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Detalle de El triunfo de la muerte (ca. 1562), óleo sobre tabla de Peter Brueghel el Viejo, Museo del Prado. La macabra iconografía de la obra está fuertemente influida por el arte cristiano bajomedieval posterior al azote de la pandemia de la peste negra en Europa. Fuente: Wikimedia Commons.

Durante la Edad Media, dos especies formidables se extendieron por Eurasia occidental: homo sapiens (los humanos) y rattus rattus (las ratas negras); aunque se despreciaban mutuamente, de hecho convivían en las mismas casas. En 1345, la peste negra alcanzó a las dos. Muchos especialistas consideran que la plaga procedía de China, pero ya desde 1885 algunos sospechaban que Kirguistán fue la fuente: en esta región los epígrafes de lápidas muestran que dos aldeas tuvieron una mortalidad excepcionalmente alta en una epidemia que las asoló entre 1338 y 1339. Estudios científicos recientes hallaron que el ADN ancestral de Yersinia Pestis (la plaga) procedía, en efecto, de Kirguistán, pero aún no se había encontrado en restos humanos hasta que un estudio genómico del ADN de los esqueletos de los aldeanos, publicado en la revista Nature en junio de 2022, ha confirmado esta hipótesis. Sintiéndolo mucho por los aldeanos, para mi alivio, ya que defendía dicha idea en mi libro El mundo que forjó la peste… y los historiadores podemos liarla cuando nos metemos a científicos por nuestra cuenta y riesgo.

De ahí la peste negra se dirigió hacia el oeste y llegó al curso medio del Volga en 1345, con la ayuda de las caravanas de camellos (como se sospechaba desde hace mucho tiempo), pero también de las grandes colonias de jerbos que se extienden a lo ancho de Kazajistán. Estos grandes roedores suelen ser resistentes a las pestilencias, pero ocasionalmente sucumben a las epidemias y las transfieren con bastante rapidez porque sus colonias están interconectadas. El proceso de transmisión requiere de una secuencia improbable de sucesos inusuales. Los patógenos más mortíferos de la plaga acechaban en Kirguistán desde hacía 1700 años, y solo se habían transmitido a Europa solo en una ocasión anterior, la llamada Plaga de Justiniano del 541.

Las pulgas de rata negra fueron realmente eficaces a la hora de inocular la peste en sus vulnerables huéspedes. Después de 1345, alrededor del 90% de las ratas de Europa murieron a causa de la plaga, antes de que las pulgas saltaran a los humanos, que también podían transmitir la peste a través de su saliva. En general, se sitúa la mortalidad humana causada por la plaga en torno al 30% de la población, pero los nuevos descubrimientos sugieren que fue superior: alrededor del 50% en la mayoría de las regiones. Peor aún, las ratas crían como ratas y los pocos especímenes supervivientes se reprodujeron rápidamente. El grano es su alimento favorito y las más aventureras se escondían en los grandes cargamentos de cereal listos para su distribución, propagando la peste con rapidez. De este modo, múltiples plagas generalizadas siguieron al primer azote, el más letal, y tan solo remitieron con lentitud a partir de 1500. Estos repetidos «golpes de martillo» contribuyeron a forjar la Europa moderna.

La pandemia y el nuevo orden mundial

En cierto modo, parece inhumano encontrar un resquicio de esperanza en un panorama tan oscuro como fue esa terrible tragedia humana, pero lo hubo. Los supervivientes descubrieron que, como término medio, tenían el doble de todo: viviendas, ganado, tierras fértiles, barcos y carretas, así como dinero en efectivo y objetos de valor. Aunque los señores y las leyes trataron de impedirlo, la servidumbre disminuyó con rapidez y los ingresos de los campesinos se incrementaron, al igual que los salarios; evidencias de esqueletos muestran que incluso la talla media aumentó. A las clases altas también les fue bien –por ejemplo, se duplicaron las herencias–, pero este fue un extraño período en el que la desigualdad disminuyó, con efectos desproporcionados en la demanda de los consumidores, que era muy modesta antes de la peste. Si hasta entonces tu ingreso neto era de 10 € y la manutención te costaban 9, su capital disponible se reducía a 1 €; pero si tus ingresos aumentan un 50 % y la subsistencia se mantiene igual, entonces el capital disponible se dispara un 500 %. De repente, la gente común podía acceder al mercado y comprar más pescado seco para la Cuaresma, e incluso algo de azúcar y pimienta; también más herramientas y utensilios metálicos, y mejor ropa. Las clases medias se unieron a las altas en el comercio de especias, sedas y pieles. La esclavitud, hasta entonces en declive porque el trabajo libre era muy barato, revivió. Las fuentes de pieles de primera calidad y de esclavos dentro de Europa ya estaban agotadas, pero desde la península ibérica en la década de 1360 se hacían incursiones en busca de esclavos en las islas Canarias, mientras que los rusos cruzaban los Urales para exigir tributo en martas cebellinas a los lugareños. Así pues, la peste creó motivos para la expansión, pero los motivos no son medios: los pueblos de las Canarias y de más allá de los Urales eran gente correosa, y los europeos lucharon por someterlos durante el siguiente siglo. Entraba en juego la segunda dimensión de la despiadada revolución de la peste.

La escasa y costosa mano de obra obligó a dar un giro brusco hacia la energía hidráulica, la pólvora y la energía eólica. Entre sus muchos usos, los altos hornos impulsados por agua que reemplazaron en parte a los fuelles operados por el hombre disparó la producción de hierro europeo hasta los niveles de sus homólogos chinos. Suecia se convirtió en el mayor exportador: los registros sugieren que su producción de hierro se multiplicó por seis entre 1340 y 1539. Las armas de fuego se usaban en Europa antes de la peste, pero eran ineficaces excepto para meterle miedo en el cuerpo al enemigo. Entre 1360 y 1470 puede trazarse una secuencia de mejoras entre las que se incluyen cañones de bronce fundido y armas de fuego personales. Los arcabuces no eran todavía mejores que los arcos, pero ahorraban trabajo. El entrenamiento de un escopetero apenas llevaba unos meses, mientras que el adiestramiento de un arquero requería años. Los cañones otomanos posteriores a la peste eran tan buenos como los europeos, al igual que sus galeras artilladas y sus cañoneras fluviales; fueron los otomanos los pioneros de los ejércitos regulares modernos y de la centralización estatal, y obligaron a las potencias europeas a ponerse las pilas, bloqueando la expansión europea hacia el sur o lo que yo llamo «la Gran Distracción».

Hubo una consecuencia de la plaga que los otomanos –y la mayoría de los Estados cristianos– no compartieron, pues no poseían un tramo decente de la costa atlántica: el galeón. La extraordinaria fuerza de trabajo que requerían las galeras hacía que fueran demasiado costosas para el comercio, aunque no para la guerra. Este era un problema particular en el Atlántico, con vientos impredecibles y peligrosas costas a sotavento. Así, en 1409 se desarrollaron barcos de tres palos y aparejos completos, más maniobrables que los precursores de una sola vela y capaces de navegar en la mayoría de los mares y durante todas las estaciones. Los cañones eran bastante comunes en los barcos hacia 1400, pero no el empleo de de piezas pesadas montadas bajo la cubierta. Yo argumento que este tipo de artillería surgió en los Estados del Atlántico en etapas claramente determinadas por la peste, alrededor de 1480, medio siglo antes de lo que sugieren algunos expertos. Los galeones, con 20 cañones o más, serían una condición indispensable, aunque no suficiente, para la expansión europea en ultramar; en efecto, los cañones servían de multiplicador en inferioridad numérica, mientras que los galeones permitieron a los europeos explorar las costas del mundo en busca de oportunidades, como águilas… o buitres, según se mire.

Esta es una mera muestra del impacto que dejó la peste negra, que engendró profundas transformaciones sociales, culturales, ideológicas, religiosas, políticas y de género, todas ellos mencionadas, cuando menos, en este libro. Una de mis favoritas son las gafas: de pronto hubo una necesidad de extender las jornadas de trabajo y la vida laboral de los escribientes y copistas supervivientes, artesanos y artistas. Las gafas ayudaban tanto cuando se desvanecía la luz como con los problemas de visión. Los anteojos existían antes de la plaga, pero proliferaron masivamente después de ella. Florencia, Venecia y Barcelona, ciudades muy asoladas por la peste, produjeron miles de pares al año desde 1403 si no antes. Para el mundo exterior, el gran impacto fueron las sucesivas oleadas expansionistas de Eurasia occidental, algunas de ellas exitosas, que se explican no por una superioridad secular, sino por el aprovechamiento de las nuevas oportunidades creadas por las terribles plagas.

Estuve trabajando en El mundo que forjó la peste durante una década antes de que el COVID-19 nos golpeara. Rechacé las solicitudes de los medios de comunicación de comparar nuestra pandemia con la peste negra porque habría tenido que decir que la actual era mucho peor, lo que me pareció despiadado. Tal vez me equivoqué. El Frente Occidental fue mucho peor que los múltiples tiroteos que se producen actualmente en Estados Unidos, pero sigue siendo posible que los dos tengan algo que enseñarse el uno al otro: principios preciados que cuajan en una inhumanidad obstinada, el embotamiento de la tragedia a través de la repetición. De todos modos, la lección de la peste negra tiene mayor amplitud que la del COVID. La historia siempre ha sido una interacción entre la acción humana y el medio ambiente. Nunca podemos subestimar esto.

 

Traducción propia del artículo Belich, J (2022): «Why Europe? Y. Pestis», Princeton University Press.

 

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