Sarcófago de Portonaccio guerras marcomanas danubianas marco aurelio

Sarcófago de Portonaccio, finales del siglo II d. C. Flanqueado por sendos trofeos y parejas de cautivos bárbaros –nótese que el de la derecha lleva el “nudo suevo”– aparece representando un confuso combate de caballería entre romanos y bárbaros que se inspira en la realidad militar del siglo II d. C., el largo conflicto (un cuarto de siglo) que mantuvo Roma en tiempos del emperador Marco Aurelio con varios pueblos de la región danubiana, en lo que se ha venido a conocer como Guerras Marcomanas (o danubianas). Los romanos aparecen con armaduras de placas y de escamas, mientras que los bárbaros –alusión genérica a pueblos bárbaros que no obstante probablemente recuerde los recientes enfrentamientos con los danubianos– se distinguen por sus mostachos y barbas caprinas, portando escudos hexagonales, con umbo en forma de bulbo. Se distingue un estandarte en forma de draco, que puede ser tanto romano como bárbaro, y un aquila. La figura del centro se ha identificado tradicionalmente con la del general que comisionaría el sarcófago, con escenas de su vida –nacimiento, nupcias, arquetípica clemencia con un bárbaro– en el registro superior, por lo que no es inverosímil suponer que el comitente participara en las guerras de Marco Aurelio en el Danubio, aunque dado lo formulario de las representaciones en sarcófagos esto es sólo una hipótesis. Museo Nazionale Romano, Roma. Fuente: Wikimedia Commons.

Aunque en todos estos territorios se produjeron revueltas indígenas en los años siguientes a su anexión, al comienzo de la segunda mitad del siglo II d. C. las provincias de Raetia, Noricum, Pannonia (Superior e Inferior) y Moesia (Superior e Inferior) estaban firmemente en manos de Roma. A estas provincias hay que añadir las formadas en 124 d. C. con las tierras dacias conquistadas por Trajano en 106 d. C. al norte del gran río fronterizo: las Daciae Apulensis, Malvensis y Porolissensis.

Al norte de todas estas provincias habitaban los bárbaros, nombre que romanos y griegos daban a los “extranjeros” en general y que en este caso estaban compuestos por una serie de tribus de orígenes diversos (germánico, iranio…) y con bajo nivel cultural respecto a Roma, como marcómanos, hermúnduros, cuados, sármatas (yacigos y roxolanos), costóbocos, victofalianos, longobardos, obios, buros, vándalos, naristos, dacios libres… Frecuentemente estaban en guerra entre ellos (alentada por Roma la mayoría de las veces), pero siempre vigilantes de cualquier debilidad romana para atacar el Imperio, en busca de botín o de tierras.

El primer asalto

En 166 el Imperio romano estaba inquieto. Poco antes, sus ejércitos de Britannia y Germania habían terminado con diversas revueltas en sus provincias y en esa fecha acababa de ganar una guerra (“dirigida” por Vero y, en realidad, por los experimentados generales que Marco Aurelio puso a su lado) en Oriente al Imperio parto cuyas consecuencias no fueron buenas: las tropas (legiones y auxiliares) danubianas y renanas desplazadas como refuerzo a la zona, al regresar a sus bases, llevaron con ellas la peste que se había declarado en el teatro de operaciones y la difundieron por gran parte de las provincias occidentales, alcanzando con especial virulencia a Italia.

Este es el escenario en el que se va a producir una de las mayores ofensivas bárbaras sobre el Imperio, el más claro precedente de las oleadas que lo golpearán en los siglos III y IV y acabarán por inundar su parte occidental en el V. Toda la frontera norte se vio afectada en mayor o menor medida, pero fueron las tierras danubianas las que más lo notaron, quizá porque, al ser más extensas, el frente que presentaban a los numerosos enemigos potenciales era mayor. El recuerdo de las guerras que Marco Aurelio tuvo que librar allí ha llegado incluso a nuestros días y dos de las mejores películas “de romanos” comienzan en esos días y en esa región: La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964) y Gladiator (Ridley Scott, 2000).

Pero antes de que las tropas, con su mortal acompañante, regresaran a sus bases, los bárbaros de las tribus danubianas, enterados de la sustancial merma en el efectivo de las guarniciones que tenían enfrente, habían empezado ya sus ataques. La primera provincia en recibir sus “atenciones” fue Raetia, en el Alto Danubio. La provincia carecía entonces de guarnición legionaria y solo tenía unidades de auxiliares allí estacionadas (muchas de ellas aún en Oriente) lo que favoreció que, en septiembre de 166, las tribus germanas de marcómanos, cuados y victofalianos atacaran e incendiaran diversas bases de dichos auxiliares, entre ellas Abusina (Eining, Alemania), Ventonia (Pfünz, Alemania) y la estacionada en la actual Böhming (Alemania), estas dos al norte del Danubio, siendo rechazado con dificultad su ataque a Augusta Vindelicorum (Augsburgo, Alemania), la capital provincial, defendida por fuerzas al mando del gobernador Desticio Severo.

Pero eso no había hecho más que empezar y mientras los bárbaros se recreaban en las llamas de sus victorias en Raetia, a fines de 166 o comienzos de 167, 6000 longobardos y obios atravesaron el Danubio en las cercanías de la base legionaria de Brigetio (Komárom-Szőny, Hungría), en Pannonia Superior, y, marchando hacia el sureste, penetraron en la adyacente provincia de Pannonia Inferior, cuya legión de guarnición, la II Adiutrix, aún no había regresado de la guerra pártica. Cerca de la actual localidad húngara de Káloz una fuerza de infantería y caballería auxiliar a las órdenes de los prefectos Macrinio y Cándido pudo, sin embargo, interceptarlos y derrotarlos.

guerrero germano suevo guerras danubianas marco aurelio

Guerrero germano, con el llamado “nudo suevo”, un moño con el que los guerreros suevos se recogían el caballo en un lado del cráneo, moda que se extendió entre otras tribus (Tácito, Germania, XXXVIII). Sabemos, también por Tácito, de la escasez de hierro entre los germanos, por lo que lanzas y escudos son las armas más comunes, escaseando cascos o cotas de malla. Asimismo las cachiporras eran ampliamente utilizadas, como se ve por ejemplo entre los auxiliares de la Columna Trajana, y no hay que despreciar su capacidad para infligir daño. © José Daniel Cabrera Peña.

Informado de todo ello, el emperador Marco Aurelio se preparó para la defensa, pues el pueblo de Roma, aterrorizado por una posible invasión de Italia que llegara hasta la Urbs y consumido, además, por los terribles efectos de la peste que mataba allí a miles de personas todos los días, exigía acción. Así, invocando todos los poderes divinos y humanos, a la par que hacía sacrificios a los dioses del panteón romano (y otros panteones extranjeros) susceptibles de ayudar, preparaba (“improvisaba”, sería más bien la palabra) un ejército con tropas de la guarnición de Roma (cohortes pretorianas, urbanas y de vígiles), las únicas que tenía a su disposición en aquel lugar y en aquel momento, además de marineros de las flotas del Tirreno (basada en Misenum, Miseno, Italia) y del Adriático (de Ravenna, Rávena, Italia). Hasta mediados del siglo III no se crearía una reserva estratégica para tapar brechas abiertas en las defensas fronterizas. Al frente de esas tropas puso a Furio Victorino, uno de los dos prefectos del pretorio (el otro era Cornelio Repentino), y tal ejército se dirigió al norte. Para proteger Roma, y por vía marítima, llegó a ella un fuerte contingente de legionarios de la XIV Gemina al mando de su legado, Vetio Sabiniano.

Los bárbaros de Raetia consumieron todo 167 saqueando los campos de la provincia, extendiendo sus rapiñas hasta el vecino Noricum, mientras otras tribus pasaban también al ataque en el Danubio central. Así, en el verano de 167, sármatas yacigos, costóbocos y dacios libres atacaron una sensible instalación romana: las minas de oro de Alburnus Maior (Roşia Montană, Rumanía), en la Dacia Apulensis. Aunque los mineros huyeron, Calpurnio Agrícola, gobernador de las entonces tres provincias dacias unificadas, formó un grupo de combate con las tropas a su mando (entre ellas las legiones V Macedonica y XIII Gemina) y derrotó a los incursores, aunque estos siguieron ocupando durante un tiempo parte de la provincia. Por su parte, en Pannonia Superior, los marcómanos atacaron los acantonamientos parcialmente desguarnecidos de la XIV en Carnuntum (ruinas entre Petronell-Carnuntum y Bad Deutsch-Altenburg, Austria) y de la X Gemina en Vindobona (Viena, Austria) (esta legión se hallaba fuera de su base, en operaciones). Estos campamentos resistieron hasta que las tropas de la Pannonia Inferior, mandadas por el gobernador Claudio Pompeyano, acudieron al rescate y vencieron a los bárbaros.

Por fin, marcómanos, cuados y victofalianos, mandados por el rey Balomar (probablemente cuado), se decidieron a atravesar, ya en 168, los Alpes desde Raetia y Noricum, saqueando diversas ciudades noritálicas, operaciones que incluyeron la destrucción de Opitergium (Oderzo). Sería, pues, en las cercanías de esta ciudad cuando se produjo el choque entre el ejército de Furio Victorino y los bárbaros. No sabemos si fue batalla campal o emboscada, pero el caso es que los romanos sufrieron una estrepitosa derrota que dejó a veinte mil de los suyos tendidos en el campo de batalla, incluyendo al prefecto Furio.

Esta catástrofe militar dejaba la zona nororiental de Italia abierta por completo a las rapiñas de los bárbaros, que fijaron su atención en la ciudad más rica y próspera de la región, la costera Aquileia (Aquileya, Italia), y se dirigieron contra ella. No pudieron tomarla, pues sus fortificaciones, defendidas por milicias ciudadanas reclutadas apresuradamente (la ciudad no tenía guarnición), fueron demasiado para unos guerreros inexpertos en la guerra de asedio. Su rey murió durante las operaciones y la ciudad aguantó hasta que sus atacantes tuvieron que retirarse ante la inminente llegada desde el sur de un ejército de socorro dirigido en persona por los dos co-emperadores y la amenaza de ver cortada su retirada por el noreste por otro contingente romano.

En efecto, Marco Aurelio había hecho bien las cosas y con las pocas tropas de la guarnición de Roma que no habían sido aniquiladas con Furio, los refuerzos panónicos que allí habían llegado con el legado Sabiniano, una vexillatio (destacamento) de la legio II Traiana llegada desde Aegyptus y las dos nuevas legiones que había formado (incluso con gladiadores) en los primeros meses de 168, la II Pia y la III Concors (poco después rebautizadas como II y III Italicae) había formado un ejército de refuerzo. Asimismo, había ordenado que los ejércitos provinciales de las dos Pannoniae, a las órdenes del mencionado Pompeyano y de su colega de Pannonia Superior, Julio Baso, avanzaran hacia el oeste para cortar la retirada a los bárbaros en los Alpes.

En su aproximación hacia las montañas, este ejército venció a una concentración de bárbaros no identificados, por lo que sus miembros solicitaron un donativum (una gratificación) a Marco Aurelio por su victoria. El emperador les contestó que no había dinero en las arcas imperiales para tales dispendios y los soldados lo acataron disciplinadamente (quizás a otro emperador con menos prestigio le hubiese costado la vida). Otros refuerzos provenientes del bajo Danubio y de Oriente estaban también ya en camino. Marco y Vero entraron, pues, en Aquileia, mientras los huidos bárbaros, quizás afectados también por la peste, llegaban a Raetia y Noricum. En un gesto de buena voluntad, los cuados, que habían perdido a su rey (¿Balomar?), solicitaron a Roma que les diera uno y los emperadores, en la esperanza de controlar a esa tribu, les designaron a un tal Furtio, un cuado romanizado. Para asegurar la defensa de Aquileia y su región, Marco Aurelio organizó un distrito militar especial, la llamada Praetentura Italiae et Alpium, donde quedaron de guarnición la II Pia y la III Concors. Regresando a Roma, el tándem imperial se vio disminuido a la mitad, pues Lucio Vero murió de una apoplejía en el camino, a principios de 169.

El Bellum Germanicum Primum

Este fue el nombre que los romanos dieron (atestiguado así en inscripciones epigráficas) al período de campañas entre 169 y 175. Así, aunque los bárbaros habían abandonado Italia, no por ello había cesado el peligro, y la base panónica de auxiliares de Intercisa (Dunaújváros, Hungría) fue atacada por los yacigos. Su unidad de guarnición, la cohors I Alpinorum, resistió bien y los atacantes no pudieron tomarla, aunque sí causar allí graves daños. Mucho peor para Roma fue el desastre que iba a suceder a fines de la primavera de 170 en un punto indeterminado del bajo Danubio, en territorio dácico, donde el ejército de las provincias unificadas de las Tres Daciae y Moesia Superior, mandado por el gobernador Claudio Frontón, fue derrotado por los costóbocos y los dacios libres, costándole la vida al propio gobernador. Los bárbaros vieron así abiertas las puertas de los Balcanes romanos y, a través del Danubio y en dos direcciones, sureste y suroeste, se precipitaron en aquellas regiones en busca de botín.

Ese verano fueron así atacadas y, en su mayor parte, saqueadas, en Moesia Inferior las ciudades de Tropaeum Traiani (Adamclissi, Rumanía), cuya milicia ciudadana auxilió a un grupo de combate legionario para vencer a los bárbaros, Nicopolis ad Istrum (Nikljup, junto a Veliko Tărnovo, Bulgaria) y Callatis (Mangalia, Rumanía), además del campamento de Durostorum (Silistra, Bulgaria), de donde los legionarios de la XI Claudia los rechazaron con facilidad. En Thracia, se lanzaron sobre ciudades como Apollonia (Sozopol, Bulgaria) o Serdica (Sofia, Bulgaria). En Apollonia o en Callatis se apoderaron de barcos (y es de suponer que de tripulaciones forzadas, pues ellos no tenían experiencia en la navegación) y por vía marítima llegaron tan al sur como la provincia de Achaea, donde saquearon Eleusis, a unos 22 km al oeste de Atenas y sede de los famosos misterios de las diosas Deméter y Perséfone. También Achaea fue invadida por tierra, además de Macedonia. Las ciudades amenazadas formaron milicias que, en su mayor parte, fueron vencidas por los incursores que destruyeron sus ciudades, como fue el caso de las aqueas de Elatea (hoy ruinas junto a Elatia, Grecia) o Tespiae (Tespiäa, Grecia). Ese año, o el siguiente, un grupo de combate formado por unidades de auxiliares a las órdenes del prefecto Julio Vehilio Grato Juliano, derrotó a uno de estos grupos de saqueadores costóbocos. Las bandas bárbaras que no fueron aniquiladas regresaron a sus tierras cargadas de botín y prisioneros.

Marco Aurelio, por su parte, consideró la amenaza sobre las provincias nordanubianas, por su mayor proximidad a Italia, como la principal y estableció su cuartel militar en Carnuntum, donde reunió a sus tropas danubianas y a los refuerzos llegados de las provincias germánicas y orientales y se dispuso a atacar a cuados y marcómanos, contra los que en 171-173 desarrollaría una serie de operaciones militares, muchas de ellas al norte del Danubio, en el Barbaricum (nombre en general que se daba entonces a dichas tierras). Esta campaña obligó a cuados y marcómanos a pedir la paz, debiendo aceptar los bárbaros la instalación de guarniciones militares en su suelo, retirar a sus guerreros a, como mínimo, 7 km del río, devolver a los aproximadamente 50 000 prisioneros romanos que estaban en sus manos (los prisioneros bárbaros, en cambio, no fueron devueltos, sino que se les instaló como colonos en el norte de Italia). Hasta los cuados tuvieron que entregar a su rey Ariogeso (¿qué habría sido de Furtio?), desterrado a Egipto.

Durante las antedichas operaciones, seis batallas merecen ser destacadas. La primera es la derrota y muerte, en el verano de 172, de uno de los prefectos del pretorio, Macrinio Víndex (el otro era Baseo Rufo), que, con el contingente a su mando, se desplazaba por escabrosos terrenos del sur de Bohemia. La segunda es otra derrota, la de un contingente de auxiliares de la tribu de los cotinos ante los marcómanos, quizá en 173. Las otras son victorias romanas: en 171 dos contingentes bárbaros fueron aniquilados, uno en territorio romano por un cuerpo de ejército al mando de Claudio Pompeyano (nuevo marido de Lucila, hija del emperador) y el otro cuando, cargado de botín, intentaba repasar el Danubio hacia el norte; ese año o en 172, Marco Valerio Maximiano, un competente oficial romano (tanto que, al final de su carrera, habría mandado sucesivamente, ni más ni menos, que seis legiones, el que más en la historia de Imperio; además, nótese el parecido de su nombre con el héroe de Gladiator) prefecto entonces al frente de los jinetes auxiliares del ala I Hispanorum Aravacorum, en una operación colateral, derrotó con su unidad a los naristos y mató en combate a su jefe Valaón, no sabemos si en solitario con su unidad o integrado en un más amplio grupo de combate; la batalla quizá más famosa es la que tuvo lugar en las cercanías del río Granua (actual Hrón, Eslovaquia), pues implicó la intervención divina (¿de qué dios?), en el verano de, probablemente, 173.

En aquel momento, un ejército romano de auxiliares y legionarios (entre estos los de la I Adiutrix, mandada entonces por el legado Helvio Pértinax, futuro emperador), dirigido por Marco Aurelio en persona y Claudio Pompeyano, operaba al norte del Danubio cuando tuvo que hacer frente a un numeroso ejército bárbaro, que lo derrotó en primera instancia, quedando los supervivientes romanos cercados. Los bárbaros decidieron entonces esperar a que las heridas, el cansancio y la falta de abastecimientos, sobre todo de agua, hicieran rendirse a los romanos. Cuando peor estaba la situación, un mago egipcio de nombre Arnufis, miembro del séquito del emperador, invocó a los dioses para que hicieran llover y solucionar el más acuciante problema romano. Se desencadenó entonces una furiosa tormenta, con profusión de rayos, truenos y relámpagos, que proveyó del líquido elemento a los romanos y asustó a los supersticiosos bárbaros, que abandonaron el cerco y se retiraron. Los romanos no perdieron la oportunidad y los persiguieron, atrapándolos y aniquilándolos. Este fue el llamado “milagro de la lluvia”, que tanta repercusión tuvo en su día que incluso aparece esculpido en el monumento que conmemora en Roma estas guerras: la columna de Marco Aurelio. Años después, las fuentes cristianas (Tertuliano, Eusebio de Cesarea, y Orosio) dirán que las plegarias fueron las de los soldados cristianos que formaban la legio XII, desplazada desde Oriente como refuerzo, y que por ello sería premiada con un apelativo honorífico: Fulminata (fulmen=rayo). Lo cierto es que el nombre de XII Fulminata está atestiguado ya en los últimos tiempos de la República romana.

En 174, el emperador decidió encargarse de los sármatas yacigos, para lo cual se instaló en Sirmium (Sremska-Mitrovica, Serbia), capital de Pannonia Inferior. Derrotados estos bárbaros (una de las batallas tuvo lugar sobre el Danubio helado, donde los romanos, persiguiendo a un grupo de incursores al que habían derrotado previamente, tuvieron que hacer frente, victoriosamente, a un contraataque de su caballería), en junio de 175 pidieron la paz, que Marco les concedió rápidamente, pues en Syria se había producido la autoproclamación imperial de Avidio Casio, comandante en jefe de Oriente, y tenía que acudir allí a ocuparse del asunto. Todo esto impidió, además, que se concretara el proyecto imperial de que amplias zonas de la orilla izquierda del Danubio fueran anexionadas al Imperio en forma de las nuevas provincias de Marcomania y Sarmatia. Las condiciones de la paz, similares a la de los cuados y marcómanos (devolución de prisioneros, retirada a cierta distancia del gran río fronterizo…), incluían la entrega de 8000 jinetes para servir como auxiliares en el ejército romano. Fueron enviados a Britannia y estos son los “caballeros sármatas” de los que se habla en la película El rey Arturo (Antoine Fuqua, 2004). En aquella época estaba con el emperador su joven hijo (14 años) Cómodo, que en Sirmium fue nombrado césar, lo que le oficializaba como heredero.

El Bellum Germanicum Secundum

Entre la segunda mitad de 175 y la primavera de 177, los bárbaros permanecieron tranquilos en el Danubio, lo que le vino muy bien a Marco Aurelio para solucionar las cosas en Oriente (Avidio fue asesinado por sus hombres), reorganizar la zona y volver a Roma, donde, en noviembre de 176, celebró la ceremonia del triunfo sobre germanos y sármatas, acompañado de Cómodo, que fue nombrado augusto y asociado al poder, reeditando así la diarquía de su padre con Lucio Vero.

Mapa guerras danubianas de Marco Aurelio

Mapa del Bellum Germanicum Secundum, la segunda de las Guerras Marcomanas de Marco Aurelio. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones.

En 177 se reanudaron las hostilidades, por la ruptura de los marcómanos del tratado de 173, descontentos con sus duras condiciones. Los yacigos no romperían el suyo e, incluso, ayudarían a los romanos, lo que les supondría que les fueran suavizados los términos de dicho acuerdo. En agosto de 178, Marco Aurelio, acompañado de Cómodo (que no carecía de valor, como demostró al salvar a su padre en una ocasión, cuando su caballo se hundía en una ciénaga durante una marcha por los bosques bohemios), estaba de nuevo en Carnuntum, desde donde partieron los contingentes que derrotaron a los bárbaros, debiendo trasladar el emperador al año siguiente su base más al oeste, a Vindobona, al entrar también en guerra los hermúnduros. Los romanos siguieron derrotando a los bárbaros, en victorias como la de uno de los prefectos del pretorio, Tarrutenio Paterno (el otro era Tigidio Perenne), tras un día entero de combate. En 179, las legiones II y III Italicae habían sido instaladas como guarnición en Noricum y Raetia, respectivamente, y 20 000 romanos invernaron en 179-180 en territorio bárbaro, entre ellos 855 legionarios de la II Adiutrix en Leugaricio (Trenčin, Eslovaquia), 120 km al norte del Danubio, con su legado Valerio Maximiano. Esto parece indicar que el proyecto de las provincias transdanubianas había sido retomado, pero nunca se sabrá pues la peste, que había vuelto a aparecer en las filas romanas, mató al emperador el 17 de marzo de 180. Cómodo, su sucesor, prefirió mantener el statu quo y, estableciendo una paz de compromiso con el enemigo, volvió a Roma a disfrutar de su nueva posición.

Conclusión

Las guerras libradas por Marco Aurelio en la cuenca danubiana respondieron a una necesidad defensiva del Imperio, no a una política expansiva, como en tiempos anteriores. Ante el masivo asalto bárbaro, el ejército romano, en su apogeo entonces, supo responder bien, a pesar de derrotas puntuales, alguna muy grave. El Imperio no podía permitirse perder esas tierras, fuente de riqueza económica y, cada vez más, de reclutamiento militar. Sin embargo, una frontera tan larga estaba muy expuesta y los bárbaros lo volverían a intentar con fuerza en el siglo siguiente, siéndoles a los emperadores de entonces mucho más difícil su contención.

Fuentes

  • Dión Casio: Roman History. Harvard University Press. Cambridge (Massachusetts), 1961 (reedición de la de 1914).
  • Vopisco Siracusano, Flavio: Vida de Marco Antonio, el filosofo, en Historia Augusta. Akal Edic. Madrid, 1989.

Bibliografía

  • Birley, A.R. (2009): Marco Aurelio. La biografía definitiva. Ed. Gredos. Madrid.
  • Görlitz, W. (1962): Marc-Aurèle, empereur et philosophe. Payot. París.
  • McLynn, F. (2011): Marco Aurelio. Guerrero, filósofo y emperador. Ed. La Esfera de los Libros. Madrid.

Julio Rodríguez González es doctor en Historia Antigua, licenciado en Arqueología e Historia Medieval por la Universidad de Valladolid, y profesor de Geografía e Historia en un instituto público. Como historiador su campo de actuación es la historia militar romana, en especial todo lo relacionado con las legiones. Sobre esos temas ha publicado diversos libros y artículos, tanto de investigación como de divulgación.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 10 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 11: El Imperio romano. De Trajano a Marco Aurelio.

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