Puerto y ciudad de Ceuta 1634

Puerto y ciudad de Ceuta (1634), miniatura de la Descripcion de España y de las Costas y Puertos de sus Reynos de Pedro Texeira-Albernas (ca. 1595-1662), Biblioteca Nacional de Austria, Viena.

De raíces cristianas, ejemplo de ello son la sede episcopal “Septensi” y la basílica tardorromana, Ceuta sería conquistada a principios del siglo VIII por contingentes árabes, lo que daría lugar, en el contexto de la Reconquista ibérica, a la “questão de Ceuta” que llevaría a Juan I de Portugal a emprender campaña[1] impulsado por una serie de motivaciones, todavía hoy discutidas, entre las que destacarían los ideales religiosos de lucha contra el infiel, la defensa de las costas meridionales portuguesas de los ataques berberiscos, el afán de la burguesía por el control comercial de los recursos subsaharianos, el deseo del monarca de expandir su control territorial y la conflictividad nobiliaria del reino. Así pues, en agosto de 1415, una flota portuguesa, tras varios intentos, desembarcó y conquistó rápidamente la ciudad norteafricana.

Con el establecimiento portugués en Ceuta, ciudad de suma importancia geoestratégica como punto de control comercial y base para la futura expansión africana, especialmente tras la conquista de Gibraltar por los castellanos[2], los antiguos habitantes de la ciudad se refugiaron en sus alrededores e iniciaron un continuo hostigamiento bélico[3], convirtiéndose en un presidio en continuo estado de guerra[4] para cuyo abastecimiento se crearía en Lisboa, bajo la tutela real, la Casa de Ceuta, precedente de las futuras Casa da Guiné, da Mina y da Índia[5].

1580-1640: Portugal y Castilla bajo un mismo soberano

Transcurrido más de un siglo desde la conquista portuguesa, el fallecimiento de Juan I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir (4 de agosto 1578)[6] en su intento de frenar la expansión turca por el norte de África[7] y el breve reinado de don Enrique, fallecido el 31 de enero de 1580, daría lugar en Portugal a una disputa por la sucesión al trono entre Catalina, duquesa de Braganza e hija del infante don Duarte, tío de don Manuel; Felipe II de Castilla, nieto del rey don Manuel por vía materna; y don Antonio, prior de Crato e hijo ilegítimo del infante don Luis, hijo de don Manuel. Si bien el prior de Crato sería aclamado por el brazo popular en Cortes tras su rescate por parte del duque de Medina-Sidonia, pues había quedado cautivo tras Alcazarquivir, se impondría en la disputa Felipe II de Castilla, tras el soborno de Catalina y la victoria por las armas sobre los partidarios del prior de Crato gracias a las tropas del duque de Alba y la armada al mando de Álvaro de Bazán[8]. Felipe II fue jurado en las Cortes de Tomar (16 de abril de 1581) como nuevo monarca portugués, conocido como Felipe I de Portugal[9].

Con el juramento de fidelidad al nuevo monarca del capitán general de Ceuta, don Leonis Pereira, y los jefes civiles, religiosos y militares, la ciudad pasó a formar parte de los dominios hispanos, si bien lo haría como territorio portugués[10]. Esta fidelidad se logró gracias al apoyo militar y abastecimiento enviados por Felipe II a las maltrechas plazas portuguesas norteafricanas –Ceuta, Arcila, Mazagán y Tánger– tras la derrota portuguesa en Alcazarquivir, momento en que los musulmanes, victoriosos, estaban convencidos de la posibilidad de recuperarlas, a lo que se sumó una epidemia de peste que azotaba especialmente la región[11]. Además, el nuevo monarca conservaría las leyes e instituciones propias de la ciudad[12], pues sería administrada desde el Consejo de Portugal creado al respecto de la anexión lusa en la Corte castellana[13], manteniéndose en la plaza la Capitanía General vinculada a la Casa de Vila Real[14]. Dentro de su deseo de mantener una buena defensa de los enclaves norteafricanos, tras la visita de Jorge Seco en 1585, las fortificaciones de la ciudad de Ceuta fueron mejoradas, si bien se mantendría el acoso musulmán, a lo que se sumarían los crecientes intereses ingleses en el Estrecho[15].

1640-1668: Guerra de Restauración y unión definitiva de Ceuta a Castilla

Con la llegada de Felipe IV (Felipe III de Portugal) al trono en 1621, la crítica situación de la Real Hacienda y el desarrollo de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) no alterarían la situación de los enclaves norteafricanos, cuya principal preocupación seguía siendo su abastecimiento y defensa, sino que sería el estallido de la revolución portuguesa y la consiguiente Guerra de la Restauración (1640-1668) lo que marcaría el devenir de dichos presidios[16]. Estos enclaves norteafricanos eran considerados presidios en tanto que constituían la primera línea de defensa frente a los musulmanes, dependiendo su administración del Consejo de Guerra y la Junta de Presidios, si bien, en el caso ceutí, la plaza ostentará, a su vez, la condición jurídica de ciudad, pues en ella habitaba de forma permanente población civil junto con la militar[17].

El descontento con la política de la “Unión de Armas” impulsada por el conde duque Olivares y el incumplimiento de los fueros y privilegios portugueses que esta suponía, daría lugar a varios levantamientos en de Oporto (1628), Santarém (1629) y Évora (1637)[18], si bien el alzamiento catalán de 1640 proporcionaría la mejor oportunidad para canalizar el descontento portugués, proclamando al duque de Braganza, descendiente de uno de los adversarios de Felipe II en su lucha por el trono de Portugal en 1580, como rey de Portugal, el 1 de diciembre de 1640, con el nombre de Juan IV y siendo reconocido como tal por las Cortes portuguesas con el apoyo de Francia e Inglaterra, enemigos del monarca español, lo que daría lugar a la Guerra de Restauración (1640-1668), denominada así por ambos bandos, pues mientras que los españoles pretendían la restauración de sus dominios, los portugueses deseaban la restauración de su independencia[19].

En el caso de los enclaves norteafricanos, si bien inicialmente Tánger y Ceuta no se unirán a sus correligionarios lusos y ultramarinos, la primera de estas lo hará en 1643; mientras que, en el caso ceutí, la rápida acción para paliar la carestía en sus abastecimientos y el refuerzo defensivo con el envío de una compañía de infantería española conseguirán mantener la fidelidad a Felipe IV de Castilla, considerándose con ello el fin de la época lusitana ceutí[20] y siéndole concedido a la ciudad el título de “Noble y Leal”[21], al tiempo que el monarca respetó sus fueros y privilegios, pues, de haberla conquistado por las armas, el denominado “derecho de conquista” habría llevado la implantación en ella del modelo castellano[22]. Pese a esta integración de hecho en Castilla en 1649 y la posterior anexión de derecho con la obtención de la Carta de Naturaleza en los Reynos de Castilla el 30 de abril de 1656 –conservando sus fueros, privilegios y exenciones, al tiempo que los ceutíes adquirían los derechos como súbditos castellanos–, el reconocimiento internacional de la incorporación de Ceuta a la Corona castellana no se producirá hasta el Tratado de Lisboa (13 de febrero de 1668).

El tratado, firmado, por la parte castellana, entre la reina regente Mariana de Austria (madre del menor de edad Carlos II) y, por la parte lusa, Nuño Alvaris Pereira y otros personajes con poderes del nuevo monarca portugués, Alfonso VI, puso fin a la Guerra de Restauración al tiempo que reconocía la independencia de Portugal[23], así como, en virtud de su artículo segundo, la devolución de todas las posesiones adquiridas por ambos bandos durante la contienda a excepción de la plaza de Ceuta, la cual había decidido mantenerse fiel a la dinastía de los Austria españoles, pese a que esta, junto con Tánger, había sido cedida por Portugal a Inglaterra como dote por el concierto matrimonial entre Carlos II de Inglaterra y Catalina de Braganza, hermana de Alfonso VI de Portugal[24]. Con ello, Ceuta quedaba definitivamente integrada en la Corona de Castilla.

El debate en torno a la castellanización de Ceuta

La historiografía reciente ha debatido tanto sobre el posible proceso de castellanización ceutí desde el ascenso al trono portugués de Felipe II de Castilla como del hecho de que dicho proceso constituyera un factor clave en su adhesión definitiva a Castilla, con hipótesis considerablemente dispares. Entre las motivaciones que pudieron llevar a la ciudad a decantarse por el bando castellano, mientras que Isabel y Drumond Braga apuntan a la posibilidad de haber eliminado cualquier elemento discordante con los Austrias en el motín acontecido en 1638[25], Posac Mon discrepa en tanto que este sería más bien un motín derivado del rechazo popular de las políticas de Olivares[26], pues la ciudad declararía su fidelidad a Felipe III en tanto que monarca portugués e independientemente de su origen castellano. Por su parte, Rodríguez Hernández destaca la imposibilidad de trasladar a Ceuta la noticia del nuevo gobernador de la ciudad designado desde Lisboa por el apresamiento de los enviados portugueses al tiempo que los castellanos habían nombrado al marqués Miranda de Anta[27].

puerto y la ciudad de Ceuta

Vista del puerto y la ciudad de Ceuta (1664), litografía por I. Peeters. Fuente: Instituto Geográfico Nacional.

Por su parte, algunos autores apuntan a una lenta “españolización” de la ciudad desde la llegada de Felipe II al trono luso gracias a la designación de gobernantes “pro españoles” y la inmigración castellana, en su mayoría soldados, considerando que la ciudad, a finales del siglo XVI, ya formaba parte del régimen político castellano, si bien admiten que su libre decisión de mostrar lealtad al monarca fue a Felipe III como rey de Portugal, sin olvidar la importancia del papel jugado por el abastecimiento proporcionado por el monarca castellano[28]. En este sentido, Castilla Soto afirma que Ceuta había sido asimilada por España ya desde 1580, por lo que la sociedad ceutí se identificaba más con los castellanos que con sus colonos lusos a mediados del siglo XVII[29]. Por su parte, Carmona Portillo destaca que la mayor resistencia a la adhesión de Ceuta a Castilla provino del sector eclesiástico, pues la Iglesia ceutí perderá parte de importancia con su separación del obispado tangerino cuando dicha ciudad se una a los bragancistas, lo que habría motivado la solicitud del marqués de Miranda de Anta para que los frailes ceutíes portugueses fueran sustituidos por castellanos[30]. A todo ello se suma el rumor sobre la pretensión del nuevo monarca portugués de entregar las plazas de Tánger y Ceuta a Marruecos a cambio de medios para la lucha contra los castellanos[31].

Frente a quienes defienden la progresiva castellanización de Ceuta y el destacado papel de esta en el proceso de anexión a Castilla, autores como Rodríguez Hernández ven difícil la castellanización de la ciudad, pese a haber sido solicitada por el gobernador Lope de Acuña, pues la presencia ocasional de militares castellanos, especialmente antes del envío de las incompletas cuatro compañías en 1644, no podría haber llevado a tal castellanización, no siendo hasta en torno a 1580 cuando el número de asentamientos de españoles en la ciudad superaría al de portugueses[32]. A ello se suma que, según datos de 1659, la mayoría de soldados que formaban parte de la guarnición ceutí eran naturales de Ceuta e incluso lusos, no pudiendo dar lugar a tal castellanización de las compañías[33]. Así pues, en el momento en que la ciudad juró legitimidad a los Austria españoles, existiría una sociedad mixta hispano-portuguesa y, por ende, no castellanizada[34]. Por otra parte, los monarcas castellanos designaron gobernadores portugueses hasta la segunda mitad del siglo XVII, al tiempo que conservaron las leyes e instituciones propias de la ciudad y el portugués como principal idioma, no siendo sustituido por el castellano en la administración hasta 1679[35].

En conclusión, no pueden establecerse en la actualidad hipótesis concluyentes en cuanto a las causas que llevaron a la ciudad norteafricana, al contrario del resto de presidios, a unirse a Castilla, pudiendo confluir en tal decisión varias de las nombradas y siendo especialmente discutida la cuestión de la posible castellanización previa a la anexión.

Bibliografía

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Notas

  • [1] Baeza Herrazti, 2001: 34-35.
  • [2] Baeza Herrazti, 2001: 35. Carmona Portillo, 1996: 89-91; 1997: 11-12.
  • [3] Carmona Portillo, 1996: 91. Castilla Soto, 1991: 126. Drumond Braga y Drumond Braga, 2009: 321. Posac Mon, 2001: 47.
  • [4] Castilla Soto, (1991): 132. Carmona Portillo, 1997: 13. Posac Mon, 2001: 47.
  • [5] Caetano, (2015): 69-70.
  • [6] Carmona Portillo, 1996: 95; 1997: 14; 2009: 15. Cortés Peña, 2004: 17-18. Drumond Braga y Drumond Braga, 2009: 324. Martín Gutiérrez, (1989): 79. Posac Mon, 1983: 13.
  • [7] Cortés Peña, 2004: 17.
  • [8] Carmona Portillo, 1996: 95; 1997: 14; 2009: 15-16. Martín Gutiérrez, (1989): 79-80. Posac Mon, 1983: 14.
  • [9] Carmona Portillo, 1996: 95; 1997: 14; 2009: 16. Drumond Braga y Drumond Braga, 2009: 324. Martín Gutiérrez, (1989): 79. Posac Mon, 1983: 14.
  • [10] Carmona Portillo, 1996: 95; 1997: 14; 2009: 15-16. Drumond Braga y Drumond Braga, 2009: 324-327. Posac Mon, 1983: 16; 2001: 60.
  • [11] Carmona Portillo, 2009: 15. Drumond Braga y Drumond Braga, 2009: 324. Martín Gutiérrez, (1989): 79. Posac Mon, 1983: 14. Rodríguez Hernández, (2015a): 80; (2015b): 187.
  • [12] Carmona Portillo, 2009: 16. Martín Gutiérrez, (1989): 79. Rodríguez Hernández, (2015b): 187.
  • [13] Carmona Portillo, 1997: 14.
  • [14] Martín Gutiérrez, (1989): 83.
  • [15] Carmona Portillo, 1996: 95; 1997: 14; 2009: 17-19. Cortés Peña, 2004: 19. Posac Mon, 1983: 15.
  • [16] Carmona Portillo, 2009: 19-20. Cortés Peña, 2004: 21. Posac Mon, 1983: 111-112.
  • [17] Rodríguez Hernández, (2019): 87-88.
  • [18] Carmona Portillo, 2009: 19-22. Castilla Soto, (1991): 127. Posac Mon, 1983: 113. Rodríguez Hernández, (2015a): 83.
  • [19] Becerra Peñafiel, 2004: 31. Carmona Portillo, 2009: 22-23. Castilla Soto, (1991): 127-128. Martín Gutiérrez, (1989): 83-91. Posac Mon, 1983: 112. Rodríguez Hernández, (2015b): 187.
  • [20] Becerra Peñafiel, 2004: 31-32. Caetano, (2015): 67. Carmona Portillo, 1996: 101; 2009: 23. Castilla Soto, (1991): 128-129. Posac Mon, 1983: 18-19. Cortés Peña, 2004: 21. Rodríguez Hernández, (2015a): 84-85; (2015b): 200.
  • [21] Becerra Peñafiel, 2004: 32. Carmona Portillo, 1997: 15; 1996: 100-101; 2009: 23. Castilla Soto, (1991): 128-130. Martín Gutiérrez, (1989): 84-85. Rodríguez Hernández, (2015a): 80-81; (2015b): 191.
  • [22] Becerra Peñafiel, 2004: 32. Carmona Portillo, 2009: 101. Martín Gutiérrez, (1989): 89-94.
  • [23] Becerra Peñafiel, 2004: 33. Caetano, (2015): 67. Carmona Portillo, 1996: 101; 1997: 15; 2009: 26-27. Castilla Soto, (1991): 134. Cortés Peña, 2004: 21. Martín Gutiérrez, (1989): 84. Posac Mon, 1983: 112; 1983: 19. Rodríguez Hernández, (2015a): 93.
  • [24] Carmona Portillo, 2009: 27. Castilla Soto, (1991): 134. Martín Gutiérrez, (1989): 92. Rodríguez Hernández, (2015a): 92-93.
  • [25] Carmona Portillo, 2009: 24. Posac Mon, 1983: 113.
  • [26] Posac Mon, 1983: 59, 113.
  • [27] Rodríguez Hernández, (2015a): 81; (2015b): 188-189.
  • [28] Carmona Portillo, 1996: 95-101; 2009: 25. Castilla Soto, (1991): 126; (1991): 131. Martín Gutiérrez, (1989): 83.
  • [29] Castilla Soto, (1991): 134.
  • [30] Carmona Portillo, 1996: 101-102; 2009: 25.
  • [31] Rodríguez Hernández, (2015b): 188.
  • [32] Rodríguez Hernández, (2015a): 84-85; (2015b): 210.
  • [33] Rodríguez Hernández, (2015b): 210-212.
  • [34] Rodríguez Hernández, (2015b): 213.
  • [35] Rodríguez Hernández, (2015b): 204.

Este artículo resultó finalista del IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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