isbuscenskij

La carga de Isbuscenskij fue un ejemplo de la utilidad del Arma de Caballería cuando la situación reunía las condiciones propicias para su empleo. Sin embargo, y aunque la Caballería siguió usándose durante toda la Segunda Guerra Mundial, los vehículos motorizados y el aumento de la cadencia de disparo marcaron su final.

La columna Bettoni pertenecía al 8.º Ejército italiano, encargado de proteger el flanco izquierdo del 6.º Ejército alemán en su avance hacia Stalingrado. Los italianos, desplegados al sur del sinuoso Don, ocupaban un frente demasiado extenso para ser defendido con las escasas fuerzas de que disponían. El 63.º Ejército soviético llevaba un tiempo tanteando su frente en busca de puntos débiles. El 20 de agosto atacó concentrando sus esfuerzos contra las posiciones de la División Sforzesca.

Como la división no logró frenar la avalancha por sus propios medios, al 8.º Ejército no le quedó más remedio que empeñar sus raquíticas reservas. Entre ellas se encontraba el Raggruppamento a Cavallo. Había sido creado recientemente con las unidades hipomóviles desgajadas de la 3.ª División Celere Principe Amadeo Duca D´Aosta al convertirla en división motorizada. Formaban el Raggruppamento los regimientos Savoia Cavalleria y Lancieri di Novara (con cuatro escuadrones de sables y uno de ametralladoras cada uno) y el 3.º Regimiento de Artillería a caballo (con tres grupos de dos baterías de cañones de 75/27). El mismo 20 de agosto partió hacia el frente.

Durante los dos días siguientes sus tareas— todas propias de la caballería— consistieron en reconocer el terreno, localizar las posiciones del enemigo, bloquear su avance en la medida de lo posible y servir de enlace entre los puestos defensivos establecidos por la infantería italiana en las escasas localidades que salpicaban la estepa. En un presagio de lo que estaba por venir, un escuadrón de los Lancieri di Novara cargó a caballo sable en mano, mientras otro lo apoyaba pie a tierra con sus armas de fuego, para sacudirse la presión enemiga.

El mando del 8.º Ejército, una vez hubo reunido todas las reservas disponibles en torno a la penetración enemiga, decidió eliminarla el 23 de agosto mediante un enérgico contraataque. El Savoia Cavallería, explotando su movilidad campo a través, se desplazó al extremo derecho del despliegue con la intención de capturar la cota 213.5 y penetrar profundamente en la retaguardia soviética. Sin embargo, la noche cayó antes de que los jinetes pudiesen establecerse en ella. Su comandante, el coronel Alessandro Bettoni Cazzago, sabía por sus exploradores que la pendiente noroeste estaba ocupada por una poderosa fuerza enemiga. No queriendo correr riesgos en la oscuridad, decidió acampar en las posiciones alcanzadas formando un cuadro con los caballos en el centro. Atacarían al alba.

La carga de Isbuscenskij

Aprovechando la oscuridad todavía reinante, la madrugada del 24 de agosto los exploradores reanudan su labor. Los soviéticos habían reforzado sus posiciones durante la noche. Para contrarrestar la amenaza de la caballería enemiga añadieron un tercer batallón a la izquierda de los dos ya desplegados en la colina. Los tres pertenecían al 812.º Regimiento de Fusileros, parte de la 304.ª División. A las 03.30, casi por casualidad, los exploradores se topan con los infantes atrincherados entre girasoles. Éstos reaccionan con un intenso fuego de armas automáticas y morteros. Los italianos responden con las piezas de campaña, cañones anticarro y ametralladoras emplazados en su campamento. Mientras, los escuadrones se preparan para maniobrar.

El 4.º Escuadrón reforzado con ametralladoras, avanza frontalmente a pie para fijar a los soviéticos. Simultáneamente, el coronel Bettoni ordena al capitán Francesco Saverio De Leone atacar con su 2.º Escuadrón contra el flanco izquierdo de la posición enemiga con la máxima energía. De Leone y sus jinetes, aprovechando las ondulaciones del terreno para ocultarse a la vista del enemigo, llegan a distancia de carga. Formando una línea compacta apoyada por una sección de ametralladoras, los jinetes se lanzan a galope tendido tratando de llegar hasta el enemigo lo más rápido posible. De Leone grita sus órdenes: «¡Sable…, en mano…, cargad!»  Enardecidos, sus hombres responden al unísono: «¡Saboyaaa!»— el grito tradicional de la caballería italiana.

Enfrente, los soviéticos apenas pueden creer lo que están viendo. Un centenar largo de jinetes se les echan encima como una exhalación. Sus caballos hacen temblar la tierra al golpearla con estrépito. Unos defensores se sobreponen al terror y no cesan de disparar sus fusiles y ametralladoras hasta el último momento. Otros se acurrucan en los pozos de tirador recién excavados. Algunos huyen despavoridos. Caen los primeros atacantes. El propio De Leone rueda por el suelo cuando su fiel montura Ziguni se desploma abatido por las balas enemigas. Otro oficial le sustituye al frente del escuadrón. En un suspiro, jinetes y caballos alcanzan a los defensores, dando sablazos y pisoteando a los que ofrecen resistencia. Han atravesado las líneas soviéticas dejando a su paso un reguero de hombres y animales, algunos muertos, la mayoría heridos. Las pérdidas ascienden a la mitad del escuadrón.

Una vez sobrepasados, los defensores se rehacen, dan media vuelta y continúan disparando sobre los atacantes. Si quieren eliminar la amenaza, éstos no tiene más remedio que repetir la carga, esta vez en sentido contrario y lanzando granadas de mano a su paso. La maniobra surte el efecto esperado. El batallón que forma el flanco izquierdo de la línea soviética se desbanda. Completamente desmoralizados, los infantes huyen en todas direcciones o se dejan hacer prisioneros por los jinetes desmontados. Alguno incluso logra convencerlos para que lo ayuden a liberar la pierna, atrapada bajo el peso de su caballo muerto.

El coronel Bettoni, sintiendo que el enemigo flaquea, decide asestarle el golpe de gracia. Ordena al capitán Francesco Marchio cargar con su 3.º Escuadrón contra los batallones que todavía resisten. El 1.º Escuadrón, desmontado, le proporciona fuego de cobertura. Ansiosos por entrar en acción, los jinetes del 3.º Escuadrón se lanzan al ataque en tropel. Su capitán los conduce directamente contra el enemigo en un asalto casi frontal. Se unen a él inesperadamente algunos oficiales de la plana mayor, incapaces de permanecer al margen de la lucha. Esta impetuosa maniobra resulta decisiva. Los soviéticos, dando por perdida la partida, se retiran en desorden. Son las 06.30 de la mañana.

Dueño del campo, el Savoia Cavalleria hace balance. Sus 700 jinetes han derrotado a una fuerza que les triplicaba en número. Cuentan 250 enemigos muertos y capturan 300 prisioneros (otros tantos se entregarán a la 79.ª División de infantería alemana), además de numerosas armas (entre ellas 4 cañones, 10 morteros y unas 50 ametralladoras y fusiles ametralladores). El precio pagado es razonable: 32 muertos (3 de ellos oficiales), 52 heridos (5 oficiales) y 100 caballos fuera de combate. Al regimiento le lloverán las condecoraciones. Además de una medaglia d´oro al valor militare colectiva, sus miembros se reparten 2 medallas de oro a título póstumo, 54 de plata, 50 de bronce y 49 cruces de guerra.

El regimiento ha demostrando una vez más que, en las circunstancias adecuadas y sabiendo elegir el momento propicio, nada podía resistir «el efecto producido por la velocidad del caballo, el magnetismo de la carga y el terror del frío acero», como aseguraba en 1907 el Cavalry Training Manual británico y sin duda suscribirían generaciones de jinetes a lo largo de la historia. Aunque la caballería siguió cargando esporádicamente hasta el final de la guerra, las circunstancias que lo hacían posible acabaron por desaparecer, y con ellas un arma que estuvo presente en el campo de batalla durante cinco milenios, llegando a dominarlo en muchos períodos.

Fue el inexorable progreso tecnológico el que la condenó a la extinción. En el último tercio del siglo XIX, el incremento exponencial de la cadencia de tiro de las armas de fuego había reducido sustancialmente sus posibilidades de decidir un enfrentamiento mediante la audacia y la velocidad. Aún así, a comienzos del siglo XX seguía jugando el papel trascendental de marchar a la vanguardia de los ejércitos para servirles de ojos y oídos. La aparición del motor de combustión interna, aplicado a vehículos aéreos y terrestres, acabó por arrebatarle también esta misión. Resistiéndose a abandonar la escena, durante la Segunda Guerra Mundial encontró su último reducto en Europa oriental y los Balcanes, donde la falta de caminos, el duro clima invernal y los terrenos accidentados o cubiertos de bosques y pantanos hacía que los caballos gozasen de una movilidad que los vehículos a motor no podían igualar.

Con su desaparición la guerra perdió parte del halo de romanticismo que la envolvía, si es que alguna vez lo tuvo para los que la conocieron de cerca.

Bibliografía

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  • FOWLER, Jeffrey T. (2001): Axis Cavalry in World War II  Oxford. Osprey Publishing
  • KENYON, David (2011): Horsemen in No Man´s Land. British Cavalry & Trench Warfare, 1914-1918 Barnsley. Pen & Sword Military
  • LAMI, Lucio (1997): Isbuscenskij. L’ultima carica. Il Savoia Cavalleria nella campagna di Russia. 1941-1942 Milán. Ugo Mursia Editore
  • PIEKALKIEWICZ, Janusz (1980): The Cavalry in World War II New York. Stein and Day
  • STATO MAGGIORE DELL´ESERCITO (1993): Le operazioni delle unità italiane al fronte russo (1941-1943). 2ª Edizione Roma. Ufficio Storico
  • VITALI, Giorgio (2010): Trotto, galoppo… Caricat! Storia del raggruppamento truppe a cavallo. Russia 1942-1943 Milán. Ugo Mursia Editore

Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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