Camino español Ferrer-Dalmau

El Camino español, óleo de Augusto Ferrer-Dalmau.

La problemática era tan antigua como el propio estallido de la revuelta. En sus Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos desde el año de 1567 hasta el de 1577, el militar y diplomático Bernardino de Mendoza plantea los caminos que se discutieron en 1566 para un posible viaje del rey Felipe II a Flandes que nunca llegaría a realizarse: “el uno por el océano mar de Poniente; y el otro por Italia y Alemania; y el tercero desde Italia por Saboya, y Borgoña y Lorena”. La segunda ruta terrestre conformó, un año después, lo que la historiografía denomina “Camino español” y que, desde 1567 hasta principios de la década de 1630, permitió a la Monarquía Hispánica librar su guerra contra los rebeldes holandeses.

El mantenimiento del Camino español supuso para los Austrias incesantes retos de índole diplomática y logística. La ruta original tenía su punto de partida de Génova, república aliada de la que procedían hombres preeminentes al servicio de los Austrias, como el almirante Andrea Doria y uno de los comandantes más destacados del Ejército de Flandes, Ambrosio Spínola. Luego enlazaba con el Milanesado y de allí discurría a través del ducado de Saboya y los cantones suizos hasta una posesión de la Corona española, el Franco Condado, para luego atravesar el ducado de Lorena hasta Luxemburgo, ya en los Países Bajos. Numerosos enemigos amenazaban la ruta: el Reino de Francia, cuya política exterior tenía como objetivo expreso cortar el Camino español; los cantones suizos protestantes, en especial el de Ginebra; y el Palatinado del Rin –estado protestante del Sacro Imperio cuya conquista por tropas españolas entre 1620 y 1622 respondía a la voluntad hispánica de asegurar la ruta. A inicios del siglo XVII Francia bloqueó el camino original, ante lo cual se estableció una vía alternativa que transitaba por la Valtelina y el Tirol hasta Alsacia, y de allí a Luxemburgo. Dicho recorrido se mantuvo en vigor hasta la irrupción sueca en la zona en 1631, durante la Guerra de los Treinta Años.

Camino español

A escala logística, el reto se traducía en la necesidad de garantizar el aprovisionamiento de varios miles de hombres durante periodos que oscilaban entre los 32 días y los dos meses, a lo largo de centenares de kilómetros, muchos de los cuales transcurrían por regiones montañosas agrestes –los Alpes–. “Las sierras de los lados que hacen este valle –escribió Bernardino de Mendoza sobre el valle del Isère, en Saboya–, son de gran altura, y tanta que casi cansa la vista el mirarlas”. No en vano, las instrucciones remitidas desde la Corte al duque de Alburquerque –gobernador de Milán– en 1567, en vísperas del viaje inaugural del ejército del duque de Alba a los Países Bajos, le advertían: “También convendrá que esta gente lleve consigo 300 gastadores, para hacer explanadas y otras cosas que se ofrezcan en el camino, especialmente para la montaña”.

Alimentar a miles de hombres y caballos a lo largo del Camino español exigía preparar la logística de los viajes con cierta antelación. Para ello se aprovechó y sistematizó la institución preexistente de la etapa, un centro donde se almacenaban víveres en previsión a la futura llegada de las tropas. Las instrucciones que Alejandro Farnesio dio en 1587 al capitán Leonardo Rótulo Carrillo para preparar los suministros de una expedición que partiría aquel mismo año dan fe del funcionamiento de las etapas y del sistema del asiento, que trasladaba a comerciantes privados la tarea de encontrar y acopiar los alimentos:

«Concertaréis los precios de las raciones de personas y caballos, lo más barato que se os permitieren en el tiempo y ocasiones que corren; y para que lo podáis hacer con alguna claridad y satisfacción de que no salgan excesivos, os informaréis, al pasar por las plazas circunvecinas, con mucha disimulación, del valor que tienen, en cuya conformidad haréis el asiento: bien entendido que una parte del pagamento de él ha de ser de contado, y las otras, á los plazos que concertárades puntualmente, en que procuraréis tomar la más larga que pudiéredes, gobernándoos en todo según el dinero que mandaremos proveer de presente.»

Camino español

El Ejército de Flandes al mando del cardenal-infante Fernando cruza el Somme, 1636. Óleo por Peter Snayers (1592-1666), Kunsthistorisches Museum, Viena.

Una vez firmado el contrato de asiento con un proveedor local a cambio de una suma determinada de dinero, el agente de la Corona española dejaba en la etapa correspondiente a una persona de confianza para asegurarse del cumplimiento de lo convenido y garantizar que el suministro de las tropas se hiciese de forma correcta:

«En cada una de las dichas estaplas pondréis una persona de recaudo y confianza, con el sueldo acostumbrado, que asista al que repartiere las municiones, para que los oficiales y soldados no le molesten ni hagan agravio á tiempo de recibillas, sino que en tomando lo que les toca se contenten; y asimismo solicite que las vituallas estén á punto para el dia que la gente hubiere de llegar, y que sean de la bondad, calidad, peso y medida que se concertaren, en cuya distribución y repartimiento os gobernaréis por la memoria que se os da de lo que se ha hecho otras veces, y señaladamente esta última.»

La disciplina de las tropas a lo largo del Camino español no fue siempre la misma. Respecto al viaje del duque de Alba en 1567, el cronista jesuita Famiano Strada escribió: “A la verdad no sé que otro ejército haya jamás acabado tan largo camino con mayor disciplina militar, pues no se sabe que de Italia a Flandes se haya hecho agravio o fuerza, no solo de los lugares, más aún a la más miserable choza de pastores”. En cambio, una compañía de infantería que se alojó una sola noche en el pueblo de Aume-en-Tarantaise, en 1597, fue acusada de cometer en tan breve lapso de tiempo una cincuentena de robos. A pesar de los extremos, de lo que no hay duda es que el Camino español, en los más de 50 años que mantuvo unido el ducado de Milán con los Países Bajos, fue una proeza logística sin parangón que prolongó hasta mediados del siglo XVII la hegemonía militar española en Europa, tal y como admitían no solo los gobernantes y militares de la Monarquía, sino también sus enemigos.

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