Cuando miramos al pasado, es inevitable pensar que nuestra cultura actual debe mucho al mundo clásico. Y no hay nada más clásico que el mundo griego en su conjunto y, en particular, que la Atenas del siglo V a. C. Con frecuencia nos referimos a ella como la Atenas de Pericles, aunque en realidad trascendió con mucho lo que este célebre estadista, que vivió entre el 495 y el 429 a. C., aportó a la polis y a la historia en general –con mayúsculas, eso sí–. La Atenas clásica tiene sus mejores emblemas en los templos de la Acrópolis y en las prácticas religiosas que se relacionaban con ello, que siempre nos vienen a la mente a través de los famosos frisos del Partenón, pero es recordada sobre todo por ser la cuna de la democracia, a la que los ciudadanos del Ática se volcaron con empeño, aun cuando se dieron no pocas contradicciones con la política exterior de corte imperialista que emprendieron en suelo ajeno. De todo ello quedan muchísimos vestigios tanto materiales como más intangibles, desde los numerosos restos arqueológicos del ágora o el puerto de El Pireo hasta las innumerables evidencias de cerámicas áticas dispersas por todo el Mediterráneo, o el paso por la ciudad de influyentes intelectuales y filósofos, sin olvidar por supuesto los grandes historiadores que por entonces comenzaban a ofrecernos sus primeras visiones sobre los acontecimientos de un pasado ya algo menos remoto.
La democracia ateniense en época de Pericles por Laura Sancho Rocher (UZ)
La imagen que nos ha llegado de Pericles aúna rasgos del personaje histórico y características propias de un político ideal. La razón es que, nacido en torno al 495 a. C. y desaparecido en 429 a. C., su vida transcurre paralela a la época de mayor desarrollo cultural, artístico y político de Atenas en democracia, y murió antes de su declive político. En este terreno, fue además el más influyente en su ciudad desde 443 a. C. hasta su fallecimiento, producido al poco de iniciarse la gran guerra que, durante veintisiete años, enfrentó a Atenas y su alianza naval con Esparta y la Liga del Peloponeso (431-404 a. C.).
Vivir en la Atenas clásica por Fernando Lillo Redonet
Ser ciudadano de Atenas en el siglo V a. C. significaba formar parte de una polis que se presentaba como ejemplo para toda Grecia. Así, al menos, se refleja en este conocido elogio fúnebre a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso que el historiador Tucídides pone en boca del propio Pericles. En este retrato ideal se combina admirablemente la vida contemplativa, capaz de apreciar la belleza y la filosofía, con la vida activa de la práctica política. Pero también se alude a tres tipos de vida propias del carácter del ciudadano de Atenas: la filosofía, la consecución de riqueza mediante la actividad económica y la práctica política, que era inseparable de la condición de ciudadano.
En la cima de Atenas. La Acrópolis, el Partenón y su programa iconográfico por David Vivó (UdG)
Ciertamente, la batalla de Maratón en 490 a. C. fue el fulcro de la política ateniense durante el siglo V a. C. A partir de la atribución de esta victoria –en la que, sin embargo, también participaron hoplitas de Platea– a sus propios méritos, los atenienses se consideraron los salvadores de Grecia frente a la barbarie persa. En dicho sentido, no puede entenderse la Acrópolis de Pericles, un recinto sagrado con una miríada de cultos, muchos de ellos tradicionales y anteriores a la destrucción persa, sin tener en cuenta la influencia que en ellos ejerció la trascendental batalla. Con la victoria en Maratón, Atenas se consideraba en el deber histórico de liderar al mundo griego.
Cultos, ritos e identidad en la Atenas del siglo V a. C. por Miriam Valdés Guía (UCM)
En la Grecia antigua la vida de la polis estaba impregnada de aspectos religiosos. La religión era un asunto cívico y público, sin que por ello pueda dejarse de lado la mirada a la dimensión “privada” del fenómeno, que igualmente tuvo una proyección social y comunitaria importante en la Grecia clásica. Durante el periodo de la Pentecontecia –los cincuenta años transcurridos entre las Guerras Médicas y la Guerra del Peloponeso– Atenas potenció determinados cultos que, ya desde antes, tenían un papel en la configuración de la identidad de esta polis. En aquellos momentos, sin embargo, adquirieron dimensiones nuevas y derroteros específicos de acuerdo a los cambios sociales, políticos, económicos y culturales del periodo. Especialmente la época de Pericles, desde el comienzo de la democracia radical (461 a. C.) hasta el inicio de la Guerra del Peloponeso (431 a. C.), es un periodo de particular esplendor en muchos aspectos, incluido por supuesto el religioso.
En barrios atenienses. La concepción urbana de la polis por Ricardo Mar Medina (URV)
La posición estratégica de la Acrópolis en el centro de la gran llanura ateniense, había determinado desde la prehistoria el origen de los caminos que conectaban Atenas con el poblamiento disperso de la región. Estos caminos antiguos eran como los radios de una rueda y la Acrópolis era su eje, tal como la describe Heródoto para la época de las Guerras Médicas (VII.140). Hacia el este salían dos caminos de la roca sagrada: uno era la vía de Salamina, la ruta más corta para acceder al estrecho que separaba la famosa isla de la costa ática; el otro era el camino hacia Eleusis, que continuaba hasta Megara y permitía acceder al estrecho de Corinto y el Peloponeso. Hacia el sur, los caminos eran tres: dos diferentes se dirigían hacia los puertos naturales de Cántaros-El Pireo y Falero y un tercero, algo más al oeste, buscaba el camino de costa hacia el cabo de Sunion y el santuario de Poseidón. Hacia el norte, cruzando el rio Eridano surgía el camino hacia el demos de Acarnas que proseguía hasta la llanura de Maratón y el importante demos de Ramnunte con el santuario de Némesis. Estos antiguos caminos se fueron consolidando como calles a medida que la ciudad del periodo geométrico y arcaico se fue densificando en torno a la Acrópolis.
Atenas y el siglo de las grandes tragedias por Joaquín Ruiz de Arbulo (URV)
Entre las divinidades olímpicas, Dioniso, el dos veces nacido, el más joven de los dioses, representaba la ruptura del orden y el triunfo de lo contrapuesto. Bajo su patronazgo, el consumo incontrolado del vino y la embriaguez profunda podían llevar a su séquito semidivino de sátiros y ménades a situaciones extremas de paroxismo en los bosques de Delfos y Tebas. Tragedia viene de tragos, “cabra”, el animal sagrado de Dioniso, y significaría algo así como “canción de los machos cabríos”, es decir de los sátiros. A Dioniso se dedicaban en Atenas las fiestas de las Leneas a fines de enero, una celebración abierta de carácter lúdico y campestre donde las damas, convertidas en bacantes, podían llegar a experimentar con la embriaguez. Seguían las Antesterias al iniciarse marzo, antes de la apertura de las rutas marítimas; una fiesta íntima y ciudadana en la que se probaban los vinos de la última cosecha. Más tarde, a inicios de abril, con el puerto de El Pireo en plena actividad y la ciudad abierta a los extranjeros, tenían lugar esas Grandes Dionisias multitudinarias que menciona el mármol de Paros.
Del barro y el fuego. Artesanía y producción cerámica por Eleni Hasaki (University of Arizona)
Una ciudad antigua era una ciudad de arcilla, y así lo era también la Atenas clásica. Desde las terracotas arquitectónicas en los tejados de las casas y templos hasta las tuberías de desagüe bajo el subsuelo, los alfareros atenienses dominaban la tierra y el fuego para producir todo lo que un hogar necesitaba, tanto lo más mundano como lo más exquisito. En estas líneas nos acercaremos a la forma en que estos artesanos transformaron los recursos naturales en cerámicas útiles que sus comunidades utilizaban como material de construcción y equipamiento de cocina en sus casas, o para las ofrendas en santuarios o en tumbas. Los ceramistas conocían las cualidades de los distintos tipos de arcilla, y ajustaron sus tornos para producir cerámicas finas con paredes extremadamente delgadas y vajilla de cocina con cualidades térmicas de primer orden. Manejaron con maestría el fuego en cocciones prolongadas en los hornos, y aprendieron como anticipar su aspecto final sin la ayuda de termómetros o equipos complejos. Al perfeccionar sus conocimientos técnicos, retrataron la mitología y la vida cotidiana de sus ciudades, cualquier cosa que fuera desde las disputas divinas hasta las tareas domésticas más mundanas. Sus productos gozaron de una gran popularidad tanto en la propia ciudad como en todo el Mediterráneo.
El ambiente intelectual por Adolfo J. Domínguez Monedero (UAM)
El primer hecho a reseñar cuando tratamos de la Atenas de Pericles tiene que ver con la aparente contradicción que existe entre el régimen político que existía en Atenas –y al que Pericles contribuyó a dar forma–, la democracia o gobierno del pueblo (demos), y el hecho de que personalicemos el periodo en la figura de un solo individuo, en este caso, el propio Pericles. Una contradicción que muchos de sus contemporáneos no pudieron dejar de observar y criticar –a veces con dureza– pero que Tucídides (II.65.10), con una agudeza extraordinaria, definió como “de nombre una democracia, pero de hecho el gobierno del primero de los ciudadanos”. Pericles, pues, gozó de un poder –o de una influencia, que en ocasiones viene a ser lo mismo– muy superior a la que su cargo constitucional de general o strategós le permitía. El problema a dilucidar en este trabajo es si Pericles actuó de manera proactiva para atraer y rodearse de las figuras más sobresalientes y relevantes de la intelectualidad ateniense y griega del momento o si, por el contrario, su presencia en Atenas fue fruto de una conjunción de circunstancias que convirtió a la ciudad en un lugar apto para que atenienses y extranjeros desarrollasen en ella sus actividades.