Puerta de los Leones, Micenas (abandonada tras el colapso del Bronce Final)

Puerta de los Leones de Micenas. Fuente: Wikimedia Commons.

Ha aparecido una nueva edición, revisada y actualizada, del libro de Eric Cline, 1177 a.C.: El año en que se derrumbó la civilización. Compré la versión de libro electrónico un poco (¡!) más barata. La nueva edición tiene 40 páginas más, pero la mayoría de los cambios son en general sutiles, especialmente en los primeros cuatro capítulos. Por ejemplo, la sección final del capítulo 1 tiene un título diferente, y se han agregado algunos detalles y explicaciones adicionales aquí y allá (por ejemplo, en la sección sobre la Guerra de Troya en el capítulo 3).

Los cambios más importantes afectan al capítulo 5: se ha dividido en dos capítulos, el 5 y el 6, y algunas de las secciones se han reordenado. Ahora el nuevo capítulo 5 termina con la sección sobre el cambio climático, el texto que se ha reelaborado en el capítulo 6 se ha reescrito parcialmente y se han agregado nuevos párrafos. Pero en general, los cambios y adiciones son relativamente menores: por lo tanto “revisado y actualizado” en lugar de una “segunda edición” en toda regla.

1177 a. C. ofrece una buena visión general de las muchas preguntas que rodearon los eventos que marcaron la conclusión del Bronce Final, pero siempre he encontrado el tratamiento del tema algo insatisfactorio por razones que solo ahora estoy empezando a aclarar.

Y a pesar de las críticas que haré al libro en este artículo, ciertamente quiero que quede claro que 1177 a. C. aún ofrece el mejor tratamiento del tema que actualmente está disponible. Si aún no lo ha leído, le recomiendo que lo haga. Y quizás algunas de las críticas que presento aquí puedan ser tomadas en cuenta para una futura revisión del libro.

En cualquier caso, 1177 a. C. ha sido constantemente promovido como algo muy “relevante” para la era moderna; un libro del que se pueden extraer lecciones. En el nuevo prefacio, Cline escribe (p. XVII):

“Después de casi toda una vida estudiando la Edad del Bronce, creo que observar más de cerca los eventos, las personas y los lugares de una era a más de tres milenios de distancia es algo más que un simple ejercicio académico. Es especialmente relevante ahora, considerando lo que todos hemos estado pasando recientemente en nuestra propia sociedad globalizada y transnacional, donde también encontramos complejas embajadas diplomáticas (piense en Corea del Norte) y embargos comerciales (piense en China); magníficos matrimonios de la realeza (William y Kate; Harry y Meghan); intrigas internacionales y desinformación militar deliberada (piense en Ucrania); rebeliones (Primavera Árabe) y migraciones (refugiados sirios); y, por supuesto, cambios climáticos y pestilencia (COVID-19)”.

Aquí no se mencionan las protestas de Black Lives Matter, ni las crecientes disparidades entre ricos y pobres; estas omisiones no son accidentales, como veremos más adelante.

Al final del prefacio, Cline escribe que (p. XIX):

“haríamos bien en prestar atención a lo que sucedió con los reinos florecientes del Egeo y el Mediterráneo oriental […] al final de la Edad del Bronce. No estamos tan lejos de aquellos días como podría pensarse; el COVID-19 acaba de exponer una vulnerabilidad de las sociedades modernas a una de esas fuerzas de la naturaleza”.

Pero ¿a qué debemos prestar atención? De hecho, ¿quién es el “nosotros” al que se hace referencia aquí? ¿Puede la gente común hacer algo más que vivir lo mejor que pueda, votar por políticos que parecen estar dispuestos a hacer del mundo un lugar mejor y participar en manifestaciones cuando falla el liderazgo político?

El colapso del Bronce Final: una tormenta perfecta

Una de las cosas que me llamó la atención de 1177 a. C., cuando estaba releyendo partes de la primera edición, y que también es cierto para la nueva edición, es la poca acción humana que parece jugar un papel en los eventos que marcan el final de la Edad del Bronce. El quinto capítulo, “¿Una ‘tormenta perfecta’ de calamidades?” analiza diferentes elementos que pueden haber contribuido al final de la Edad del Bronce.

Estas “calamidades” incluyen terremotos, el cambio climático, sequías y hambrunas, invasores de áreas fuera de los territorios de los grandes reinos, y el “colapso” del comercio internacional, la descentralización y el “ascenso” del “comerciante privado”. Las secciones que trataban del “colapso de sistemas” y la teoría de la complejidad se han trasladado a un nuevo sexto capítulo en la edición revisada, y eso tiene más sentido estructuralmente, incluso si no creo que el trazado de mapas de eventos y procesos históricos en modelos abstractos realmente explique algo.

Es después de la discusión de la teoría de sistemas cuando, tanto en la versión original del libro (capítulo 5) como en esta nueva (capítulo 6), Cline finalmente se asienta sobre todos los temas anteriores como razones del “colapso”. Sugiere que la teoría de la complejidad –una forma de modelar y analizar sistemas complejos (en este caso, sociedades), con un enfoque en la interacción y los bucles de retroalimentación– proporciona la respuesta para comprender lo que sucedió al final de la Edad del Bronce: una solución convenientemente estéril a un problema complejo.

Con toda la charla sobre la teoría de sistemas y su derivada, la teoría de la complejidad, recordé lo que leí en el importante libro de Michael Shanks y Christopher Tilley, Re-Constructing Archaeology (2ª edición, 1992). Se ocupan de la teoría de sistemas en las páginas 52-53 (el énfasis es de ellos) y señalan que:

“El sistema es afirmar, de acuerdo con el hecho inmediato, que es predefinido como teniendo primacía. […] Pero el concepto de “sistema” no forma parte del objeto de estudio; se propone de antemano y no se puede confirmar ni refutar empíricamente. […] Este todo está predefinido como una unidad orgánica cuyo estado natural es la estabilidad o el equilibrio. […] Cualquier componente del sistema funciona para mantener un estado de cosas deseado –estabilidad social, una condición postulada antes de cualquier sociedad en particular–. El sistema y sus componentes se adaptan al objetivo dado, generalmente el entorno externo. Los valores conservadores de persistencia y estabilidad se convierten en la norma. El cambio es siempre un estado de cosas contingente, mientras que la armonía es universal”.

La conclusión particularmente escalofriante de Shanks y Tilley sobre la teoría de sistemas es que (p. 53; con mi énfasis en negrita):

“La teoría de sistemas, como método predefinido basado en la apariencia objetiva inmediata, es una teoría de política conservadora, conservadora en el sentido de que apoyará lo que sea, la “realidad” inmediata de cualquier forma social. En este sentido, la teoría de sistemas no solo es conservadora, es inmoral en su aceptación de cualquier estado empírico como estado para el bien. En aras de un valor abstracto de equilibrio, la teoría de sistemas justifica implícitamente la opresión. Al identificar lo que es con lo que debería ser, crea un mundo arreglado, ordenado y atemporal. […] Naturalmente, la llamada “anarquía social” no beneficia a las clases dominantes”.

Ahora, dentro del quinto capítulo del libro de Cline hay una sección muy corta, que consta de tres párrafos, con el título “Rebelión interna” (págs. 147-148 en la edición original; en la nueva edición, esta sección no ha cambiado). Parpadea y te lo perderás. Cline escribe que “algunos estudiosos” (p. 147) sugieren que tales “revueltas” podrían haber sido desencadenadas por una serie de factores, incluidas las hambrunas antes mencionadas, causados por una serie de desastres naturales o, incluso, por el “corte de rutas comerciales internacionales”.

Cline escribe que “todos y cada uno de los cuales podrían haber impactado dramáticamente la economía en las áreas afectadas y llevado a campesinos insatisfechos o clases bajas a rebelarse contra la clase dominante” (pp. 147-148). Pero si bien los “campesinos” pueden haber causado parte de la destrucción, Cline sugiere que, en gran parte, “francamente, no hay forma de saber si los campesinos rebeldes fueron los responsables” (p. 148).

Cline añade que muchas “civilizaciones –en sí mismo un término problemático y cargado de valores que, en mi opinión, es mejor evitar– han sobrevivido con éxito a rebeliones internas y, a menudo, han florecido bajo un nuevo régimen” (p. 148). Mi respuesta inmediata sería que si una rebelión provocó un cambio de “régimen”, ¿cómo no va a ser esto significativo? Al leer un borrador anterior de este artículo, Joshua Hall me señaló correctamente que un cambio de régimen no tiene por qué afectar a la sociedad en general, o de hecho impactar las redes existentes de poder social: el mismo vino, diferentes botellas. Aun así, me hubiera gustado ver a Cline extenderse un poco en este punto.

La teoría anarquista ofrece una forma diferente de ver las cosas. La antropología anarquista ha ido ganando impulso durante, al menos, algunas décadas, y desde entonces también se ha ido abriendo camino en la arqueología. Aún es lo suficientemente nuevo y/o de nicho para que, por ejemplo, la edición más reciente del Archaeological Theory: An Introduction de Matthew Johnson, publicada en 2019, no lo mencione ni una sola vez.

La teoría anarquista propiamente no tiene ningún principal defensor, y tal vez sea difícil hablar de una teoría unificada en absoluto; es más propiamente una serie de ideas. Una introducción útil es Fragments of an Anarchist Anthropology (2004), de David Graeber, que describe algunas de las formas en que la teoría anarquista es útil. También está este “Manifiesto Comunitario”, que delinea las principales características de lo que podría ser una arqueología anarquista.

Si tuviera que señalar un aspecto de la teoría anarquista que es particularmente útil para comprender el final de la Edad del Bronce, sería el enfoque de cuestionar la jerarquía. Y en este punto debo enfatizar que la teoría anarquista no trata solo de cuestionar nuestras interpretaciones sobre el pasado, sino también sobre la disciplina en sí misma y el mundo en general que nos rodea. Es ideal como punto de partida para aquellos de nosotros que no solo queremos estudiar y comprender el cambio, sino también generar cambios en nosotros mismos.

Jerarquía y patriarcado en el colapso del Bronce Final

Pero volvamos al Bronce Final. Una característica clave de los reinos que existían entonces es que todos eran jerárquicos y patriarcales. En cierto sentido, estaban ordenados: los ricos y poderosos estaban en la cima, y los pobres y oprimidos en la base. Dentro de un sistema jerárquico, los “campesinos”, por usar el término de Cline, tenían aparentemente poca importancia para la gente de la cima.

Cline pasa por alto las dimensiones sociales del “colapso”. Sin embargo, son esas dimensiones sociales las que creo que vale la pena examinar con mucho más detalle. Después de todo, una de las discusiones clave que se deben tener en nuestro mundo moderno es cómo vamos a resolver las grandes disparidades de riqueza que existen actualmente. Por ejemplo, Jeff Bezos está dando un paso atrás en su rol de CEO de Amazon. Es el hombre más rico del mundo, con un valor actual cercano a los 200.000 millones de dólares, una cantidad de dinero tan grotesca que es insondable. La pandemia puede haber afectado a millones de personas de manera negativa, pero los multimillonarios más ricos del mundo, incluido Bezos, solo han visto aumentar su riqueza.

Actualmente, un ejemplo que circula en las redes sociales y varios sitios web de noticias muestra lo rico que es Bezos: si le hubiera dado a cada uno de sus 879.000 empleados de Amazon un bono de 105.000 dólares al comienzo de la pandemia, hoy sería tan rico como lo era a comienzos del año pasado. No hace falta decir que Bezos no se ha involucrado en este nivel de altruismo, contento, en cambio, con tener a los trabajadores de los escalones más bajos de Amazon orinando en frascos para no perjudicar su “eficiencia”, y luchando para llegar a fin de mes con el salario mínimo.

¿Es posible que disparidades similares hayan alimentado el cacareado “colapso” de los reinos del Bronce Final? Estoy pensando en el anterior ocupante de la Casa Blanca, literalmente cercado para protegerlo a él y a sus compinches de los enfadados manifestantes de fuera. Como alguien que ha estudiado las fortificaciones antiguas, uno de los puntos que generalmente me esfuerzo por hacer, como aquí o aquí, es que los muros no solo están destinados a defender algo de las amenazas externas.

Tablilla de Lineal B hallada en Micenas

Tablilla de arcilla de Micenas (MY Oe 106) escrita en lineal B procedente de la «Casa del vendedor de aceite». La tablilla registra una cantidad de lana destinada a ser tratada (teñida) por encargo de una mujer joven. El reverso tiene grabada una figura masculina. Datada en torno a 1250 a.C. Museo Arqueológico Nacional, Atenas, n.º 7671. Fuente: Wikimedia Commons.

Las enormes fortificaciones que defendían Micenas, por ejemplo, se modificaron a finales del siglo XIII a. C. para abarcar un área más grande de la ciudadela: las murallas se ampliaron para incluir el Círculo de Tumbas A, se construyó la Puerta de los Leones y se aseguró un suministro de agua en el interior del área de la ciudadela de Micenas. Las razones que se ofrecen para explicar este enorme programa de construcción, emprendido quizás unas décadas antes de que la ciudadela fuera destruida, son variadas y van desde el prestigio (por ejemplo, la rivalidad de estatus con otros centros fortificados en la Argólide) hasta el miedo a un ataque.

Pero en este punto es bueno señalar que la ciudadela no albergaba a la gran mayoría de la población de Micenas. Era la residencia del gobernante –wanax en las tablas de Lineal B– y su familia y dependientes. ¿Qué pasaría si las macizas fortificaciones no se hubieran construido por vanidad o por miedo a enemigos externos, sino principalmente para asegurar la posición del gobernante local? ¿Y si los “campesinos” de Micenas se hubieran hartado de tener que vivir de las sobras mientras el wanax organizaba banquetes cada vez más elaborados allá arriba en su brillante colina?

No creo que haya una manera de saber si fue este el caso o no, porque la ciudad baja de Micenas, donde vivía la mayoría de la gente, aún no ha sido excavada extensamente. De hecho, ninguna de las ciudades bajas alrededor de los principales centros de la Edad del Bronce, en el Egeo al menos, ha sido objeto de investigación arqueológica hasta hace relativamente poco tiempo. Esto pone de relieve otro problema: el interés de los estudiosos modernos, que a menudo operan en un entorno más o menos seguro, por comprender los escalones superiores de la sociedad en lugar de los inferiores. ¿A quién le importan los “campesinos”?

De hecho, la mayoría de los estudiosos, conscientemente o no, asumen que una sociedad ordenada y jerárquica es la única forma verdadera en la que los humanos pueden prosperar. Por lo tanto, cuando los reinos del Bronce Final “colapsan” el resultado es algo indeseable: una Edad Oscura, en el sentido peyorativo del término, en la que los reinos e imperios gloriosos de la época anterior han dado paso a un gran número de pequeñas comunidades que no producen los frescos, los relucientes palacios y las joyas intrincadamente labradas que se ven tan bien en fotografías y portadas de libros.

En la introducción a su Geometric Greece, 900-700 BC (2ª edición, 2003), Coldstream escribe (p. XXII):

“La Edad Oscura en Grecia había sido una época de pobreza, aislamiento y analfabetismo, cuando el arte representativo era prácticamente desconocido. Muchos recuerdos se transmitieron oralmente para ser conservados en la literatura posterior; pero estos se refieren a los heroicos esplendores y caída de la civilización micénica, y no nos dicen prácticamente nada sobre la vida empobrecida de los siglos XI y X. Hasta el auge de la investigación arqueológica, se podía saber muy poco sobre este largo y oscuro período […]”.

Jonathan Hall, en su History of the Archaic Greek World (2ª edición 2014), escribe de la Edad Oscura que (p. 60):

“Si bien sería inútil negar que se pueden rastrear algunas continuidades a través de los siglos de oscuridad, la información que ha salido a la luz solo sirve para confirmar una imagen general de aislamiento, introversión e inestabilidad para la Grecia continental y las islas del Egeo (Chipre y, en menor medida, Creta resistió la crisis con más resistencia)”.

Pero ¿qué pasa con las personas que vivieron esta experiencia? ¿Qué pasa con las personas que vivían en estas comunidades supuestamente aisladas, introvertidas e inestables en la Grecia continental y en otros lugares? ¿Eran tan miserables como sugiere la erudición moderna? En otras palabras: ¿solo se puede esperar que las personas prosperen cuando forman parte de sociedades grandes y jerárquicas con amplias redes comerciales? ¿Es esto, por decirlo de otro modo, una defensa de las disparidades de riqueza, poder y estatus social?

El uso de una terminología tan cargada de valores para describir situaciones históricas no ayuda a promover la comprensión. La pregunta inherente que quiero hacer es si la desintegración de una sociedad jerárquica es necesariamente algo malo. ¿Un mundo en el que las disparidades entre ricos y pobres se reduzcan drásticamente, posiblemente incluso se eliminen, sería realmente tan miserable como sugiere la erudición moderna después del final de la Edad del Bronce o tras la desaparición del Imperio romano en Occidente?

La anarquía se suele interpretar en el sentido negativo de “caos”, pero ese no es el verdadero significado de la palabra. La anarquía proviene del griego anarchos, “no tener gobernante”. Esto no significa que una sociedad anarquista no tenga timón; simplemente rechaza la noción de una jerarquía fija. Todavía se buscan expertos; el liderazgo informal todavía puede ser una característica (por ejemplo, confiar a un constructor experimentado para que construya algo). Pero una sociedad anarquista está organizada según los principios de la libre asociación.

Las sociedades que surgieron tras la destrucción y desaparición de los reinos jerárquicos del Bronce Final eran más pequeñas. Eran diferentes. Indudablemente, en muchos aspectos, eran más justas. Los “campesinos” ya no tenían que inclinarse ante un gobernante que vivía detrás de los poderosos muros de su fortaleza sobre la brillante colina. Por supuesto, el gobernante que fue depuesto, y presumiblemente asesinado durante los disturbios, puede haber tenido una opinión diferente.

De hecho, para la gente común, que nunca tuvo mucho que perder en primer lugar, no pudo haber cambiado mucho con la desintegración de los reinos. Después de todo, estas personas no eran las beneficiarias de los sistemas depredadores que las altas esferas de estos reinos explotaban para enriquecerse. No tenían tronos de marfil ni monos como mascotas. Todo lo que intentaron hacer fue llegar a fin de mes.

Eruditos ante el colapso del Bronce Final

En mi opinión, aquí es donde se pueden aprender posibles lecciones del “colapso” a la conclusión del Bronce Final. Cline y la mayoría de los eruditos que estudian el término del Bronce Final ven caos y destrucción, una desintegración del orden social. Cline está acostumbrado a vivir en un mundo estrictamente jerárquico, llegando incluso a introducir a los estudiosos en su libro de maneras que subrayan las jerarquías establecidas.

Esta es una frase de la p. 161 de la edición original de 1177 a.C.:

“Colin Renfrew de la Universidad de Cambridge, uno de los eruditos más respetados que jamás haya estudiado la región prehistórica del Egeo, ya había sugerido la idea de un colapso del sistema en 1979”.

La forma en que aquí se presenta a Renfrew tiene la intención de sobrecogernos. Es de la Universidad de Cambridge, considerada una institución prestigiosa. También es “uno de los eruditos más respetados”. Es una apelación a la autoridad, una forma de argumento, un truco retórico en esencia, que me enseñaron en mi primer año en la universidad a evitar a toda costa. La excusa puede ser que el libro está escrito también para atraer al público en general, que tal vez no sepa quién es este profesor Renfrew. Pero esto hace poco para mitigar el argumento. Quizás las cosas empeoren en la nueva edición: ¡el nuevo capítulo 6 comienza ahora con esta declaración!

Si hay una lección que aprender del final de la Edad del Bronce, es que debemos buscar a quienes tienen más que perder. En nuestro mundo moderno, los jóvenes padecen niveles relativamente altos de desempleo; ganan menos que sus padres y es cada vez más improbable que alguna vez puedan “poseer” (es decir, hipotecar) una casa o ahorrar cantidades importantes de dinero. Después del colapso financiero de 2008 y la pandemia que comenzó en 2020 y aún continúa, gran parte de la sociedad moderna –los “que no tienen”– tiene poco o nada que perder si las jerarquías actuales –que benefician principalmente a los “que tienen”– se descomponen. De hecho, tienen todo para ganar.

La brecha entre ricos y pobres aumenta continuamente, no solo dentro de las sociedades, sino también entre ellas. Los problemas actuales con el suministro de la vacuna de COVID-19 son un ejemplo: los países más ricos están pidiendo más de lo que necesitan, en detrimento de los países más pobres. Cuando Madonna apareció en un video para proclamar desde su bañera que el virus era “el gran igualador” y que ahora todos somos iguales, la gente se burló con razón de hacer esta afirmación: el virus, como todas las cosas, no afecta a todas las personas de la misma manera.

¿Colapso o transformación de la civilización?

Ha habido muchos movimientos en las últimas dos décadas que muestran que la sociedad está bajo una tensión severa. Las manifestaciones de Occupy Wall Street estallaron para protestar contra la desigualdad de la riqueza. Las protestas de Black Lives Matter buscaban justicia racial, que también requiere igualdad socioeconómica.

Pero, lamentablemente, el cambio en sí avanza muy lentamente. Vemos a políticos oportunistas avivar el fuego del odio en un intento de asegurar que la ira de la gente común se dirija hacia los demás, hacia los extranjeros y refugiados, en lugar de dirigirse a las élites ricas que explotan el sistema por todo su valor.

El cambio climático, la desinformación militar y política, los embargos comerciales, las intrigas internacionales, las migraciones, la pestilencia: todos estos pueden ser factores que contribuyan al “colapso” de las sociedades jerárquicas. Pero yo diría que la causa fundamental es social. Es la acción humana o, de hecho, la inacción lo que provoca el “colapso” de las sociedades jerárquicas. Y tal vez “colapso” sea la palabra incorrecta para usar aquí; quizás “transformación” sea el término neutral más apropiado.

Movimiento Occupy Wall Street

Manifestantes del movimiento Occupy Wall Street con una pancarta pidiendo el juicio hipotecario a los bancos. Fuente: Wikimedia Commons.

La destrucción de reinos e imperios al final de la Edad del Bronce puede haber sido dramática, pero no necesariamente mala. El propio Cline sugiere que pudo haber sido necesario allanar el camino para nuevas ciudades-estado y las culturas de Atenas y Esparta.

“Finalmente –escribe (p. 176)– de ellos surgieron nuevos desarrollos e ideas innovadoras, como el alfabeto, la religión monoteísta y, finalmente, la democracia. A veces se necesita un incendio forestal a gran escala para ayudar a renovar el ecosistema de un bosque antiguo y permitir que prospere de nuevo”. La Edad Oscura es transformadora solo en el sentido de que apresura y da paso a un nuevo orden jerárquico.

Pero el problema es que la línea de pensamiento de Eric Cline aquí es claramente teleológica: el colapso ocurrió y de las supuestas cenizas surgieron nuevas sociedades para tomar el lugar de las antiguas. En mi opinión, plantea la pregunta: para que los seres humanos “prosperen”, ¿necesitamos funcionar como parte de una sociedad jerárquica? ¿O hay un mejor camino?

Ciertamente, los griegos experimentaron con diferentes formas de sociedades, pero en el proceso crearon otras formas de sociedades jerárquicas que dependían de la esclavitud hasta tal punto que decir que se trataba de mejoras va demasiado lejos. Los templos de mármol de la Atenas clásica fueron construidos con el dinero extorsionado a los presuntos “aliados” de Atenas, y la plata sacada de las minas por esclavos que trabajaron hasta la muerte, literalmente. ¿Cuán diferente deberíamos ver tales sistemas de los reinos explotadores del Bronce Final?

Enseñanzas de la Edad del Bronce para la actualidad

1177 a.C. proporciona advertencias, pero no soluciones. Esto se debe a que el libro no parece interesado en comprender los posibles problemas sociales. Por lo tanto, no hay referencias a movimientos que busquen la justicia social, ni Occupy Wall Street, ni Black Lives Matter (¡la nueva edición todavía contiene la declaración en el epílogo, en la p. 175 de la edición original, de que algunas personas advirtieron que “algo similar” al colapso de la Edad del Bronce sucedería “si las instituciones bancarias con un alcance global no fueran rescatadas inmediatamente!”)

A lo largo de 1177 a.C., es obvio que se evidencia que las sociedades jerárquicas son el ideal; la Edad Oscura debe ser aborrecida. La solución implícita es que los líderes políticos deben buscar mantener un “equilibrio” bastante oscuro, casi estéril, que asegure que los “campesinos” no alteren demasiado el statu quo. Como Shanks y Tilley lo expresaron en el pasaje citado anteriormente, tal posición “justifica implícitamente la opresión”.

Para enfrentar el “colapso”, debemos esforzarnos por construir un mundo mejor. Eso comienza por comprender que el campo de juego no es uniforme y que debemos trabajar todos juntos. Si algo nos enseña la historia del Bronce Final es que la riqueza no puede ser acaparada por unos pocos en detrimento de muchos. Que todos los seres humanos deben ser tratados con igualdad y equidad. En otras palabras, un mundo mejor es uno que es socialmente equitativo y ecológicamente sostenible.

Bibliografía

  • Cline, E. H. (2021): 1177 B.C.: The Year Civilization Collapsed: Revised and Updated. Princeton University Press.
  • Coldstream, J. N. (2003): Geometric Greece 900-700 BC. Routledge.
  • Graeber, D. (2004): Fragments of an Anarchist Anthropology. Prickly Paradigm Press.
  • Hall, J. (2013): A History of the Archaic Greek World, ca. 1200-479 BCE. Wiley-Blackwell.
  • Johnson, M. (2019): Archaeological Theory: An Introduction. Wiley-Blackwell.
  • Shanks, M. & Tilley, C. (1992): Re-constructing Archaeology: Theory and Practice. Routledge.

Artículo original en Ancient World Magazine.

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