Real Expedición Filantrópica

El doctor Edward Jenner (1749-1823) efectuando la primera vacuna contra la viruela en 1796 (1879), óleo sobre lienzo de Gaston Mélingue (1839-1914), Collection Bibliothèque de l’Académie nationale de médecine, París. Los avances de Jenner otorgaron al Dr. Balmis los conocimientos necesarios para la planificación de la Real Expedición Filantrópica.

La viruela es una enfermedad infecciosa producida por un virus, erradicada en el momento actual. Se conocen tres variantes (en simios, bovina y humana), de las cuales la última es la que más morbimortalidad conlleva –hasta un 60%–, asociándose a grandes secuelas físicas en los enfermos que no fallecían. Fue introducida en el territorio americano en el siglo XVI tras la llegada de los colonos que arribaban desde la Península con consecuencias mucho más devastadoras que las que tuvo en Europa.

Jenner, en 1796, decide inocular experimentalmente a James Philips, de 8 años, parte del fluido extraído de las pústulas de las manos de una lechera inglesa afectada de viruela bovina (contraída a partir de sus vacas). El niño enfermó de dicha variante (también conocida como viruela menor), pero el transcurso de la enfermedad fue mucho más liviano y sin las secuelas de la viruela mayor. Un hecho observado fue la adquisición de inmunización frente a la viruela humana, por lo que en distintos puntos del globo, los médicos comenzaron a idear la forma de evitar la adquisición de tan temible enfermedad.

Ante la preocupación creciente por el estado de la población de nuestras colonias americanas, el rey Carlos IV decidió encargar a Francisco Javier Balmis, médico militar y cirujano honorario de la corte del rey, la misión de inmunizar a dichos territorios, asegurando así la población activa y la generación de recursos. Y es en este punto dónde se encuentra el reto: ¿cómo llevar suficiente cantidad del fluido de las pústulas bien conservado para poder administrarlo a tal cantidad de personas? Hay que tener en cuenta que en el siglo XVIII no podía usarse el método de la congelación ni, obviamente, el de la liofilización para reconstitución posterior y, además, se necesitaba gran cantidad para inocular a la población de las colonias (a saber, Tenerife, Puerto Rico, Venezuela, Cuba, Nueva España, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Filipinas y China).

El pus empleado debía ser fresco por lo que solo podía extraerse de pústulas de reciente aparición. Además, una persona que contrajera la enfermedad quedaba inmunizada de por vida tras el episodio, por lo que tras la desaparición de las pústulas, el fluido ya no podía ser empleado: primero porque las lesiones ya se habían secado y/o desaparecido y segundo, porque no se podía volver a reproducir la enfermedad en la misma persona. Balmis había intentado contener el fluido purulento dentro de pequeñas botellitas de cristal pero no había aguantado lo suficiente como para poder llevarlo en un barco, tantas millas y meses de travesía, asegurar su llegada indemne ni su eficacia.

La Real Expedición Filantrópica

Pero Balmis ha pasado a la historia como una persona, no solo inteligente y estudiosa, sino proactiva e innovadora; de carácter recio y decidido, encontró una solución arriesgada, no exenta de complicaciones y de recriminaciones por parte de gran parte de la población. Determinó que, junto al resto del personal sanitario que precisaba para llevar a cabo la misión, irían a bordo niños de entre 3 y 10 años según las fuentes. Estos niños (inicialmente todos varones) debían estar en buenas condiciones físicas, sanos y, obviamente, no haber padecido previamente la enfermedad. La labor de estos niños no era otra sino la de hacer de reservorios humanos de la vacuna antivariólica. La pretensión de Balmis era vacunar semanalmente a dos niños con el pus extraído de las pústulas de los dos niños vacunados la semana anterior. Los niños afectos debían estar separados del resto para no contagiar a los sanos y debían seguir una vigilancia estrecha, tanto de la sintomatología presentada durante el desarrollo de la enfermedad como para evitar que se rascaran las pústulas y «desperdiciaran» el tan codiciado líquido.

Este «experimento», que bien puede parecer una atrocidad hoy en día, hace poco más de doscientos años en nuestro país no lo era tanto. Debemos tener en cuenta que, en aquel contexto histórico, la medicina se hallaba en sus albores de conocimiento, de experimentación y no existían las leyes ni la ética que tenemos hoy en día. No existían los principios de bioética como son la ley de autonomía del paciente, de beneficencia, de no maleficencia y de justicia, leyes todas ellas por las que se rige la medicina actual y por las cuales, esa expedición a día de hoy, hubiera sido totalmente impensable. En aquella época, en el Reino de España, había muchas familias humildes, de clase sociocultural baja, con muchos hijos a los que alimentar, algunos de los cuales fallecían prematuramente por desnutrición y/o enfermedades por falta de recursos.

Se resolvió que la Corona se haría cargo de aquellos niños; de su alimentación, vestido, higiene e, incluso, se les proporcionarían estudios y una profesión, estando por tanto a cargo del Estado hasta que pudieran valerse por sí mismos. Pese a lo tentador de la propuesta, muchas familias desconfiaron de aquellas promesas y temieron dejar a sus hijos seguir una singladura tan peligrosa y con la certeza de no volver a saber de ellos, por lo que Balmis finalmente decidió llevar consigo a niños expósitos. Del puerto de La Coruña, partieron un total de 22 niños (trece de ellos provenientes de la Casa de Expósitos coruñesa; cinco, de la Inclusa del Real Hospital de Santiago y los cuatro restantes, de la Casa de Desamparados de Madrid), ninguno de los cuales volvería a casa. El fluido llegó a tierras americanas habiendo empleado a los 22 reservorios humanos (uno de los cuales falleció durante la travesía). Pero el viaje continuaba, por lo que, en las distintas regiones donde atracaban, a parte de vacunar a la población, montar puestos de vacunación e instruir a los sanitarios locales, se encargaban de seleccionar nuevos sujetos con los que poder seguir manteniendo «viva» la vacuna.

El siguiente problema que debía ser solucionado era el del espacio, o más bien, el de número de pasajeros a bordo de la nao. No podían seguir recogiendo reservorios y mantener a todos los que ya habían sido «usados», bien por la limitada capacidad del barco, bien por la escasez de alimento a bordo, máxime teniendo en cuenta las complicaciones a las que tuvieron que enfrentarse a lo largo del viaje, como el desprecio experimentado por parte de las autoridades de varias regiones, desoyendo e incumpliendo lo ordenado desde la corte del rey Carlos IV en cuanto a la manutención de todos los miembros de la expedición. Por ello, Balmis tuvo que dejar a los «22 galleguitos» en Nueva España, después de procurarles sustento y cobijo. Nunca más se supo de ellos. A partir de ahí, no también sin dificultades, fueron recogiendo y dejando niños, incluidas tres esclavas que hubo que comprar por no encontrar niños sanos y de las características requeridas entre la población de La Habana. El viaje terminó para Balmis en 1806 con su regreso a España después de haber inmunizado a las colonias de América y Asia.

Esta expedición, considerada como una de las mayores y más importantes a nivel internacional, como avance de la medicina, plantea diversos problemas éticos y legales a día de hoy. No solo se utilizó a menores de edad sin consentimiento por un tutor legal (si bien, podrían considerarse hoy día a los rectores de los hospicios), sino que se les empleó como medio experimental, provocándoles una enfermedad infecciosa, exponiéndoles a multitud de peligros (largas travesías con escaso alimento, expuestos a distintas enfermedades, ataques piratas por parte de los británicos y los chinos, inclemencias del tiempo, etc.) y, una vez dejaron de ser de utilidad, fueron abandonados en tierra desconocida, nuevamente sin tutores legales –aunque fueron ubicados en distintas familias después de recibir el consabido estipendio, a la poste fueron olvidados por la historia, tanto de la medicina, como del país–. Cierto es, que recientemente, ha surgido un interés creciente por conocer algo más de la identidad de estos niños, verdaderos héroes de la historia sin su conocimiento, y gracias a los registros podemos conocer sus nombres y dónde y cuándo fueron abandonados, primero por sus padres biológicos y, después, por el Reino que les necesitó para llevar a cabo una misión, gracias a la cual, la Organización Mundial de la Salud, pudo declarar casi dos siglos después, en 1980, como erradicada la enfermedad de la viruela. Según este dato, y con las limitaciones éticas y legales de la actualidad, debemos hacernos eco de las investigaciones llevadas a cabo hace relativamente poco tiempo, con las limitaciones económicas, de medios y conocimientos del momento y gracias a las cuáles, hoy en día podemos disponer de una sanidad considerada como de las mejores del mundo.

Bibliografía

  • Juan RIERA PALMERO. LA INTRODUCCIÓN DE LA VACUNA JENNERIANA EN ESPAÑA. An Real Acad Med Cir Vall 2015; 52: 191-213
  • Alba Morales Cosme, Patricia Aceves Pastrana. Conflictos y negociaciones en las expediciones de Balmis. ESTUDIOS DE HISTORIA NOVOHISPANA Año 34, Volumen 56, Vol 17, No 017 (1997).
  • Tuells J, Ramírez-Martín SM. Francisco Xavier Balmis y las Juntas de Vacuna, un ejemplo pionero para implementar la vacunación. Salud Publica Mex 2011;53:172-177.
  • Milton Rizzi. Bicentenario de la expedición de la vacuna antivariólica y su introducción en el Río de la Plata. Rev Med Urug 2007; 23: 7-18.
  • Francesc Asensi Botet. La real expedición flantrópica de la vacuna (Xavier de Balmis/Josep Salvany) 1803-1806. Rev Chil Infect 2009; 26 (6): 562-567

 

Este artículo resultó ganador del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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