Mapa de las islas Molucas contenido en el Atlas Novus

Mapa de las islas Molucas contenido en el Atlas Novus (1640) de Willem Blaeu (1571-1638), David Rumsey Historical Map Collection. El contacto entre soldados españoles y guerreros del Maluco al servicio de la Monarquía daría lugar al dialecto chabacano.

Las guerras, invasiones y conquistas traen consigo cambios lingüísticos, y el caso de la presencia española en las Filipinas y el ámbito malayo-indonesio no podía ser distinto. Persisten hoy día en aquella región algunos dialectos del español, llevado en origen por los soldados que tuvieron la mala fortuna de acabar en aquel remoto destino, bien por la desidia de un secretario del Consejo de Indias que asignó su compañía, casualmente a la sazón en Cádiz o Lisboa, a la Armada de Socorro del Maluco, bien por la malicia de un torticero alférez que, tras seducirlo con las mieles de la milicia en un mesón de Medina del Campo, Yepes o Lebrija, ayudado de un cuartillo de vino joven de la casa, olvidó revelarle que el destino de la compañía no era Milán, Nápoles, Lisboa o Bruselas, sino las Filipinas, aunque quizá el infortunado bisoño acabase en la región del Maluco: en Ternate, Tidore, Siao o Tabucas, a miles de millas de Manila.

Las islas Molucas fueron un verdadero El Dorado para los ibéricos del siglo XVI. Atraídos por especias que valían su peso en oro, portugueses y castellanos se abrieron paso a través de mares y tierras ignotos hasta la fuente de las codiciadas riquezas, que no solo se empleaban para sazonar y volver aún más indigestos los opíparos platos de caza de las cortes europeas, sino que también eran utilizadas como afrodisiacos por monarcas como el propio Fernando el Católico. “Ni el cielo con las demostraciones de los eclipses, ni la grande distancia de mares que siempre hasta ahora se han hallado desde la Nueva España hasta Maluco, con tantos peligros y trabajos, basta para alumbrar y detener a quien se deja cegar y llevar de su pasión”, escribió João de Lucena en su Historia da vida do Padre Francisco Javier (1600).[1] En el Maluco establecieron los ibéricos una presencia firme en el confín más distante de sus respectivos imperios, que pasaron a ser un solo con la adquisición del trono luso por Felipe II en 1580.

La situación se reveló muy distinta en el siglo XVII, cuando las Molucas se convirtieron en el campo de batalla más remoto de la lucha entre la Monarquía Hispánica y las insurrectas Provincias Unidas, la presencia de cuyos marinos a guisa de caballeros de fortuna en tan distantes lares para apoderarse de tierras y trasladar a los nativos con oscuros fines los beneficios de la agricultura intensiva de especias respondía quizá a la “rabia pestilencial de luteranos, calvinistas, anabaptistas, husitas y otros mil géneros de malditas opiniones que el diablo ha sembrado en convites, banquetes y borracheras en esta naciones sujetas a la tramontana”, como sugería, comedido, el capitán Marcos de Isaba.[2]

No había en todo el imperio hispánico presidios más remotos que los de Ternate y Tidore. Para llegar a ellos era preciso atravesar el Atlántico a bordo de la Flota de Indias, surcar el Pacífico en el Galeón de Manila y navegar un mes por el incierto mar de las Célebes, un verdadero hervidero de piratas musulmanes. Solo llegaban allí reclutas engañados acerca de su destino, criminales novohispanos de particular torpeza condenados a servir en el distante presidio y sujetos desarraigados como aquel marino berberisco que encontró la expedición de Luis Váez de Torres en la costa de Nueva Guinea en 1606, “señalado en la cara con la «s» y el clavo, que hablaba muy bien italiano, y nos contó cómo le cautivaron en la jornada del señor Don Juan de Austria [la batalla de Lepanto] siendo muchacho y fue vendido en Sevilla a unos mercaderes de Manila de Filipinas”.[3]

Vista de la isla de Ternate (1682), grabado de Johannes Kip (1652-1722), Rijksmuseum Amsterdam.

La presencia española estable en las Molucas se prolongó entre 1606 y 1663, si bien ya antes los contactos entre los reyes de Tidore y los castellanos habían sido habituales. En 1520, Juan Sebastián Elcano y sus hombres fueron bien recibidos en la isla, y otro tanto puede decirse de los marinos y soldados de las fallidas expediciones de Loaysa (1526), Saavedra (1528), Grijalva (1538) y López de Villalobos (1542). Algunos de estos españoles, poco seducidos por la perspectiva de un peligroso viaje de regreso a través del cabo de Buena Esperanza, más conocido como cabo de las Tormentas, o de un incierto Tornaviaje a través de regiones inexploradas del Pacífico donde los vientos contrarios eran la norma y las aguas consideraban galeones y naos exquisiteces digna de su paladar, decidieron descender de sus barcos en el último instante para quedarse en la isla, hechizados por el carácter de los nativos, “oficiosos y benignos con los huéspedes”, según el cronista Bartolomé Leonardo de Argensola,[4] y, por qué no decirlo, por la belleza de las mujeres: “de buena estatura, gordas, frescas, hermosas y muchas de ellas blancas”, según el anónimo Códice Boxer.[5]

Origen del chabacano

Quienes decidieron quedarse en las Molucas o se vieron obligados a hacerlo ante la perenne insuficiencia de reclutas deseosos de ponerse en trance de ser vendidos como esclavos en el mercado de Batavia, debieron adaptarse a una nueva forma de vida que alteró el paisaje, las costumbres y las formas de expresión locales. Los españoles construyeron fuertes, erigieron iglesias y trajeron misioneros que evangelizaron a poblaciones hasta entonces musulmanas. El influjo de los “castillas”, como eran conocidos los soldados españoles, fue pronto conocido en los mares vecinos. “Y con las victorias que alcanzaban, en breve tiempo, se dio un pregón, por todas aquellas islas, de cuan valerosos hombres eran los Castillas”, escribió el religioso Marcelo de Ribadeneyra.[6]

Desde Tidore y Ternate, la presencia española se expandió al litoral de las islas de Gilolo y Célebes. Los fuertes y poblaciones con presencia hispana se convirtieron en puntos de encuentro e intercambio cultural en los que habitaban españoles, portugueses, mestizos e indígenas. Como es lógico, surgió en estas comunidades una suerte de lengua franca, un criollo derivado del español que ha venido a conocerse como “chabacano”, en el que está muy presente la huella de la delicada y cortés prosa soldadesca. Así, por ejemplo, lamierda significa juerga, y kesehoda equivale a “aunque” o “a pesar de qué”.

A la postre, fueron esos nativos malayos, españolizados y cristianizados, quienes constituyeron el grueso de las fuerzas que contuvieron la expansión neerlandesa en el Maluco, y fueron, además, junto a sus camaradas españoles, los últimos en ver acción en la Guerra de Flandes, que, cosas del desfase horario, no concluyó en las Indias Orientales hasta después del 18 de julio de 1649, año y medio después de la firma del Tratado de Münster –30 de enero de 1648–, cuando pasaron a cuchillo un centenar de holandeses en un fuerte de Ternate al grito de simberguwensas.[7]

guerrero de las Molucas codice boxer chabacano

Un guerrero de las Molucas armado con espada y arcabuz, ilustración del Códice Boxer (ca. 1590), Indiana University. Estos guerreros nativos conformarían el grueso de las tropas de la Monarquía en la zona. Su traslado a Luzón para combatir a los piratas chinos trasplantaría el chabacano a las Filipinas.

El idioma chabacano no desapareció con la partida de la guarnición española de las Molucas en 1663 para defender Manila de la ominosa amenaza del pirata chino Koxinga, pues los nativos cristianizados, los márdicas, que habían tomado cariño a aquella suerte de español en el que no existía el pronombre “tú”, sino solamente “vos” –algo que los llenaba de orgullo, pues habían asumido con rapidez el discurso de hidalgo de bragueta de los soldados españoles–, se marcharon con el presidio y fundaron una población llamada Ternate en la región filipina de Cavite, desde donde la lengua se extendió a otras partes del archipiélago. El chabacano cuenta en la actualidad con más de un millón de hablantes –aunque las diferencias entre sus dialectos pueden hacer difícil la comunicación– e incluso con sus propios medios de comunicación. Asimismo, desde 2016 se enseña en las escuelas y planta cara así a la presión del tagalo y del inglés.

El jesuita Pedro Murillo Velarde y Bravo, ya a mediados del siglo XVIII, dejó patente la continuidad del chabacano y el celo con el que lo preservaban sus hablantes: “los márdicas usan tres lenguas, la española que hablan con el Padre y los españoles, la tagala en que se entienden con los indios, y la suya propia (chabacano), que hablan entre sí, y la comunican y enseñan a sus hijos. Tan amantes son de su idioma, acción digna de gente más política”.[8] Buena fe de ello son los apellidos de algunas de las familias originales márdicas del Ternate filipino, que siguen existiendo hoy en día y que, a pesar de sus raíces malayas, se llaman Nino Franco, de León, Ramos, de la Cruz, Esteubar, Pereira y Nigoza.[9]

También en Mindanao y Sulú, zonas de conflicto guarnecidas por tropas españoles, surgieron en el siglo XVII variedades de chabacano que siguen hablándose en la actualidad, e incluso en áreas donde la presencia española fue más débil, como el norte de Célebes, ha quedado huella de la lengua de Cervantes: el manado-malais contiene vocablos como pasiar (pasear), toki (tocar), Blanda (Holanda), horas (tiempo), kintal (terreno), pesta (fiesta), kawalo (caballo) o liquidar (matar).[10] Lo español, así pues, no se circunscribe solo al ámbito hispanoamericano; también Asia tiene cosas que decir al respecto.

Notas

[1] Citado en Aganduru Moriz, R. (s. f.): Historia General de las Islas Occidentales a la Asia Adyacentes, llamadas Philipinas, en (1882) Colección de documentos inéditos para la historia de España, Volumen 79, p. 8.

[2] Isaba, M. de (1594): Cuerpo enfermo de la milicia española. Madrid: Guillermo Drouy, p. 80.

[3] Prado y Tobar, D. (1607): Relacion sumaria del del descubrimto. que enpeco pero fernandez de quiros y le acabo El capan don diego de prado con asistencia del capan luis baes de torres, f. 13r, State Library of New South Wales.

[4] Argensola, B. L. de (1891): Conquista de las islas Malucas al rey Felipe Tercero nuestro señor. Zaragoza: Imprenta del Hospicio provincial, p. 11.

[5] Anónimo (ca. 1590): Códice Boxer, f. 89r, Indiana University.

[6] Ribadeneyra, M. de (1601): Historia de las islas del archipiélago, y reinos de la gran China, Tartaria, Cochinchina, Malaca, Siam, Camboya y Japón. Barcelona: Gabriel Graells y Giraldo Dotil, p. 8.

[7] Campo López, Antonio C. (2018): “La última batalla de la guerra de los 80 años. La guerra en los confines coloniales asiáticos”, Revista de historia militar, 124, pp. 129-160.

[8] Murillo Velarde, P. (1749): Historia de la provincia de Filipinas de la Compañía de Jesús. Manila: Imprenta de la Compañía de Jesús, p. 668.

[9] Nigoza, E. (2007): Bahra: The History, Legends, Customs, and Traditions of Ternate, Cavite. Cavite: Cavite Historical Society, p. 14.

[10] Campo López, Antonio C. (2017): “La presencia española en el norte de Sulawesi durante el siglo XVII. Estudio del asentamiento español en el norte de Sulawesi ante la oposición local y la amenaza holandesa (1606-1662)”, Revista de Indias, LXXVII/269, p. 76.

Feliz 28 de diciembre… ¿o quizás no?

En este 2020 distópico, nuestra tradicional inocentada no podías ser menos. Lo que os hemos ofrecido hoy es una metainocentada, una inocentada de la inocentada, una falsa inocentada. Todo el contenido de este artículo es rigurosamente verídico, con una única licencia, el nombre del articulista, pseudónimo detrás del que se esconde el gran Àlex Claramunt.

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