Guerra del Rif desfiladero de Hámara capitán Arredondo

Un grupo de legionarios y regulares defienden una posición, Guerra del Rif.

Con esto se pretendía llevar un control del Sultanato, que se encontraba profundamente endeudado con los países europeos, y a la par satisfacer algunas de las exigencias del káiser Guillermo II, su principal acreedor, que no veía con buenos ojos el creciente intervencionismo francés en el norte de África (esta última circunstancia desembocaría en 1911 en la Segunda Crisis Marroquí, con el envío de la cañonera alemana SMS Panther a Agadir). En 1912 el sultán Abd al-Hafid sufrió una serie de revueltas internas y cedió definitivamente la soberanía de Marruecos a Francia, que a su vez la repartió con España, naciendo así el protectorado francés (al sur) y el español (al norte).

El protectorado español de Marruecos se dividió en cinco regiones con capital en Tetuán. La presencia española en el territorio sirvió para llevar a cabo una incipiente modernización del sultanato, trazándose las primeras carreteras y vías férreas. Aunque las siempre levantiscas tribus del Rif (que solo aceptaban el poder religioso del sultán pero no el político) no tardaron en hacer bloque común contra la ocupación extranjera de su territorio, dando lugar a la llamada Guerra del Rif, que duraría hasta 1927.

Ha llegado el momento de trasladarnos atrás en el tiempo para narrar uno de los episodios menos conocidos del conflicto africano, el cual supone la plasmación de los ideales de la fuerza contemporánea más icónica del ejército español, creada precisamente para luchar en esta guerra, y que no es otra que la Legión:

Este miércoles día 19 de noviembre de 1924 se ha despertado frío y húmedo. La lluvia cae con fuerza y rabia sobre la enorme columna de soldados españoles que recorre a duras penas los más de 40 kilómetros que separan Cheruta de Tetuán. Se están replegando para reorganizar el frente de batalla de la Comandancia militar de Ceuta y reducir así el número de fuerzas en combate en la guerra contra los rifeños.

La evacuación se produce por escalones, siempre defendidos por guarniciones que vigilan la carretera desde posiciones avanzadas levantadas sobre las lomas y que abandonan sus puestos una vez que la columna ha cruzado sin peligro. La última en salir de Cheruta ha sido la tropa del general Serrano Orive, que acaba de pagar con su vida la evacuación exitosa de todas las fuerzas de este campamento. Y es que las cabilas de Cheruta, Chauén y Dar-Acoba se han unido y persiguen a cierta distancia a los soldados, disparándoles de vez en cuando, sin prisas, como si fueran una jauría de lobos que se mueven por los riscos y las lomas que bordean el valle del río Mitzal, por donde pasa la carretera. La retaguardia española no les quita ojo, examinando también el terreno en busca de posiciones elevadas para, llegado el momento, hacerles frente. El viento sopla con fuerza en el valle y las nubes ocultan con su espeso y blancuzco manto los escarpes de Jebel Izmamene. Si las circunstancias fueran otras, los aviones Bristol F-2 de la base aérea de Tetuán les podrían facilitar apoyo desde los cielos, pero la realidad no es esa y aquí abajo se encuentran solos. Por la carretera embarrada avanza una procesión de camiones rugientes cargados de heridos y materiales, de mulas que acarrean los cañones de montaña desmontados y las tiendas y también de soldados ateridos, exhaustos, que sufren la incesante lluvia y los silbos de las balas perdidas. Las cabilas prefieren hostigar al enemigo de forma intermitente para cansarlo y poco a poco ir mermando sus fuerzas, es la misma táctica que hace veintiún siglos ya utilizaron los jinetes númidas de Massinissa contra los romanos.

La columna española acaba de llegar al desfiladero de Hámara, el cual se encuentra dominado por un pequeño monte donde se sitúa un blocao que alguien ha cometido la imprudencia de abandonar demasiado pronto. En su lugar los mausers de las cabilas rifeñas ya asoman entre sus sacos terreros y, de pronto, casi disimulados por el tronar de la tormenta, se producen las primeras detonaciones. La columna española abandona rápidamente la carretera al escuchar el paqueo y se arroja a las cunetas cuerpo a tierra, poniéndose a resguardo de las balas rifeñas que silban y revientan contra las rocas como una granizada de plomos. La retaguardia sufre el incesante fuego enemigo y algunos soldados intentan en vano reconquistar las alturas ocupadas por los rifeños.

Unos metros por delante, los Regulares del teniente coronel Temprano se afanan en defender el puente de al-Hámara para permitir el paso a las últimas tropas de la columna. Por su parte el capitán Arredondo, que comanda la I Compañía de la I Bandera del Tercio de Extranjeros, ha logrado expulsar a los rifeños del blocao y ahora lo ocupan sus legionarios que abren fuego con sus fusiles mientras el capitán, herido en una pierna, da las órdenes apoyado en un soldado. Siguiendo esta táctica de última defensa, la I Compañía ha conseguido que los disparos del enemigo se concentren sobre ellos y no en los legionarios de la VI Bandera, ni en los Regulares de Ceuta que se encuentran más o menos a cubierto al otro lado del río protegiendo el paso del resto de la columna. Cuando la última compañía de ametralladoras logra por fin atravesar el puente de al-Hámara, los legionarios de Arredondo se encuentran ya copados fatalmente por el enemigo; hay heridos que yacen en el suelo agonizando, muchos ya han muerto, pero el Credo Legionario dice no abandonar jamás a un hombre en el campo de batalla hasta perecer todos, por eso los que aun viven no dudan en batirse fieros los hierros y vender caro el pellejo antes de marchar al otro mundo.

La última vez que vimos al capitán Arredondo se estaba arrastrando hasta las primeras posiciones, herido de muerte, disparando su pistola Ruby junto a sus caballeros legionarios, que fueron cayendo uno tras otro con cada descarga rifeña. Desde el campamento improvisado en el Zoco-Arbaa, situado a cinco kilómetros de Hámara, oímos el silencio de los disparos que anuncia el funesto final de la I Compañía del capitán Arredondo. Nunca se recuperará su cuerpo, ni los cuerpos de los suboficiales, ni los de sus soldados, ni los del personal de señales.

Un pequeño claro se abre entonces entre las espesas nubes, suficiente como para que un leve rayo de sol impacte sobre el heliógrafo abandonado, roto, que hay caído junto a sus antiguos custodios, y que nos envía desde la distancia un tímido resplandor de despedida que apenas dura unos segundos. Estos bravos acaban de morir para que otros se salven y sus compañeros del Tercio parecen musitar en silencio, con respeto y algo de melancolía, el espíritu de la muerte que dice:

«El morir en el combate es el mayor honor, no se muere más que una vez, la muerte llega sin dolor. Y el morir no es tan horrible como parece, lo más horrible es vivir siendo un cobarde».

Pablo Arredondo Acuña mandó la I Compañía de la I Bandera desde su fundación hasta su muerte en 1924, siendo por tanto el primer capitán de la Legión. En 1913 (con 23 años) se convirtió en teniente del Batallón de Cazadores de Arapiles n.º 9, donde fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando (la más alta condecoración militar española) por una acción en Laucién. En 1914 fue destinado a las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla; en 1916 pasó al Regimiento de Infantería Alcántara n.º 58 donde sería ascendido a capitán y trasladado al Regimiento de Infantería Vad-Ras n.º 50. En septiembre de 1920 fue solicitado para comandar la I Compañía de la I Bandera del recién fundado Tercio de Extranjeros y se trasladó de nuevo a Marruecos; el 29 de junio de 1921 fue herido fatalmente en la posición de Muñoz Crespo. Después de muchas operaciones el Ejército quiso considerarlo inválido debido a que sus heridas le impedían caminar con facilidad, pero en 1924 consiguió que los tribunales le dieran la razón y recuperó su puesto en la I Bandera del Tercio. La carrera militar de Pablo Arredondo era brillante, pero quedó truncada por una bala rifeña un frío día de noviembre de 1924. Su sacrificio le valió la segunda Laureada de San Fernando, algo que solo han conseguido cinco militares a lo largo de la historia.

Bibliografía

  • AA. VV. (2015) El desembarco de Alhucemas, 1925, Desperta Ferro Contemporánea, n.º 11.
  • Arredondo Gonzalo, P. (2011) «La hoja de servicios de un héroe: Capitán D. Pablo Arredondo Acuña (1ª Parte)», en Memorial de Infantería, nº 63, pp. 59-65.
  • Arredondo Gonzalo, P. (2012) «La hoja de servicios de un héroe: Capitán D. Pablo Arredondo Acuña (2ª Parte)», en Memorial de Infantería, nº 65, pp. 88-93.
  • Cuerpo de Estado Mayor (1920-1925?) Croquis de Beni Ider, Beni Aros, Beni Hassan y Ajmás formado con trabajos parciales y reconocimientos efectuados por la Comisión Geográfica de Marruecos, Sección Ceuta-Tetuán. Escala 1:100.000. Comisión Geográfica de Marruecos.
  • Hemeroteca, periódico ABC (1924) «La acción de España en Marruecos. Un disparo suelto ocasionó ayer la muerte del General Serrano Orive. Ha terminado el repliegue de Xeruta a Zoco el Arbaa», 20 de noviembre, p. 9.
  • Hemeroteca, periódico ABC (1924b) «La acción de España en Marruecos. En tiroteo sostenido en el frente de Tifisuin ha dejado el enemigo once muertos en nuestro poder», 28 de noviembre, pp. 7-8.
  • Pando Despierto, J. (2018) «La caballería hispano-marroquí derriba las murallas de Hámara», en Ejército, nº 929, año LXXIX, pp. 4-12.
  • Servicio Geográfico del Ejército (1944) Mapa del norte de Marruecos, hoja 4, Chauen. Escala 1:100.000. Talleres del Servicio Geográfico del Ejército.

Este artículo forma parte del II Concurso de Microensayo Histórico y Microrrelato Desperta Ferro en la categoría de microensayo. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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