resultaban decisivas. El objetivo era hacer recular al enemigo, luego romper sus filas y finalmente hacerle huir. La aportación ideal de los guerreros singulares consistía en abrir una brecha en la formación enemiga, lo que tendría como consecuencia su ruptura y desbandada.

Los ejércitos son frecuentemente descritos como divididos en diferentes compañías para la batalla, normalmente tres divisiones desplegadas una detrás de la otra. Puede que estas tres divisiones se correspondan con un contingente principal, una vanguardia y una retaguardia, aunque en al menos una ocasión aparecen descritas como de igual tamaño. Aunque en algunas fuentes se sugieren despliegues más elaborados, la impresión general es que tanto la disposición de las tropas como los métodos de combate eran rudimentarios. Sin embargo, en esto tampoco parece ser Irlanda muy diferente a la mayor parte del norte de Europa, al menos hasta el ascenso de la caballería pesada a partir del siglo X.

El impacto de los vikingos en Irlanda

¿Cómo debemos, por tanto, evaluar el impacto que tuvieron los vikingos en Irlanda? Parece difícil explicar su relativa falta de éxito militar (medido en conquistas territoriales) si asumimos su aparente superioridad al inicio del periodo vikingo. Sin embargo, aun aceptando dicha superioridad, sería un error sobreestimarla y no considerar que los reyes irlandeses habrían tratado de compensarla rápidamente. Sin duda debió ser difícil para los irlandeses hacer frente de forma efectiva a las incursiones aisladas de principios del siglo IX, en la mayoría de las cuales poco o ningún combate tuvo lugar, pero incluso en esta época aparecen registradas algunas victorias irlandesas. Desafortunadamente, los anales no dicen nada sobre el tamaño de las fuerzas involucradas ni de la naturaleza del combate, por lo que no podemos saber si estas victorias fueron debidas a su pericia militar, a una mera superioridad numérica o a otros factores. En cualquier caso, estos relatos nos sirven para no subestimar la capacidad de los irlandeses para responder ante los ataques vikingos, incluso en una época tan temprana.

El a la postre fracaso militar de los vikingos en Irlanda pudo ser consecuencia, en parte, de que su conquista nunca fue una prioridad para los poderosos soberanos escandinavos que, a fin de cuentas, debían de aportar los recursos necesarios. Por otro lado, los vikingos sembraron su propia ruina como consecuencia de su papel inductor en el proceso de militarización de los principales reinos irlandeses. La amenaza que su mera presencia constituía suscitó tanto una necesidad de militarización como la base financiera de la misma a través de la riqueza que generaban sus actividades económicas, e, intencionadamente o no, aportaron buena parte del armamento empleado en el conflicto. Los efectos totales de la militarización de los reinos irlandeses se tradujo, desde finales del siglo X, en su habilidad para dominar y controlar los asentamientos vikingos.

Bibliografía

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  • Hjardar, Kim y Vik, Vegard, Vikingos en guerra. Desperta Ferro Ediciones, 2019.

El Dr. Andrew Halpin desempeñó tareas como arqueólogo para el ayuntamiento de Dublin entre 1991 y 1994, durante las que realizó excavaciones en el antiguo puerto de la ciudad. Actualmente es conservador del Museo Nacional de Irlanda, y entre sus obras destacan Ireland: An Oxford Archaeological Guide to Sites from Earliest Times to Ad 1600 y Weapons and warfare in Viking-Age Ireland, dentro de la obra colectiva The Viking Age: Ireland and the West.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 2 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 3: La herencia vikinga.

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