María Pacheco después de Villalar

Doña María Pacheco después de Villalar, de Vicente Borrás y Mompó. 1881. (Museo del Prado, Madrid).

En el imaginario colectivo español está bien establecido que la batalla de Villalar, acaecida el 23 de abril de 1521, fue el fin de la Guerra de las Comunidades, que enfrentó a los rebeldes de las ciudades de Castilla contra Carlos V. Pero ¿realmente fue la batalla de Villalar el final de la contienda? Lo cierto es que los combates entre realistas y comuneros continuaron, y uno de los capitanes rebeldes más obstinados no fue otra que la esposa del líder comunero Juan de Padilla: María Pacheco, líder de la resistencia comunera en Toledo. A María López de Mendoza y Pacheco (Granada, 1497-Oporto, 1531), se la recuerda por ser la esposa del general comunero Juan de Padilla (Toledo, 1490-Villalar, 1521), pero sus méritos van mucho más allá de su condición de esposa de un rebelde.

Apodada por el pueblo castellano como la “centella de fuego” y la “leona de Castilla”, se erigió en la principal dirigente del bando comunero en la lucha contra Carlos V durante los compases finales de la Guerra de las Comunidades, atrincherándose en la ciudad de Toledo, última en caer en manos realistas, durante seis meses, hasta el 25 de octubre en que tuvo lugar el llamado Armisticio de Sisla, para protagonizar un nuevo alzamiento, de suma brevedad en esta ocasión, el 3 de febrero de 1522.

María Pacheco antes de la Guerra las Comunidades

Su linaje era intachable: hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, y de Francisca Pacheco, hija a su vez de Juan Pacheco, I marqués de Villena. Sus orígenes, por tanto, enraizaban con lo más granado de la nobleza castellana. Curiosamente se la ha conocido tradicionalmente por el apellido de su madre, Pacheco, en lugar de por el de su padre, López de Mendoza. Su nacimiento tuvo lugar en la recién conquistada Granada en año incierto, probablemente 1495 o 1496, donde su padre, el conde de Tendilla, ejercía el cargo de alcalde perpetuo en la Alhambra por orden de los Reyes Católicos.

Junto a sus hermanos, recibió una cuidada educación al más puro estilo humanista: matemáticas, literatura, historia… Antes de cumplir los veinte años, María hablaba con soltura latín y griego, y estaba versada en matemáticas, poesía, historia y el conocimiento de las Sagradas Escrituras.

En 1515 María se casó con Juan de Padilla, noble también con quien, pese a ser de rango inferior, su padre, el conde de Tendilla, deseaba ardientemente casarla con el objetivo de estrechar los lazos entre los López de Mendoza y los Padilla toledanos. Así quedaba constancia de la misma mano de don Íñigo: “que juro por Dios que en toda mi vida hice jornada tan a mi voluntad ni de que más alegre estuviese que de haber echado esta moça en las manos de quien está”, escribiendo en otra misiva, con respecto a la dote que acompañaba a doña María: “A mí trescientas mil de renta me llevaron con doña María, y por Dios, señor, que no las he por mal empleadas, que nunca vi gente más honrada que son aquellos señores, y Juan de Padilla es un hombre de bien y cuerdo”. Según las cartas de don Íñigo López de Mendoza parece que este no quería sino quitarse de encima cuanto antes a su hija María, y parece también que, por entonces, nada hacía pensar al conde de Tendilla que el marido de su hija pudiera apuntar a la rebeldía contra el rey.

En febrero de 1515 el matrimonio marchó de Granada a Porcuna, en tierras jiennenses, donde el tío de Juan, a la sazón comendador de la Orden de Calatrava, les cedió unas posesiones. Estando allí fallecieron los dos principales valedores del matrimonio: el conde de Tendilla, padre de doña María, y el comendador de la Orden de Calatrava, tío de Juan. Además, en el peor momento, ya que María se había quedado embarazada, y en un avanzado estado de gestación el matrimonio decidió ir a dar a luz a Granada, naciendo finalmente el niño de camino según cuenta el hermano de doña María, don Luis Hurtado de Mendoza.

Más tarde, en 1517 o 1518, el matrimonio se mudó a Toledo, ciudad a la que ambos cónyuges dedicarían la mayor parte de sus desvelos, y que unido a un desencuentro debido a la dote de doña María, había causado el distanciamiento entre los Mendoza y los Padilla, linaje al que desde su matrimonio María se enorgullecería de pertenecer.

Las políticas de Carlos I

Ante la convulsa situación generada en Castilla desde 1517 debido a las consecuencias del irregular acceso al trono de Castilla del príncipe Carlos de Gante –siendo menor de edad, y estando la reina Juana aún con vida–, sumado a las posteriores políticas tan impopulares del monarca flamenco, quien llevó a cabo un cambio sistemático de altos cargos castellanos por flamencos, el matrimonio Padilla se significó como icono de la facción comunera. El linaje de los Padilla, fernandinos entusiastas, se habían visto sumamente contrariados con el acceso al trono del de Gante, pero sería la rama toledana de la familia concretamente, a la que ahora pertenecía María, la más afectada por los cambios, poniendo la gota que colmó el vaso el nombramiento como arzobispo de Toledo, primado de España, del noble flamenco, amigo personal del rey Carlos, Guillermo de Croy.

La propia María, junto a su marido y a toda la ciudad de Toledo, se indignó, lo que la llevó a tomar un papel activo en la inminente guerra contra los partidarios de Carlos I. Humanistas como Luis Vives y Pedro Mártir de Anglería dejaron constancia de dicho papel jugado por doña María Pacheco en la rebelión contra el rey. Mártir de Anglería iría más allá al cargar a doña María con la culpa de las acciones de Padilla. Según el humanista, Juan de Padilla era poco hábil y manejable por otras voluntades, especialmente por la de su esposa, doña María Pacheco de quien “dicen que es mujer de altos pensamientos y marido de su marido”. Más parece que la intención de estas palabras era la de burlarse de Padilla que la de arremeter contra María Pacheco.

Así, las protestas comenzaron en Toledo debido a la larga estancia de Carlos I en territorios de la Corona de Aragón, y en noviembre de 1519 la ciudad del Tajo se dirigió a las demás ciudades castellanas con la queja de que el rey “en los reinos de Aragón se ha detenido mucho y en estos reinos de Castilla haya residido poco […] pues a todos toca el daño, nos juntásemos todos a pensar en el remedio”. Cuando a su regreso, a principios de 1520, Carlos I convocó Cortes en Galicia, la ciudad de Toledo terminó explotando: el nuevo monarca, según los toledanos, marginaba a la ciudad imperial del poder.

La Guerra de las Comunidades

En 1520, finalmente, estalló la revuelta. Tras los sucesos de las Cortes de Santiago entre marzo y abril de aquel año, en Toledo, al finalizar la Semana Santa, tuvieron lugar una serie de tumultos y desórdenes que el 16 de abril estallaron en abierta rebelión; el corregidor, atemorizado supuestamente por la turba de la ciudad, hizo cuanto los rebeldes pidieron, quitándole estos la vara de corregidor para devolvérsela después “por la Comunidad de Toledo”. Juan de Padilla y los otros regidores no partirían a las Cortes: la Comunidad de Toledo se declaraba en rebelión.

Es significativo que Gutierre López de Padilla, hermano de Juan y leal al rey, escribiera una carta no solo a aquel, sino también a María Pacheco, para que se apartasen de la Comunidad. Pero ya era tarde. Juan de Padilla, con el apoyo y aquiescencia de María Pacheco, siguió las órdenes de la de los rebeldes. En julio de 1520 se conformó la Santa Junta de Ávila, donde “se nombró en ayuntamiento por capitán general Juan de Padilla”.

Mientras Padilla lideraba las fuerzas comuneras, María gobernaba la Comunidad toledana. Tras la llegada de Antonio de Acuña, obispo y comunero, a Toledo, el mando fue compartido entre ambos. Pese a las victorias obtenidas por las tropas rebeldes frente a las realistas en asedios como el de Torrelobatón, entre el 21 y el 25 de febrero de 1521, la batalla de Villalar, el 23 de abril de aquel año, decantó decisivamente el enfrentamiento entre las Comunidades y el rey, lo que, por otra parte, no acabó con la iniciativa de María Pacheco, quien, a pesar de la derrota comunera en Villalar y el ajusticiamiento de su propio marido, no se resignó ni acudió al perdón real, sino que dirigió la resistencia de la ciudad de Toledo frente a las tropas realistas durante nueve meses, llegando a poner a estas en grave aprieto.

Ajusticiamiento de Padilla, Bravo y Maldonado

Ejecución de los comuneros de Castilla, de Antonio Gisbert,1860 (Palacio de las Cortes, Madrid).

María Pacheco resiste tras la derrota de Villalar

Además de nombrar a sus propios capitanes, obtener artillería para la lucha e implantar el pago de contribuciones para sostener la defensa, Pacheco asistió a las escaramuzas y combates entre las milicias toledanas y las tropas sitiadoras. Durante las penurias del asedio, la intervención de María Pacheco resultaría decisiva para sosegar los ánimos cuando estallaran disputas entre los partidarios de la resistencia y de la rendición, como atestigua el cronista Pedro de Alcocer. Finalmente, el 25 de octubre se acordó y firmó armisticio de Sisla, que daba unas aceptables condiciones de rendición a los sitiados, y finalmente las tropas de Carlos I entraron en el alcázar de la ciudad.

La firmeza de Pacheco le valió los epítetos de “mujer valerosa” y “último comunero”. Cuando el 3 de febrero de 1522 estalló la efímera revuelta de San Blas, su popularidad entre los toledanos le valió la condena a muerte, que nunca le sería conmutada, pero María logró escapar a Portugal con un grupo de fieles, zafándose de la persecución de sus enemigos. Allí, debido a su negativa a renunciar a la causa comunera, se vio excluida del perdón general otorgado por Carlos I a los rebeldes.

Pacheco murió en Oporto en 1531, aún en rebeldía contra el rey, y sus restos no pudieron reposar en Villalar junto a los de su marido, Juan de Padilla, según su deseo. Uno de sus hermanos menores, Diego Hurtado de Mendoza, el renombrado poeta, cronista y embajador de Carlos I, al que se mantuvo leal, la visitó poco antes de morir y compuso su epitafio, que concluye: “España te dirá mi cualidad / Que nunca niega España la verdad”.

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